Aún

Porque el tiempo está siempre pasando
he perdido la rosa, la voz, el día,
la dulce trashumancia de las horas,
el perfil del adiós en estaciones,
la vaga situación de madreperla
en las tardes sin sol de los pupitres.
Camino del azar en la inconsciencia
de los caminos y de las verdades,
la esforzada indolencia en que sumerjo
las horas, la visión de los balcones,
los coletazos últimos de otoño.
Pero la nube siempre en las alturas,
siempre la misma, siempre diferente,
enseña que van las golondrinas
por el ferrocarril del horizonte,
sin salirse una uña de su trazo,
como yo permanezco en mis almenas
atento a que la muerte no me sitie,
al viento, a la razón, a los asuntos
demenciales del caos de las cosas,
del corro de los simios uniformes
y la batalla de los paralelos,
al hombre de las rayas y los cuadros
que manda en lo coral y los relojes;
atento a no perder la madreselva
que aroma mi mañana transeúnte,
que ni el río silencie sus canciones
y la hojarasca cruja y la gravilla
baile y cambie la faz de los senderos.
Vigía de las últimas posturas,
en la mayor altura de mi vida
protejo la intención de cada mirlo,
al asno que vocea las verdades
con el convencimiento de lo propio
de esparcir en lo estéril la semilla
parándose a esperar con esperanza.
Aún transito feliz hacia la espuma,
porque el amor me lleva de la mano,
nunca es después si ahora mismo puedo
leer hojas del libro del castaño
que cuentan el sosiego en la virtud
y una cierta templanza melancólica
de alegría conforme con las cosas.
Aún estoy aquí, estoy mirando,
amo tanto, persisto, río, empujo
para sacar el mundo del raíl,
aún estoy aquí como la piedra
en el zapato de los displicentes,
aún mi corazón emprende el vuelo
con cada campanada de la tarde.

  T. Galindo ©

Borrón

Guárdate, España,

de quien guardarte quiere

y sólo es alimaña

que al descuido te hiere.

Es el lobo de ayer,

disfrazado de oveja,

que ahora quiere hacer

borrón y cuenta vieja

                        T Galindo

Il dolce far niente

El dulce no hacer nada es mi pasión.
Yo podría pasarme todo el día
mirando cómo crece una sandía
sin perder un segundo de la acción.
Pero no actúo así por vocación,
me decidí por tal filosofía
cuando entendí que al fin era baldía
la tentativa de la perfección.
La gente viene y va como los locos,
todos con prisas, todos con sofocos,
sin servirles de nada ese trajín,
que los devora igual que comecocos.
Son figuras, mas de futbolín,
pero yo paso hasta de poner…

T. Galindo ©