Urbanos como yo, los plataneros,
cuyo fruto es la sombra y los gorriones,
desfilan mayestáticos, serenos,
por entre la vorágine de coches.
Parece que están presos, pero no,
sin poder escaparse de su alcorque,
esa suerte de cárcel de los árboles
que consigue convertir a nuestras calles
en antónimo triste de los bosques.
Mas no, los plataneros no están presos
que por la noche los plataneros corren,
bailan, se citan en las plazas
se dan la rama como el brazo, se oye
un aleteo apenas de murciélago
que es toque de silencio, y a ese toque
saltan y vuelan y caminan
y danzan sin parar toda la noche.
Cuando amanece, ya se van parando,
donde puede cada uno ya se duerme,
nunca nos damos cuenta que cambiaron
de un sitio a otro mágicamente,
y eso es porque no tiene nombre
cada cual, que no se esconden.
El mío sí, se llama Margarita,
puede no parecer muy pertinente
poner nombre de flor a un árbol grande,
pero le gusta, me lo dijo un día
que entró por mi balcón su rama verde
y me dejó de regalo un pica-pica
simpática bolita de juguete.
Bolas de platanero, perdigones
de jugar a vaqueros y a piratas,
inocua munición, ojalá fueran
las balas de verdad así de blandas.
Con cariño de chucho o de paloma,
amo a los plataneros locamente,
me fascina su piel impresionista
jirafa de madera que imponente
se asoma a mi ventana y me depara
cada día un cuadro diferente.
Yo sí que los distingo, el de la plaza
suele ir a beber donde la fuente,
el de la fuente, en cambio va a la iglesia,
le gusta conversar con los cipreses.
No son iguales no, fijaos bien,
los árboles urbanos se parecen
como nos parecemos las personas
pero iguales no, son diferentes,
los hay alegres con mirlos o estorninos,
los hay tristes, podados con muñones,
hasta los hay enamorados que te enseñan
un par de entrelazados corazones,
o le tapan los ojos al semáforo,
o les gusta jugar con los faroles
a hacer sombras chinescas en las tapias
y asustar a las viejas con el roce
del viento silbando entre las ramas.
Amo a los álamos, los robles y los tilos
los arces, robinias y las hayas,
pero lo mío con el plátano es tan bello
que me da por cantarle «Algo contigo».
T. Galindo ®