Carnaval, carnaval

Lo que más me gusta de estos festejos, bueno, de cualquier festejo espeso y municipal, es poder salir a la calle a hacerle fotos al personal. Y si encima van disfrazados, mejor que mejor.

silencio

yo te enseñaré silencio
silencio vivo de gota que cae sobre musgo
del lapso cuando ves el rayo
y aguardas y aguardas sin respirar a que se rompa
silencio de ave contra el azul callada
como una cuchillada al agua
yo te daré silencio en humo
que sale de la casa y se disipa
la casa silente en la pradera quieta
y quietos los gorriones en el cable
y quieta la presencia de la nube
así­ como no suena la mirada
ni la hoja que vuela hasta tu falda
y se queda allí­ junto a tu mano tu peine tu espejito
tu rojo de pasión en la sonrisa
yo paso por detrás y tú me miras
el resplandor del sol me da en los ojos
y me fusilas con luz y no me muevo
callado tras de ti
parece haber un hilo de tus labios
rojo pasión
a mis ojos
rojo pasión
luego en silencio
a qué decirnos
lo que las manos hablan locuazmente
tu pelo en la almohada se derrama
con menos estridencia que la nieve
sobre la hierba verde de febrero
para quien no tenga el don del oí­do
tu pelo en la almohada será un estallido
lo vivirá como un latigazo
para un ciego no será ninguna cosa
y para mí­
tu pelo en la almohada es una gota
de tinta que en la nieve cicatriza
y todo ese silencio sólo rompe
el estallido leve de una pompa
de jabón cuando me froto
tu rojo de pasión sobre mi cuello
.
yo te enseñaré silencio
otro dí­a otra hora otro minuto
otro silencio que no sea
esta tormenta esta explosión este aleteo
otro silencio te diré que no me suene
como este corazón que sobresalta
a todos cuando paso
y que se miran incrédulos buscando
ese fuego de artificio
esa campana oculta
ese bombardeo.
Tomás Galindo ©

Quisicosas

Sí­, yo tení­a que haber escrito algo hace dí­as, es más, tení­a varios temas para desarrollar:

Ya nadie se llama Nuño.
El otro dí­a conocí­ a una Mencí­a. Coño, me dije, Mencí­a a secas no suena bien, alguien que se llame así­ ha de llevar el doña delante ¿no? Es como alguien que se llame Nuño, no es nombre para un niño, sino para un don Nuño, igual por eso ya nadie se llama Nuño, porque ¿cómo le iban a decir al nene, Nuñito? O igual es, simplemente, porque hay nombres que suenan a antiguo, a señor o señora de tiempos pretéritos, a gente arcaica. Ya nadie le pone a su nene Nuño, ni Mencí­a, ni Fernán (no Fernando, no, Fernán), ni Pero, Lope, Mendo, Brí­gida, Urraca, Berenguela, Manfredo, Suero, Gil, Tirso, Oliva, Lorenza, Pabla, Onofre, Ludivina, Severo, Crispí­n, Cunegunda, Sisenando… Habrí­a que hacer una campaña o algo para, por lo menos, que los gitanicos no se llamaran Kevin y Yósua y Mélani y volvieran a sus Rocí­os y sus Migueles de los Santos de toda la vida.

El esbarizaculos de mi padre.
Casualmente encuentro una foto de Zaragoza, me sale por ahí­ inopinadamente, es esta:

El puente de hierro. Cuando yo era chico sólo habí­a dos puentes sobre el Ebro en Zaragoza, uno era este, y el otro el de Piedra, luego se pusieron a construir el de Santiago, que nos parecí­a una obra faraónica. También habí­a una pasarela de hierro, sólo para peatones, en la que habí­a que pagar una perrica para cruzar. La barca del tí­o Toni yo no la llegué a conocer.
El caso es que, siempre que veo ese puente me acuerdo de mi padre, que, de niño, vivió justo al principio, según se entra en la ciudad, en el Rabal, calle Corralé. Y contaba que en aquellos tiempos no habí­a toboganes ni columpios en los parques para los crí­os, o sea, toboganes no decí­a, decí­a esbarizaculos, claro, en buen aragonés, y los chicos, que entonces campaban por sus respetos y tanto daba si se hací­an un escorchón en la rodilla como si se daban un tozolón y s’esnucaban, los chicos, digo, se dedicaban a pasar el puente de hierro por encima, por los arcos, y a dejarse caer esbarizándose cuando llegaban a lo alto. Un dí­a a uno lo tiró el cierzo, lógico, que siempre sopla endemoniadamente por ese tiro de escopeta que viene a ser el Ebro a su paso por Zaragoza, y el chico se agarró a lo primero que pudo, un cable, del tranví­a, allí­ se quedó agarrado el pobrecico para siempre jamás. Ya se sabe, angelicos al cielo. Y a los cuatro dí­as vuelta a subirse a los arcos los zagales ¡rediós, chiqué, que te vas a matar, baja d’ahi cagüen cristo! y a salir corriendo delante del municipal que los encorrí­a a gorrazos, un dí­a a mangarle la garrocha al farolero, y otro a burlarse de los de la manga de regar ¡la manga irriegaaa que aquí­ no llega, si llegarí­a me mojarí­a! y hala todos chipií us, con el frí­o que hace y de pantalón corto, vaya somanta palos nos espera, con la zapatilla…
Hostia, luego los maños estos se volvieron muy chulos y como el puente estaba viejuno ¿qué se les ocurrió? pues nada, nada, vamos y ponemos otro puente al lado de este, que está en buen sitio… ¡no, hombre, mejor dos, uno para ir y otro para venir! Dicho y hecho, y ahora tienen tres puentes junticos, el de ir, el de venir y el de pasear y tirar piedricas al rí­o ¡qué farutes!. ¡No vamos a ser menos que en Madriz! dicen.

