Cabrón que nos gobiernas con mil culos
y una sola cabeza en los billetes,
hormiga reina de los corredores
subterráneamente aposentado.
De dios se dice que está en todas partes,
al revés que tú: no estás en ninguna,
pero en esa omniausencia evanescente
penetras las rendijas de las cosas
con pinchuda raíz de mala hierba,
y trepas y te extiendes y emponzoñas
las claras fuentes con tu sucia orina.
Eres vacío que lo absorbe todo
¿dónde estás que se te siente sin ver?
Agujero de todas las paredes
por donde entra el frío y nos habita,
nos arrebata el don de los hogares,
la intimidad caliente de lo nuestro.
Eres reloj, metrónomo, batuta
cerniéndose anónima en las calles,
flecha que nos señala los caminos
y no nos acompaña, nos vigila,
lobo que pastorea los corderos
¿cómo no te han mordido los tobillos?
¿por qué no te lapidan cuando pasas
rodeado de todas tus viseras?
¿qué dios te dio la bula, qué demonio
paga el contrato que firmó tu sangre?
Uno de cada mil, de cada miles,
tiene un cordón umbilical con otro
y otro, igual que si fueran telaraña
con el mundo atrapado. Somos presa
de su voracidad inacabable.
Uno de cada mil, de cada miles
sonríe mientras monda el esqueleto
de todos los demás, los que no pueden,
no saben, no deciden ser la puta
con los ojos vendados y balanza
que inclina el plato a donde dice el dedo.