Bocarrana es el cinco de bastos.
-¿Y eso?
-Y a mí qué me cuenta, oiga.
Que el guiñote lo inventó un mudo es cosa sabida en tierras de Aragón, y las tocantes de Navarra, Rioja y Soria. El guiñote no tiene nada que ver con el mus, y casi nada con el tute, embrollos de otra especie, sin el encanto de este peculiar juego.
-Ciencia.
-Lo que usté diga.
En el tute los ases valen once puntos. O sea: el oré, la copeta, la espadilla y el bastillo, que tienen nombre.
-Como «Bocarrana».
-Como el cinco de bastos, sí señor.
Luego vienen los treses, que valen diez; los reyes cuatro, las sotas (todas ellas muy decentes) tres, y los caballos dos. Esos son los guiñotes, los que valen, las cartas que no valen son «la furrufalla». Y la ciencia esta de jugar a las cartas, o el arte, incluso, recibe el nombre de «la faricutela», cuya semántica se me oculta. Lo inventó un mudo y no valen señas ni se charla, las que hablan son las cartas.
...
-Trocotrón trocotrón..
-Caballo… pues toma sota.
-Arrastro.
-¡Las tripas!
-¡En oros!
Eso, bien mirado, no es hablar, propiamente dicho. La conversación es otra cosa. Lo que se pueda decir durante la partida es como la banda sonora nada más. El verdadero diálogo viene después:
-¡Pero a qué me sales con triunfo!
-¡Pero si es que no tenía más que guiñotes!
-¡Pero yo llevaba el oré!
-¡Y yo qué sé si ellos no llevan, mira que con seis se salían!
-¡Esto me pasa por jugar de pareja con uno de Tardienta!
-¡Esto os pasa por jugar contra dos de Güesqueta!
En el Centro Aragonés de Barcelona se juega ¡vaya que si se juega! Se juega al guiñote después de comer allí mismo en el restaurante del piso de arriba. Alli vamos todos los santos días a comer los compañeros de trabajo, a veces nos juntamos cuatro, a veces veinte. Te dan un primer plato de ensalada o zumo de tomate, y luego uno de peso, algo consistente: macarrones bien pringados en tomate, judías, lentejas con su rodaja de chorizo navegante, col o acelgas rehogadas. Y de segundo la sufrida milanesa, la merluza (o vaya usted a saber) rebozada, el lomo a la riojana con su pimiento, la costilla, las sardinas fritas o la trucha a la navarra. Y de postre flan, siempre flan, Potax, del Chino Mandarín; helado de corte, y pieza de fruta del tiempo. La gente nunca toma la fruta, que suele ser una pera o una manzana, y se decanta por el helado, salvo en las raras ocasiones en que hay un par de mandarinas o plátano, entonces sí. Los jueves paella, siempre te toca una gambita y un par de muscles, de mejillones. No se puede comer mejor en Barcelona por veinte duros. Sí, veinte. Los domingos cuesta más caro y te dan de postre melocotón en almíbar. Cuando nos levantamos desfilamos a la cafetería de abajo, no sea que nos quiten la mesa, pedimos los cafeses, el tapete y la baraja.
-Hoy vamos a tomar café gratis, chico, que estos de Zaragoza no saben ni tenerlas.
Se juegan los cafés, sólo los cafés, la pareja que pierde paga a la otra. Las copas y los puros son cosa de cada cual. Desfilan las botellas de Fundador, Terry, anís del Mono y suben al alto techo las volutas de humo de los Ducados, Rex, Bisonte, y algún puro Álvaro y Farias (las gallegas tienen la mejor fama) y se espesa en una nube que parece que vaya a tronar. Hay diez o doce mesas completas y algún paseante oteando las jugadas desde lo alto de su posición vertical; para sentarse hay que ser íntimo de los jugadores. Unos juegan al dominó en el exilio de una esquina, atizando porrazos a la mesa que suenan como disparos, y la gente los mira y les chista; parece que se reprimen un poco y contienen la escandalera al mínimo audible. A un señor mayor que tenemos al lado se le escapa un eructo y pide disculpas.
-Que aproveche.
-La col, ya se sabe.
Yo no sé jugar. Vamos, sé la letra pero no la música. Me califican de peligro para quien lleve de pareja, y normalmente le toca al soriano. Los sorianos saben mucho de guiñote. Pero mucho. De hecho, sostienen que son ellos quienes lo inventaron, y no los aragoneses. Este es de los que sopesa la baraja, se te queda mirando y dice todo serio:
-Falta una carta.
Y tiene razón, se ha caído al suelo, ¡qué tío!
-Yo tengo que jugar contigo porque si no, ganarles a estos no tendría mérito. Es como jugar contra tres. Pero por tu santa madre… hoy no me jodas los veinte cuando vamos de vueltas, eh.
Yo me ruborizo un poco pero asiento y me concentro en la jugada. Nada. Las cartas van cayendo, nacen, crecen, se reproducen y mueren en mis manos sin que yo intervenga en absoluto en sus cometidos o sus andanzas. Las veo pasar sin saber qué hacer con ellas.
-Pardillo.
-Si me la he llevado yo.
-Ya, pero les dejas las diez de últimas, que te las habrías llevado con el triunfo que te quedaba.
Los sorianos en Aragón tienen fama de agarrados, de tacaños. Este, cuentan, se corta el pelo él mismo por no gastar, y tiene una novia guapísma en Aranda bordando ajuar tras ajuar. Es maestro. Todos los sorianos son maestros de escuela, menos alguno que es funcionario de ayuntamiento. Deben ser la mar de listos, este como listo, sí que es, sí; aún no hemos acabado de jugar y ya sabe las que lleva cada uno.
