40 de mayo


Qué bien, qué bien, por fin nos podemos quitar el sayo. Por fin pasó el dí­a dichoso en que hasta las viejas admiten que han llegado los calores, y es hora de desprenderse de chales, rebecas, calcetines y mostrar las chichas lo más posible para notar el fresquito, y de paso que nos dé un poco el sol, que hay que ver lo blancuzcos que estamos. Una piel morenita siempre ha sido paradigma de salud y vitalidad. Ya se están examinando los chicos, ya van a comenzar de un momento a otro las vacaciones de verano, ya florecen por doquier los puestos de venta de helados, los escaparates se llenan de maniquí­es en biquinis coloridos y varoniles bermudas floreadas. La gente enseña los deditos de los pies. Oh, qué lindos. Los dedos de los pies tienen algo de infantil y de inocente. Hay escotitos y escotones, hay bí­ceps, hay torsos peludos, hay bronce, mucho bronce, los cuerpos echan humo tendidos al sol, el inclemente sol, ese traidor que te quema siempre, porque siempre te descuidas de él.
Y los pantalones cortos, ah los pantalones cortos. De repente volvemos todos a la infancia y vestimos de corto. Esto es lo mejor del cuarenta de mayo, que con la relajación en la forma de vestir, por fuerza ha de venir la relajación en las actitudes sociales, austeras y frí­as de las temporadas invernales. Cuánto daño nos hace el ir vestidos; porque la vestimenta no sólo nos da calor y protección, no, también nos otorga estatus, grado, representatividad. Uno, cuando se viste, se inviste, y de Juan o Pedro o Marí­a o Pepa, pasa a ser el ejecutivo agresivo, el señor trajeado, la dama elegante, el médico, el bombero, o el chica de servir. Si uno va desnudo es, a priori, igual que cualquier otro; si uno va vestido ya es más o es menos. En verano todo es más suave, más gracioso, más leve y pasajero. ¡Cómo pueden reñir agriamente dos señores en bermudas, sombrerito de paja y ridí­cula camisa floreada!
Oh, cuarenta de mayo, dí­a de cambiar la ropa del armario, sacando las camisetas con propaganda del bar de la esquina, del taller del cuñado, de la carrera pedestre, sacando las sandalias, las bambas, las gorras de visera, los zapatos con rejilla, y escondiendo las bufandas, los jerseis, la trenca. ¿Por qué no celebramos el cuarenta de mayo en vez de la navidad, esa sosa festividad que siempre cae en tan mala fecha, con tanto frí­o que no se puede festejar nada?
Bienvenido seas, cuarenta de mayo, y ojalá te llevaras los sayos para siempre jamás..

6 respuestas a «40 de mayo»

  1. Llevo semanas sin sayo y la verdad que estoy escamadí­sima, porque en Gijón no es que tengas que esperar hasta el 40 de mayo, es que tienes que esperar casi hasta julio.

    Un beso, y muy chulo el post sobre las preguntas de los niños ¿eh?.

  2. Eso!! ¡¡Yo quiero ser nudista a todas horas!! (aunque vaya pasta en depilación, chicas…)

  3. Yo odio los armarios, los cambios temporales de ropa… El proceso es tan tedioso que me dan ganas de tener ropa de entretiempo siempre o de emigrar a las Canarias… Lavo y plancho todo lo que voy a guardad y lavo y plancho todo lo que voy sacando de bolsas, cajones y altillos. Eso dos veces al año, con lo que, entre unos y otros, gasto un mes al año en pelearme con la ropa… ¡Esto no es vida!

  4. Pos sí­, pos todos moní­simos, lástima que los de la izquierda estén tannn juntitos… como siempre, el sexo femenino tiene más pelotillas pa tó.

  5. Pingback: 40 de mayo |

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