Decía George Orwell allá en 1942 y escribiendo sobre Rudyard Kipling que era un buen poeta malo, y se sacó del bolsillo una clasificación muy original de la poesía y los poetas, algo así como que la poesía se divide en buena y mala, y los poetas a su vez en buenos y malos. Ojo, que la división tiene truco. Así hay buenos poetas que hacen buena poesía y malos que la hacen mala, pero lo curioso es que también hay buenos poetas que escriben mala poesía y malos poetas que la escriben buena. ¿Seré capaz de explicarme?
La buena y la mala poesía son eso, obviamente. Pero hay poetas capaces, gracias a su buen oficio, a su pericia, a un sentido superior de la belleza, incluso gracias a su gracia, que son capaces, decía, de casi emular la buena poesía en sus composiciones, de elevar, a base de buen hacer aquello que escriben hasta un peldaño inmediatamente inferior al de la buena poesía. De acercarse a la poesía de auténtica calidad artística y moral, y de hacer, incluso, una poesía importante. No, no son capaces de llegar a la pureza emotiva de la poesía, que es dama que no otorga sus favores a cualquiera, no encandilan con su arte, no te rompen el corazón con esas palabras que son cuñas que abren las almas y dejan brotar las emociones. No llegan adentro del todo del espíritu poético, pero se arriman, andan un camino ameno y es agradable andarlo con ellos. Esos son los buenos poetas que escriben poesía mala, como Antonio Machado, como Joaquín Sabina, por citar dos de los más leídos y conocidos. Ejemplos el uno de maestrillo que tejía un verso simple, fácil de leer y entender aunque desprovisto de color, de música y sobre todo, de enjundia, de fondo. Sus poemas eran lecciones para chiquillos, bien dichas, pero sin más, buena poesía mala para gente simple; poesía útil, necesaria quizá para quienes empiezan a leer poesía y descubren luego que hay más, que ese poeta tenía un hermano que te ponía los pelos de punta (por ejemplo). Poesía de segunda división, que también tiene su mérito. Como lo tiene Sabina, y otros como él que escriben canciones y venden libros, que gustan, que gustan mucho, que tienen gracia y juegan con la palabra y saben lo que la gente quiere oír y leer y lo que les motiva, y que son capaces de escribir la misma canción cien veces con distinta letra, y que parezca que es otra canción aunque sea siempre la misma.
Por contrario, hay otros poetas que están reñidos con la musa, que se dan de tortas con el arduo, fatigoso, escondido oficio de escribir. Piensan, sí, piensan bien, son capaces de encontrar la esencia, el producto poético, la síntesis de la emoción, pero les cuesta horrores comunicarlo, o lo hacen de manera burda, o son tan personales que el resto de las personas no les entiende, o se van por los cerros de úbeda. Son poetas que te hacen tropezar con los versos en vez de deslizarte por ellos; poetas que te presentan una ventana cerrada pero te dejan entrever que detrás está el luminoso paisaje; poetas que andan a trancazo limpio (o sucio) con el idioma, que te llevan a Roma por el camino más largo y lleno de charcos que puedes encontrar (entre ellos se da mucho el malditismo). Gente como León Felipe el antipático, Panero el loco o Gloria Fuertes la que no sé si chocheó o se cachondeó.
No sé dónde está el distingo, en qué exacta línea del tejado cae la vertiente hacia el lado de la buena poesía o la mala, pero ahí está. Uno lee a Bécquer lo de las oscuras golondrinas y no llega a darse cuenta de lo mal rimado que está, el revolcón que le da al arte poético es grande en esa y otras composiciones, y sin embargo qué hermosa. Cualquier otro poema lleno de rimas en -ar y en -án, con los verbos al final para que pegue la rima facilona, seguramente sería un bodrio y un suspenso en el taller de poesía de la asociación cultural del barrio, que lleva ese señor tan tieso con pajarita. Y sin embargo qué hermosa.
Tampoco sé qué separa al buen poeta del malo, pero un pajarito me dice al oído: -«Este sí, este no, este sí, este no…»
Ah, esta va siendo mi lista, cuatro gatos a modo de ejemplo:
Buenos poetas de buena poesía: Bécquer, Lorca, Miguel Hernández, Quevedo, Rafael de León, J. R. Jiménez, Storni…
Buenos poetas de mala poesía: Antonio Machado, José Ángel Buesa, Campoamor, Rubén Darío, Lope, Góngora, Juan de la Cruz…
Malos poetas de buena poesía: León Felipe, Gloria Fuertes, Leopoldo Panero, Villena, Borges, Amado Nervo, Neruda, Guillén, Alberti, Sabines…
Malos poetas de mala poesía: -a estos que les/nos den por saco-
No dejes afuera de las clasificaciones a «Anónimo», aquel que le dió vida al hombre del cual me enamoré perdidamente a los nueve años: El Cid Campeador.
Adónde lo encajarías?
Sí, sí, «Anónimo» es muy bueno, pero a mí me gustó más cuando escribió «Las mil y una noches» o «Lazarillo de Tormes», la verdad.
Nunca nadie le rinde homenajes!
Yo estoy muy enojada con los intelectuales por este motivo.
Anónimo, el autor de tantas obras maestras, de tantas amenazas hechas en collage con recortes de papel de diario, de tantas bromas telefónicas, es y será el más grande de todos los tiempos.
Se sospecha que también fué quien inventó el cigarrillo y la piedra para raspar los talones de los pies. Un genio de perfil tan bajo que se pierde en el suelo.
Yo amaba esa foto de Gustavo Adolfo, la amaba al punto de tenerla en la cabecera de mi cama para ser lo primero que vería al abrir los ojos… me trajiste ese hermoso recuerdo…
Quevedo estaría totalmente de acuerdo con tu clasificación.
Gloria Fuertes no chocheaba, se cachondeaba, así de simple ¡20 patos, qué patada!