¡Gracias Zaragoza!

¡Gracias, gracias! ¡Qué emocionado estoy! Tení­a que ser en mi pueblo, cuna del cinematógrafo español, donde por fin se ha hecho justicia al octavo arte. Veo con el corazón transido de gozo que se han abierto las siguientes calles nuevas en esta ciudad:

Calle de Cantando Bajo la Lluvia
Calle de Sombrero de Copa
Calle de Gatopardo
Calle de la Linterna Roja
Calle de los Siete Samuráis
Calle de La Diligencia
Calle de Los Puentes de Mádison
Calle de Veracruz
Calle de Manhattan
Calle de Con Faldas y a Lo Loco
Calle de Una Noche en la í“pera
Calle de La Ventana Indiscreta
Calle de Belle Epoque
Calle de Volver a Empezar
Calle de Todo Sobre Mi Madre
Calle de Calabuch
Calle de Luces de la Ciudad
Calle de La Quimera del Oro
Calle de El Halcón Maltés
Calle de La Reina de África
Calle de Los Pájaros
Calle de El Ángel Azul
Calle de El Expreso de Shangai
Calle de El Doctor Mabuse
Calle de Un Perro Andaluz
Calle de Viridiana
Calle de El Acorazado Potemkin
Calle de La Gran Ilusión
Calle de La Caza
Calle de Mi Tí­o
Calle de La Atalanta
Calle de El Tambor de Hojalata
Calle de El Maquinista de la General
Calle de La Prima Angélica
Calle de Furtivos
Paseo de Los Olvidados
Avenida de Casablanca
Además, al ladito tienen la Avenida de la Ilustración, la Calle de las Bellas Artes y el Parque de La Razón.
¡Las lágrimas se me saltan!

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(Esto me recuerda que no hace mucho estuve en Rubí­, paseando por la Calle del Atletisme, del Fútbol, del Hoquei, del Tennis, de la Halterofilia, del Ciclisme, de la Pilota Basca, de la Natació, y de la Petanca… no está mal, pero no es lo mismo, eh)

Historias tontas XI – Coches y cortinas


Paula y Roberto o Roberto y Paula, que tanto monta, son una pareja de amigos nuestros, buenas personas, formales y simpáticos. Llevan años ya viviendo juntos y por fin parece que piensan formalizar su relación. No es que se vayan a casar, se ve que eso del papeleo es lo de menos, pero han hecho un esfuerzo económico, se ve que tení­an unos ahorros, y han cambiado de casa; se han ido a vivir a un piso de alquiler amplio y en un buen barrio; bueno, en realidad aún no se han ido, primero lo están arreglando y amueblando, luego se irán. Y también piensan cambiar de coche, ya que el barrio queda lejos de donde trabajan.
Paula y Roberto son dos personas modernas, de este siglo, sin complejos y sin tonterí­as, que pasan de la lucha de sexos y se reparten las tareas de casa. Los dos son buenos profesionales, tienen treinta y tantos años, ganan un sueldo algo
mejor que la media y si les preguntas por los hijos te contestan que cuando se vean en su nueva vida en el piso nuevo se lo comenzarán a pensar, pero que no han hecho planes y tampoco les atormenta esa frase tan horrorosa de que se les pueda pasar el arroz.
Tanto monta, monta tanto, ya digo, Roberto y Paula lo deciden todo a dúo y no se tienen adjudicado un papel por razón de su sexo, los dos friegan el baño cuando les toca, bajan la basura o pliegan bragas y calzoncillos.
– No os creáis que todas las parejas son como vosotros – les digo – Lo normal es que la mujer cocine y el marido arregle el grifo que gotea y esas cosas de hombres.
– Pero se cocina cada dí­a, y en cambio las cosas de hombres como cambiar fusibles y arreglar grifos sólo pasan de vez en cuando – me aclara Roberto – Además, yo cocino mejor que Paula.
– Cierto – dice ésta – tiene muy buena mano cocinando, yo no sé cocinar, o me salen las cosas crudas, o las quemo, o sosas o con un kilo de sal. Hay quien nace cocinera, pero yo no tengo ese talento. Eso sí­, si hay que pintar una pared me las apaño mejor que Roberto, ya ves. Como ves, con nosotros no van los roles sexuales.
Cuando me dijo esto asentí­, pero al momento me asaltó la duda ¿era realmente así­? ¿Es posible que una pareja llegue totalmente a vencer tantos siglos de historia, tantos siglos de división sexual?
– Te oigo, Paula, pero no acabo de creérmelo, qué quieres que te diga. Algún fallo ha de tener tu posición por algún lado ¡no vais a ser los únicos!
– Vale, pues como tú digas, pero así­ es – terció Roberto –
– ¿Seguro? – insistí­. Y mientras lo estaba preguntando se me ocurrió una maliciosa idea – Ahora que estáis poniendo el piso nuevo, y que os vais a comprar el coche, decidme ¿va Paula a elegir el coche y Roberto a elegir cortinas y visillos?
Se echaron a reir los dos, se miraron, se tomaron de la mano mirándose con cara enamorada y casi se interrumpieron en uno al otro para decir ambos lo mismo.
– Pues mira, no lo habí­amos pensado, pero por qué no.
Y ya dialogando entre ellos así­ quedaron.
– Venga – dijo Paula – yo voy mañana a mirar lo del coche.
– Y yo me paso por la tienda esa que nos gustó y elijo las cortinas.
Y todos nos reimos mucho, y cenamos y charlamos y se fueron los dos cogidos de la mano.
Pasó bastante tiempo hasta que los volví­ a encontrar, por separado, aunque con pocos dí­as de diferencia. A Roberto lo vi con una chica guapita, con carita de sonsa, como de veintipocos años.
– Chico, no nos iba bien, ya ves, fue irnos a ese piso y empezar los malos rollos, y de un dí­a para otro cada uno por su lado. Me alegro, porque así­ conocí­ a Julia y nos va muy bien.
– ¿Pero qué pasó pues? Se os veí­a muy unidos.
– Tuvimos una buena por culpa de las compras que hicimos. Por lo visto no tengo gusto para las cortinas, ni para el tapizado del sofá, ni para la lámpara del comedor, ni para la alfombra del baño, ni para la cortina de la ducha, que por lo visto no puede tener delfines saltando.
– ¿En serio me dices todo eso?
– Que qué manera de tirar el dinero, me dijo ¡como si ella no hubiera tirado mucho más comprando un Citroen Furio
– ¡Hostia! ¿Un furio compró? – dije estremecido –
– Color verde amarillento bilis además, aunque esto es lo de menos cuando te dicen que uno compra las cortinas de color azul bolsa de basura.
– Qué fuerte, así­ ya te comprendo, tienes motivos, tienes motivos. En fin que te vaya bien con Julia, parece muy maja.
– En la cama he ganado mucho – me confesó en un aparte Roberto – nunca le duele nada ni tiene jaqueca ni estrés, ni está pidiendo a gritos unos implantes mamarios.
En eso tení­a mucha razón observé mientras me despedí­a de ambos.
Un par de dí­as después vi a Paula, iba del brazo de un señor bastante mayor que ella, rozarí­a la cincuentena, aunque de buen ver, con chaqueta azul marinera y polo rojo, y atractivas canas en las sienes. Se acercaron a un Audi A5 negro, él le abrió la puerta y ella entró y se perdieron entre el tráfico.
Qué cosas.

