Máquina de coger puntos a las medias, para arreglar las carreras y los enganchones.
Amodorrado en la cama me ha dado por pensar en la blandura del colchón de látex tan cómodo que tenemos, y tan limpio y aséptico y enemigo de ácaros y demás bichos, y por contraposición, he recordado cuando mi abuela llamaba al colchonero, un par de veces al año, para varear la lana de los colchones, descoserlos, airearlos, y mullirlos. ¡Y nos parecían en summun de la comodidad! Y tras el desaparecido oficio de colchonero me han ido saliendo otros que veía en mi infancia y que, afortunadamente, fueron pasando a la historia con más pena que gloria. Requiescat, gorigori y tal para ellos.
El colchonero
Venía una o dos veces al año, solían ir por parejas y ser mozos fornidos que voceaban su oficio por las calles. Cuando las mujeres les llamaban y concertaban un precio, extendían unas mantas cuarteleras sobre el suelo, y en ellas extendían uno a uno los colchones. Cogían un colchón, lo descosían, extendían la lana y la vareaban con largas varas de fresno hasta que se mullía y ahuecaba. Luego volvían a coser el colchón, ponían la mano y hale, hasta la primavera próxima.
El trapero
Andaba por las calles llevando a mano, o con una bicicleta, un remolque en el que iba amontonando trapos viejos que compraba de casa en casa.
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