Hay un hombre en mí que desconozco:
ese que ven los ojos de los otros.
Esa persona, habitual y ajena,
me sorprende a veces reflejada
en el espejo de un escaparate
y lo miro como a un desconocido
vagamente familiar que me cruzara
por la calle y me sonara de algo
y me obligase a hacer memoria.
Está mayor, apenas lo conozco,
yo que me sé tan joven e inseguro
no comprendo su aplomo y parsimonia,
el hablar lento y grave que la gente
confunde con mesura y raciocinio
y que yo sé, desvelaré el secreto,
que no es más que el esfuerzo
de un pensamiento que gotea apenas.
No obstante tiene suerte, reconozco
que yo no conseguí lo que disfruta.
Sin duda bendecido por los dioses
alcanzó muchas metas impensadas
por simple vocación de tentetieso,
ni más mérito que dejarse guiar
por quien le quiso. Albricias.
Tiene los movimientos de mi padre,
por eso algunas veces lo confundo,
con aquel que me llevaba de la mano
y me compraba pipas y tebeos.
Por eso le perdono algunas cosas
que en otros miraría displicente,
pero ahora sé que ser condescendiente
conmigo mismo me hace dormir mejor
y a estas edades es gran filosofía
ceder por un buen sueño los principios.
Reconozco que a veces no se viste
todo lo conjuntado que debiera,
que va sin calcetines, despeinado,
con una cierta pinta de ir sin gafas
palpándose el bolsillo por si hubiera
olvidado las llaves o el dinero.
A veces lo descubro en una foto
sonriendo en medio de los suyos
y yo, siempre en penumbra y zozobrante,
capitán de un barco que naufraga,
me ilumino y me agarro al salvavidas
de verme en una foto donde algunos
me han hecho sonreír y sosegado
suspiro con alivio y me concilio.
No comprendo muy bien a ese sujeto,
sus maneras a veces me incomodan,
a veces hace cosas sin pensarlas,
su sombra no le sigue y me doy cuenta
de que su mano izquierda es mi derecha.
Algo brilla en sus ojos y no sé
si será una bombilla desde enfrente
o se siente observado y es travieso
y me devuelve el estupor de verle,
lo mismo que en el zoo cuando miras
a los gorilas y ves que ellos te miran
y ya no sabes bien quién mira a quién,
los dos miramos al otro en su reflejo
un poco disgustados, pero un poco,
como diciéndonos al cabo: no es mal tipo.
Tomás Galindo ®