Temprano

temprano te iré a buscar
vereda de las acacias
el aire oliendo a jazmines
las golondrinas tan altas
un rumor de agua que corre
irá refrescando el alba
ligero andaré el camino
que me lleva hasta tu casa
te encontraré en el jardí­n
tendiendo la ropa blanca
con los brazos levantados
y recogida la falda
irás desplegando al aire
lo í­ntimo de la sábana
que te envolvió por la noche
con tu marido en la cama
te daré los buenos dí­as
con una sonrisa ancha
igual que si no estuviera
recibiendo puñaladas
y seguiré mi camino
cantando como si nada
y tú tenderás la ropa
entre geranios y parras
clavelinas y verbenas
limoneros y albahacas

Tomás Galindo ©

Mis Goyas

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Yo los considero mí­os, durante un mes casi lo fueron. Trabajaba yo en una gran empresa, hoy desaparecida, que tení­a una fundación y era propietaria de cuadros de gran valor, entre ellos estos dos de Goya. Un buen dí­a se le iluminó a alguien la bombillita e ideó hacer una exposición en el sótano de la casa con lo mejorcito de su pinacoteca, habí­a algún cuadro de Viola, Rusiñol, Sorolla, y estos de don Paco. Un mes estuvieron expuestos en ese sótano, muy elegante para la circunstancia, de nueve a dos de la mañana, luego se cerraba. Y al cerrar al público bajaba yo allí­, ya que en el mismo sótano, contiguo a la exposición habí­a una puertita que daba a la biblioteca de la empresa, de la que era bibliotecario titular de dos y cuarto a tres de la tarde este que suscribe.
Naturalmente, no hubo biblioteca más desatendida durante ese mes. Me pasaba los ratos muertos mirando los cuadros, todo el sótano para mí­ solito. De cerca, de lejos, de refilón, a un centí­metro. Junto a estos habí­a también un jardincillo de Rusiñol, que no he localizado, en que te sumergí­as si lo mirabas cinco minutos, y que también de cerca parecí­a una viñeta de cómic y de lejos una fotografí­a exacta y detallada. Me aprendí­ esas pinceladas gorrrrdas de Goya que de cerca parecen un manchurrón y de lejos se transforman en un botón, en un labio, en un ojo. Hay una sombra en una manga que es un único brochazo que parece hecho a mala leche, luego te separas y cobra color, intensidad de luz, naturalidad, vida. No las toqué ni se me ocurrió, aunque bien podrí­a haberlo hecho, las miraba con admiración, con emoción, con la baba caí­da.
Las caras de esos dos personajes te dicen cómo son, hasta el perrico está retratado con su carácter además de con su colita mocha y su hocico brillante. La empuñadura de la espada de don Pantaleón es un auténtico churro a menos de un metro, la espada en sí­ son cuatro pinceladas inconexas, ni siquiera son rectas, pero te alejas y ahí­ está la espada que adquiere peso y contundencia y brillo y carácter de espada de relumbrón. Las hombreras son, de cerca, realmente indescriptibles… cualquier cosa; y el pelo… parece que se volvió loco limpiando el pincel en el lienzo, pero luego se ven distintos cabellos, reflejos, volumen, hasta se adivina el viento que los ha despeinado.
Cada vez que me encuentro con una foto de estos cuadros en cualquier lugar me dan ganas de decir: Mira, mis Goyas.

Última oportunidad

El otro dí­a vi este letrero junto al puerto en Barcelona, de un chico que busca novia, me he decidido a ponerlo por si hay alguna interesada, ya que, como se puede ver, sólo quedaba un numerito por arrancar, se ve que el personal femenino anda ojo avizor con estas cosas y no se puede desechar ninguna ocasión. De nada.