a veces uno cae hacia adentro
ya no es estatua blanda en la hornacina de los ascensores
ya no figura en los listines ni le llaman de usted
es algo oscuro
oscuro de sin luz
entonces se es un territorio un nudo de caminos
es frontera y muro de lo ajeno como campo que se mira desde este lado del abismo
no se comprende el otro lado y sus extrañas luces
a qué los ruidos de motores de músicas de alaridos
en este silencio íntimo de la propia víscera
a veces uno pierde los relojes y se mira la muñeca desnuda
y en la ventana ve al sol correr en círculos
la gente abajo moviéndose acelerada como en esas películas rápidas
y en un latido tomas el café lees el periódico escuchas las noticias sin oírlas
y en el siguiente estás sentado en tu trabajo preguntándote cómo fue el viaje
vuelves a mirarte la muñeca y es de noche
una puerta cerrada te ampara
fuera está el tiempo con sus dientes y sus garras
sus dieciocho cigarrillos sus cuatro cápsulas sus dos platos postre pan y vino
aquella muchacha aquella muchacha hermosa qué te decía
por qué te miró con dulce tristeza
por qué no pudiste apartarle el pelo de la cara decirle hace buen día
mirarla como si te dieras cuenta
pero no
te comiste hace tiempo los ojos y los síes
y en una lenta digestión de culebra sólo te alimentas de tu carne
reposada entre almohadones apelmazados y un sofá que no sabe contenerte
un sofá triste ni perro ni gato de aquella color
que está enfrente de todo porque después ya no tienes nada
a veces uno está así desnudo en el sofá enhebrando certezas
porque ni el perro muere ni la rabia acaba
y mañana
ah… mañana
será el mismo día que hoy con sus goces importunos y alguna que otra miseria cultivada
habrá que regar el árbol de las traiciones
y matar a alguien siempre hay que matar a alguien para pasar el día
es una tradición inoportuna el darse cuenta como que falta azúcar al café
ir corriendo a ninguna parte y llegar pero no del todo
como si un hombro o una rodilla aún no se hubieran presentado
nunca hay que estar enteramente entero siempre impreciso
con la media sonrisa de fondo de armario
que viste tanto como un traje gris
en la media docena aún tienes un sitio
luego te difuminas en la cola allá atrás entre los jubilados y la gente de uniforme
cuánto hace que no ves un niño
¿has visto que ahora los maniquíes en los escaparates no tienen cabeza?
asomado a la ventana fuma que te fuma
seguramente son las once
Tomás Galindo ©