Yo tengo una rodaja de limón
en un vaso de ginebra
y unos muslos oscuros que me abrigan
al fondo de la noche turbulenta.
Y tuve la lúcida conciencia de no ser
un caminante más de las aceras
las madrugadas agrias y amarillas,
frías, despobladas, soñolientas.
Tuve una vez los ojos de un cachorro,
sonrisa de muñeca,
libros debajo el brazo, talismanes,
contra la indiferencia,
ideas, ideas, tuve ideas.
Ideas golpeando las ventanas,
rompiendo los cristales como piedras,
ideas explotando como pompas
de jabón en mi cabeza,
ideas explotando como bombas
de lenta, lentísima espoleta,
que arrasaron por dentro de mis venas
los cinco litros de sangre que me tocan.
Mi cuerpo aún se quema.
Tuve una lucha que dicen que he ganado,
y el planeta entero lo festeja,
hay luces, música, espectáculo,
vírgenes bailando en las cunetas,
alegría en las caras de las gentes.
Y sólo hay caras, fachadas, marionetas,
títeres felices con las cuerdas
más largas de la historia. ¿Quién recuerda
palabras verdaderas?
¿Quién sabría reconocerlas?
Tuve una vez instinto animal, quién fuera
animal violentamente simple,
quién fuera otra vez guerrero con espada,
quién fuera blanco contra negro,
piedra contra piedra,
quién fuera cruzado contra quien fuera,
quién fuera el enemigo y distinguiera,
el uniforme gris de su bandera,
quién tuviera tan claro como tuve,
en otro cuerpo, en otro mundo, en otra era,
lo maligno que enfrente me retaba
con su cara de vieja
puta pintarrajeada, de diablo, de moderna
niña maquillada, feliz y satisfecha.
Tuve una vez conciencia de lo inútil
de cantar a capella
entre ruidos de cláxones y ruidos
de fanfarrias, de himnos, de trompetas
anunciando el triunfo de los triunfos,
la derrota de todas las penas,
y los aplausos del coro de admitidos
a la derecha
del padre en las alturas. Amén. Así sea.
Hoy tengo una rodaja de limón
en el fondo de un vaso de ginebra.
Vivimos en libertad: no hay elección.
De un trago, sin hielo, sin tristeza.
Tomás Galindo