Este cuento no es un cuento,
trata del tío Perico,
un viejo gruñón y grande
en tiempos muy conocido
pues dicen que otrora fue
como la copa de un pino,
reía como un campano
en su torre los domingos,
y más de una y más de dos
soltaban por él suspiros.
Dicen que casó con una
que le sorbió los sentidos
y fueron ambos felices
y más al tener un hijo.
Nunca se vio en una casa
más alegría, más mimos,
ni unos padres tan dichosos
y embobados por su niño.
Pero el niño no medró,
era débil y enfermizo
y lo quiso Dios llevar
y así la casa deshizo,
porque no quiso la madre
dejarlo solo, no quiso.
Y Perico se quedó
sin Pilar y sin Pedrito,
y sin brillo en la mirada
y sin rumbo y sin destino.
…Si te mueves por el centro
seguro que lo habrás visto.
Se pasea por el parque
muy viejo pero muy limpio,
achacoso y arrugado
pero todavía erguido,
puede que sin afeitarse
todo que hubiera debido,
fumando una tagarnina
y oliendo una pizca a vino.
La chaqueta con coderas,
pantalón descolorido
con brillos de gris y negro
y con los bajos zurzidos;
una boina hasta las cejas,
y le acompaña un perrillo
que diríase su sombra
si no fuera tan canijo.
Cada día da un paseo
siempre con paso cansino
buscando sol y calor,
y quedándose dormido
en el banco de la tapia
entre jazmines y lirios.
Y cuando cae la tarde
el perro con un ladrido
le avisa de que ya es hora
y él le contesta: -Ya mismo.
Porque conversan los dos
como si fueran amigos.
Suele acercarse al estanque
al tobogán y al columpio
viendo a los niños jugar
entre carreras y gritos
como si fuera buscando
en alguno un parecido
a aquel que se le murió
sin llevarlo a un tiovivo.
Y llegó un día feriado,
había venido un circo,
por todas partes sonaban
sirenas, fanfarrias, pitos,
había algodón de azúcar
churros y buñuelos fritos
y un globero con mil globos
tirando de mil hilitos.
Los niños andaban locos
viendo globos tan bonitos.
Y allá que se fue nuestro hombre
metió la mano al bolsillo,
sacó un billete muy grande
y -Los compro todos- dijo.
Cogió los globos y luego
cortó de golpe los hilos,
y allá se fueron al cielo
los globos en remolino
de verde, rojo y azul,
de morado y amarillo.
Y se secó un lagrimón
de lo menos medio litro
mientras miraba los globos
y decía:
…-Pa mi chico.
Tomás Galindo
No se lo digáis a nadie, pero a mí la poesía que más me gusta es la del Piyayo… y ésta tiene esa misma hondura.
Este romance es muy bonito, tierno. Me ha emocionado.
Gracias, Oz.