Querría que nunca me necesitaras pero
necesítame. Que fueras como la luz
que viaja siempre recta y donde no,
asombra. Como el aire que penetra
por todas las rendijas. Pero búscame
con la mano ciegamente a oscuras.
Que fuéramos barcos que apenas cruzaran
sus estelas. Pero abórdame.
Con garfios y con sables y una botella de ron.
Quisiera verte alta en la ventana
mirando al mundo con el sol de frente.
Y que fresca y desnuda te sentaras leyendo
apoyada en la almohada, entimismada.
Pero solicítame.
Ojalá fueras una isla en lejanos océanos
límpida y misteriosa con su arena sin pisar
y cocoteros frescos, sin más robinsón ni más piratas.
Ojalá me mirases arriba en la colina
y ninguno de los dos diéramos sombra,
ojalá te mirase tan de frente que no hubiera
ningún horizonte tras tu cara.
Que nunca necesites de mi boca, ni mi brazo,
ni mi coche, mi plato, ni mi lecho, pero
que eso no tenga nada que ver con comerte los pechos.
Que no tengas que volver la vista para buscarme
ni sepamos las idas y venidas, sólo los encuentros
(a media luz, a medio camino, a medio vestir)
Que nunca me necesites como yo. Pero elígeme
para la risa y para la cama y también para las penas.
Y para la vida en general. Y sobre todo
que nunca necesites que te necesite. Pero.
Tomás Galindo ©