Mapa de Barcelona en platos
A veces vamos a cenar a un restaurante coqueto y tranquilo que hay en la Gran Vía con Rocafort y se llama La Clara.
Bajando al comedor del sótano puedes mirar este espléndido mural, una bonita foto de platos, pero si lo observas con atención verás que es un mapa de Barcelona, donde cada plato representa un punto geográfico de la ciudad. Me dijeron unos cuantos pero se me han olvidado, sólo tengo presentes los más evidentes, aparte del plato vacío con el nombre del restaurante en su situación. El mapa se mira desde abajo, la parte alta de la ciudad, hacia arriba, el mar. Yo tengo indentificados el propio restaurante (evidente), la Plaza de España, La Sagrada Familia, Colón, Canaletas y la Torre Agbar.
A ver si alguien me ayuda y voy situando más puntos en este curioso mapa donde la gastronomía se junta con la geografía, la historia y la tradición.
Pinchando sobre la foto se puede ver en grande, y luego se puede pinchar sobre los platos para ver los que tengo localizados.
¡A la mierda Greenwich!
Estoy hasta las narices de pasar por la autopista A2 desde Barcelona a Zaragoza, o viceversa y encontrarme un cartelón que anuncia que llegamos al arco que indica el paso por el meridiano de Greenwich ¡qué tontería!. Esa rayita simbólica pasa por entre Bujaraloz y Candasnos, en plena comarca de Los Monegros ¡que no sólo es castiza y española sino también la estepa situada más al sur de Europa!
¿A qué viene que nosotros le llamemos de Greenwich? ¡Me niego! Para mí es el Meridiano de Los Monegros. Para no ponerme tozudo accedo, incluso, a llamarlo Meridiano de Alicante, que también pasa por allí y, al fin y al cabo, es la ciudad de mayor importancia de las que roza en España (bueno, cerquita cerquita). Pero vamos, para mí, lo dicho: Meridiano de Los Monegros… ya lo tengo apañado…
Varado
Un ataque de filosofía (qué mal rato…)
Mi mujer me mandó a freir espárragos, y allí que me fui yo con mi atado de espárragos trigueros, qué ricos, a freirlos para hacer un revuelto con huevo, que nos gustan mucho. Me salieron estupendos, uno tiene buena mano con la cocina, pero resulta que tenían efectos secundarios. De pronto me acometió una duda existencial que hice patente pregunándole:
-Cariño ¿quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos?
Y ella, se ve que presa también de angustia vital me contestó.
-Yo sólo sé que no sé nada.
-Pero yo pienso, luego existo.
-Conócete a ti mismo.
-¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!
-Qué absurdo es todo esto, y no habiendo una finalidad, un sentido inmanente a la vida, sólo queda postular la libertad como el eje sobre el que se ha de articular la existencia humana.
-¡Eso, mens sana in córpore sano!
De repente fuimos conscientes de que algo grave nos estaba pasando.
-¿Qué te pasa, por qué tienes en la mano la «Crítica de la razón pura»
-¿Y tú dónde vas con «El espectador» de Ortega?
Y exclamamos al unísono.
-¡Oh, cielos, qué nos sucede!
-Esto tiene que ser algo que hemos comido.
-Pues como no sean los espárragos.
Fuimos rápidamente a ver los espárragos y entonces lo comprendimos todo ¡nos habíamos comido los espárragos filosóficos!
-Con razón nos tienen que sentar mal
-Y suerte tendremos si no nos dan vómitos, diarreas o un cólico.
-Mira que te digo que hay que mirar bien las etiquetas, las fechas de caducidad, los ingredientes… que no le echan más que porquerías a lo que comemos.
-Anda que unos espárragos filosóficos, cómo van a sentar bien, a quién se le ocurre.
-La filosofía sirve para entristecer…
-…como dijo Nietzsche.