Los poetas nunca son un ejército,
pueden ser una banda de tambores,
un orfeón tampoco, no conjuntan
sus voces para tanto, un coro
de taberna quizás, o como mucho
borrachitos silbando en madrugada,
borrachitos que no encuentran su casa
van a oscuras, a tientas, tropezando,
nada remotamente parecido
a una milicia que dispare letras,
a defensa o baluarte, ni siquiera
espantapájaros del campo de la idea
ya no asustan a cuervos ni gorriones,
les comen el grano y guardan la paja.
Con pompas de jabón se ataca poco,
con aire y con colores no se gana
ni una riña de perros, ni a una mantis.
Los poetas están amontonando
unos sacos terreros de palabras
con los que piensan detener las hordas,
con proclamas.
¿Qué hacemos con ellos, estos tontos,
estos tontos de baba de poetas?
Estos tontos dan pena y alipori,
estos tontos están por las esquinas,
de pie sobre banquetas en tabernas,
pintando frases tontas en paredes,
cantando tonterías en el metro,
llevando tonterías en pancartas.
¿Qué podemos hacer con estos tontos
molestos como moscas cojoneras,
ruidosos como niños en recreo,
inútiles como ronzal de gato?
Ensucian el paisaje los poetas
pintando margaritas en las grúas,
ojos en las paredes de ladrillo,
árboles en las chimeneas;
qué podemos hacer con estas rémoras
que pesan?
Van dejando al pasar su cagarruta
sin detenerse, igual que las ovejas,
emponzoñan las aguas de los ríos
restregando desnudos sus vergüenzas
hasta delante de nuestras mujeres,
pues no tienen pudor, como las bestias.
Qué quieren, qué pretenden de nosotros
si acaso pueden tener alguna meta,
elaborar un plan conjuntamente
un batallón de pulgas que no sea
dañar a quien, de al cabo se alimentan.
Habría que cogerlos uno a uno,
son chuchos sin collar que callejean,
meterlos en un saco y ahogarlos
sin miramientos, compasión ni pena,
como medida higiénica a los poetas.
No son ejército, peor aún:
impedimenta.
T. Galindo ©