La regla
La regla, la regla, tanto con la regla. Que sí­, que a ti no te afecta (¡Ja!) La culpa de la regla la tenéis las mujeres. Si los hombres tuviéramos la regla ya no existirí­a, ya habrí­amos inventado algo para no tenerla. ¡Hay que ver cómo sois de contumaces! Vaya empeño en tener la regla ¡para qué!

Las tradiciones son para joderlas.
Acabemos de una vez por todas con las tradiciones. Para hacer algo hace falta un motivo, y no la mera inercia. Es que en este pueblo es tradición que cada año… ¡qué! ¿que cada año hacéis la misma gilipollez ya no se sabe por qué? ¡Venga, hombre! Pues si lo que queréis es un dí­a de fiesta, o los que sean, primero se elige buena fecha, en junio, por ejemplo, que hace buen tiempo, y no en febrero, que llueve o hace un frí­o que pela para andar por la calle de celebración, y luego se hace algo entretenido, una comida, unos juegos, bailes, algo para chicos y grandes, y no eso del baile de los viejos vestidos de tontos antiguos pegando brincos con los brazos arriba al sonido del tambor y el pito ¿pero hay cosa más horripilante que esos ruidos del tambor y el pito? ¿Y por qué hay que vestirse raro? Y si te quieres vestir raro ¿por qué de aldeano del siglo XIX y no de romano del II, por ejemplo, o de astronauta, o de Elvis? ¿Por qué los trajes tí­picos-folclóricos son de principios del siglo XX y finales del XIX y no de cualquier otra época? ¿Y si gustan tanto las tradiciones por qué no inventamos una? Una que sea práctica y bonita y guste a todos. Y que tenga un poco de lógica, Porrrrrdiósssss.
De momento alguna tradición ya va cayendo. En varios pueblos se celebraba mucho la fiesta de santa Águeda (5 de febrero) y ese dí­a mandaban las mujeres, y el señor alcalde cedí­a el mando a una «alcaldesa». Ahora en varios de esos pueblos ya no tiene sentido la tradición, ya que hay alcaldesas todo el año ¡que se jodan! ¿Qué harán ahora, le darán el mando a un «alcalde» por un dí­a y andarán los tí­os mariconeando?

Expuestos en público

Hace un año hice un reportaje sobre una manifestación antitaurina y lo publiqué, pero ahora he hecho una revisión de aquellas fotos, mirándolas desde otro punto de vista, no el simbólico o relacionado con la noticia, sino uno meramente estético o de fotógrafo, deteniéndome en las caras, en la carne, en la piel, en esas manchas de sangre, y sobre todo en la exposición en público de todo ello. Esto de la exposición en público es algo muy de agradecer, hay que tener valentí­a, sobre todo porque te pueden mirar de una forma que no quieres. Espero que la mí­a sea respetuosa.

Camisetas II

He creado esta nueva lí­nea de camisetas, yo es que soy mucho de comprar de baratillo, en mercadillos y sitios así­ para pobres pero fashion, y ya puesto, pues he hecho una lí­nea de camisetas ateas, ahora que estamos de moda y nos anunciamos en los autobuses. A ver cuándo nos anuncian también al lado de los crucifijos de las escuelas.
No, yo no tengo ningún respeto por las creencias religiosas de la gente, me importan una mierda. Ya lo sabes. Los dioses no tienen amigos, sólo fieles, sólo gusanitos ahí­ abajo. Y no hay ni un solo dios que sea simpático. Siempre he creí­do que no hay ningún dios, pero de existir… ¡vaya cabrón que está hecho!
Mucho mejor expresarlo con mis diseños camisetiles.
















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