Lo malo del tiempo no es que pase, es que se atasque
y te quedes como ballena en playa extraña,
varada en tu adolescencia,
o en los primeros años de tu vida adulta,
sin progresar hasta el hoy.
Pero ya no puedes ponerte aquellos vaqueros,
aquellos ¿recuerdas? que ya te costaba ponerte
y mucho más quitarte,
con aquella primera vergüenza,
que doblabas con cuidado sobre el asiento de atrás.
No podrías ponértelos, lo sabes.
¿Por qué no quieres saber que tampoco
aquellos besos son hoy de tu medida,
que aquel amor de dieciséis ya solo puede
vivir en latas con fotografías, en fondos de cajones?
Eh, que los príncipes se han vuelto marrones.
Tú has acabado por no quitarte las gafas, como antes,
cuando andabas tropezando con muchachos que creían
que tu mirar estaba lleno de intenciones.
Tenías un encanto, hoy tienes otro y no lo sabes.
Querrías ser la que eras
cuando me enamoré de ti.
Eso no funciona así, muñeca.
De tanto buscar los dieciséis, los perdidos dieciséis,
no te vas a encontrar con los cuarenta.
Los espléndidos, los soberanos, los hermosos,
los cuarenta tesoros que te escondes
bajo un montón de blusas y de medias
de carmines y cremas antiarrugas,
y están ahí, ornándote, enmarcándote,
a la vista, esperando a que los mires, te mires,
saborees tus hermosas imperfecciones
y cantes más alto que nadie el aria de la diva
que estoy esperando para aplaudir. Te.
Tomás Galindo ©