Cuando yo era muy pequeño, pero muy pequeño mi abuelo me contaba cuentos que no eran cuentos, sino historias de viejos, de un pueblo lejano donde tenía una mula y ovejas, que a mí me parecían animales fantásticos, mucho más que el perrito de la vecina de arriba o las palomas que venían a comer las migas que les echábamos en el parque. El abuelo sabía matar al mosquito que quería picarme y me ponía mercromina en las rodillas cuando me caía, y soplaba y no me escocía. Por la noche me llevaba de la mano a la cama, me daba el vaso de leche y me arropaba. Una vez me vio metiendo el dedo en el azucarero y chupándomelo y se echó a reír. Entonces cogió una cuchara, la llenó de azúcar y me dijo -«Verás lo que voy a hacer», y abrió la ventana y ¡zas! lanzó al aire el azúcar y me dijo: -«¡Mira, mira!» Y yo miré al cielo y allí estaban todos los granitos de azúcar brillando en la noche arriba arriba. Abrí tanto la boca que se me cayó el chupete.
sólo de leer eso del azúcar se me sube el mismo…
Qué dulce
🙂
Querido amigo: si hace años cuando te preparé los tacos de gomaespuma para separar las calles de las pistas de atletismo, hubiera conocido esta historia en vez de sal, los debería de haber rellenado con azucar. Saludos,y besos para tu esposa.
una ternura el nono
como no recordar algo asi a traves del tiempo? 🙂
Es increible cómo recordamos a los abuelos…yo, a la mía, todos los dias….con una ternura ….¡¡¡
pechiocho, mu bonito, bell’o bell’o da vero
Me ha gustao un montón. Lo rechupeteo.