Los hombres aprendemos poco y a destiempo,
en cambio las mujeres nacen sabias.
¿Nunca te has fijado en que hay niñas
que desde bien pequeñitas, apenas levantan del suelo,
ya saben más y mejor que tú
por qué aquel está triste y el otro alegre,
por qué no debes ponerte esa camisa sino aquella otra,
por qué esa mujer te hará daño
y esa otra te curará?
El niño grande y la mujer pequeña
conviven asombrados uno de otro.
Tienen los ojos grandes y te ven el fondo,
lo que piensas y lo que no quieres pensar.
Porque enfrente suyo no quieres pensar ciertas cosas.
Eres transparente.
Nacen así, amantes, madres,
personas con todos los sellos y diplomas,
mientras que a ti te cuesta crecer más que a los árboles
y los monos y los perros aprenden sus trucos
mientras tú aún estás intentando unir el papel con el lápiz.
Cuando tú las miras ya te han hecho el currículum,
estás medido, pesado, saben lo que vales
y lo mucho que tendrías que pagar por ellas además de tu alma.
Eso es lo que sopesan de ti: si podrás subir lo bastante
para ponerte a su altura.
Por eso hay tantas mujeres cabizbajas:
nos están mirando.
T. Galindo ©