Lo importante, me dijo, no es ser poeta,
lo importante es beber con los poetas ¿tú me entiendes?
mear contra la misma pared con el concepto en la boca,
birlarles las novias, pobrecitos, a los que tengan,
ahí radica el arte.
No, no es la grave reflexión ante la cuadrícula,
es sacar de fumar y decir pestes de este o aquel,
o elevar a las parnásicas nubes al elevable.
Sobre todo bendecir al maldito
y abrir bien la boca cuando se trate de comulgar con sus piedras de molino.
Amigo ¿a quién le importa un papel que vuela,
una hoja que cae en cualquier suelo desconocido,
una palabra que oirá seguramente un sordo?
Somos lobos y nos olemos y nos mordemos y nos seguimos fieles,
las ovejas no son familia, de ellas simplemente nos alimentamos.
De qué te serviría que te balaran, eso a los perros
que las llevan y las traen.
Aunque se han dado casos, el poder del aullido es notable,
de ovejas que lo oyeron y devinieron tórtolas, raposas o musarañas.
Tú tienes que vivir como lobo, como poeta, es lo mismo.
De qué te serviría vivir como mecánico, funcionario, conductor del bus
y escribir poesía ¡vívela!
Serías un médico que vive pintando paredes y no curando,
un pescador vendimiando, una puta rezando el rosario.
Fuma, maldice mirando a los ojos, inclínate la boina,
quémate la bufanda con el cigarro en un gesto airado,
jura en alta, clara, campanuda voz, que no estás en venta,
escribe en márgenes y servilletas,
pinta flores en manos diminutas y bésalas en la palma,
abraza a las muchachas oscuras y mira displicente a las claras,
mata al maestro y véngate en el alumno (sabes lo que te hará).
Arrastra un carro de palabras a empujones
de manera que se te caiga alguna y písala con indiferencia.
Quémate los ojos leyendo sin luz,
date golpes en el pecho por ir tan tarde, tan atrás entre todos
que solo descubres lo descubierto y piensas lo pensado
y quieres decir lo que ya han dicho mejor. Jódete.
Eso es vivir en el verso. Ven.
Serás uno de los nuestros, también te insultaremos,
diremos que equivocas culos y témporas, que regüeldas metáforas,
que pedes prosopopeyas proparoxitonantemente,
que salseas la urdimbre argumental con parásitos rimbodianos,
lorquianos, nerudianos, lo que sea que te parasite.
Serás estigmatizado, vapuleado, pateado en los huevos, besado con lengua,
dado por culo y sacado en hombros y dado vueltas a la fuente.
Alguno te prologará.
Alguna se te abrirá de piernas (o alguno también, no lo desdeñes).
Te morirás de gusto y de disgusto, según días.
Y tendrás un nombre escrito en algún lado y serás feliz y aborrecerás todo eso
porque no es lo que tú imaginabas de niño, ni remotamente.
Un día, quizá no por casualidad, bajará el ángel y te dará un beso en la frente
y pondrás un milagro en un papel, más bonito que un San Luis,
más profundo que las tripas y los pozos,
más alto que las torres y las cimas nevadas,
¡un milagro en un papel!
y seguramente con los vapores del vino y el humo no nos demos cuenta,
o quizá alguno sí y llore, llore con el hallazgo,
porque esas cosas aún nos hacen llorar,
por eso somos lo que somos, lo que eres, lo que morirás siendo.
Es poco, pero es todo lo que queremos conseguir al fin y al cabo.
Y ahora ráscate el bolsillo y paga esta ronda, te toca, poeta, capullo.
T. Galindo