-Con las diez hacéis catorce, por dieciséis nosotros, y da el de mi derecha.
Los contrarios son los dos maños, y uno le cuenta al otro que el conde de Morata de Jalón se jugó no se cuántos caices de terreno con doña Godina, la de La Almunia, en una partida de guiñote; pero otros dicen que no, que quedaron en que los dos se encamaban y soltaban un burro en la raya de los dos sitios, y hasta donde llegara el burro mientras yacían, se lo quedaba la doña; el caso es que se ve claramente en el mapa que el terreno de Morata recibe como un mordisco del vecino de La Almunia. Con esto de la baraja se aprende mucho.
-Vamos de vueltas.
Ir de vueltas es la principal diferencia, y el gran atractivo, del guiñote. No siempre una partida acaba cuando se acaban las cartas y gana el que más puntos tiene, no señor. Se juega a hacer ciento un tantos, las cincuenta primeras son las malas y las cincuenta segundas las buenas, como en una baraja hay ciento treinta puntos, puede que ninguna pareja llegue a esas cincuenta y una buenas, y hay que seguir jugando con cartas nuevas. El primero que completa las cincuenta y una buenas gana. Esto varía las estrategias, y dice mucho del pulso de los jugadores y su pesquis.
-Salgo yo… ¿qué hay de triunfo?
-Oros.
-El dos, para que se lo lleve el que quiera.
-Pa ti.
-Toma, este monarca para sumar algo.
-Tuya. Pues dieciséis y cuatro, ya tenéis veinte.
Entonces es cuando el compañero se agacha, mete la mano bajo la mesa y golpea con los nudillos hacia arriba, pon pon pon.
-Veinte en copas, y partida para el dúo internacional.
Se juega a cotos, los cotos son de tres o cinco partidas, más o menos como si fueran los match de tenis. Se echa un sorbo al café, y se le pide un vaso de agua al camarero. Se enciende otro cigarro mientras barajea el de al lado.
-Que las vas a marear.
Hay un murmullo que es casi un silencio en la sala, sólo se oyen los flaps del aleteo de las cartas y el murmullo lejano del tráfico, porque por la ventana abierta se escuchan los coches que pasan un poco más lejos yendo hacia la plaza Universidad o hacia el puerto. El Centro Aragonés está en la calle Joaquín Costa, al principio, haciendo chaflán y encima del cine Goya, por eso hay que subir tanta escalera. Los sorianos van todos allí, claro, como no son número suficiente para tener casa propia se vienen con el vecindario. Allí, en esos salones he visto yo actuar, apoyado en un alféizar, a Joaquín Carbonell, cantando aquello de «La mala semilla».
-«No había instante / que el buen maestro / lanzara al cesto / su incomprensión / Yo era el incesto / de la vagancia / y la indencencia de la intención».
A Labordeta también lo vi, cuando todavía no era «el abuelo», pero abajo, propiamente en el cine, que también era teatro. De bote en bote y todo el mundo con el encendedor en alto tarareando lo de las azerollas.
A mí me gustaba más jugar al tute. Tal como se juega el tute en Aragón no hay pareja, es un juego para tres, así no le fastidio los cantes al compañero. Se reparten todas las cartas y se arrastra desde el principio, con lo que hay que seguir el palo. Eso no pasa en el guiñote, que uno echa de un palo y el otro echa lo que considera bueno para el compañero, o para dejarlas pasar; al menos hasta que no quedan cartas en el mazo.
-Vamos de últimas.
-Y sin cantes.
-¡Pues el bastillo!
-¡Pues para esta!
-¡Las cuarenta!
-No joden pero atormentan.
De niño miraba jugar a la yaya Juana y los tíos, allá en la torre. Hoy aquello lo están aplanando y dentro de cuatro días harán allí la Expo de Zaragoza. ¡En la mejor huerta de España! Hay que joderse, con las lechugas que salían en esa torre del meandro del Ebro, Ranillas que lo llaman. Yo iba con los primos, primos segundos todos, ya ni recuerdo sus nombres, encorriendo a las gallinas y saltando la peligrosa acequia. Si te caías dentro, cuentan, te podías quedar atrapado por el tarquín, ese barro oscuro y pegadizo como brea. Se levantaban un rato de la mesa para sacar a beber a las vacas, de dos en dos, menos una, que era muy fura, y tenía malas pulgas. Los chicos y algunas mujeres nos escondíamos como si aquellas mansas vacas holandesas fueran los más terribles miuras. Qué carreras y qué coces cuando iban desde la cuadra hasta la pila del agua, donde uno de los tíos le daba briosos meneos a la bomba. Luego caía la tarde y echaban la última, antes de irse, con los críos ya derrengados, con las rodillas llenas de escorchones y bergantos, y algún siente en la culera. A la yaya Juana la enterraron con la baraja. Con la baraja y con los huesos del yayo Paco, que la precedió en bastantes años. Como se ve que reñían más que otro poco les colocaron una lápida que dice: «Francisco y Juana, juntos y en paz», sin más.
Hace tiempo que no juego al guiñote. Hace tiempo que no veo a nadie jugando al guiñote.
«Ganan estrados / los disciplinados / y a los descarados / así nos va.»
Va por usted, don Heraclio.
Y si quieres jugar en tu ordenador al guiñote, puedes bajarte de aquí un excelente programa, hecho por César Espona, eso sí, cuando lo descomprimas, recuerda cambiar los símbolos raros que hay en los nombres de los archivos por una eñe, o no te funcionará.