Va siendo hora de reinvindicar el verso como una herramienta más, y de las más vistosas, y a grandes entre los grandes del humor, Jardiel, Mihura, Llopis, Ludi… que hicieron de la rima cachondeo, que es una de las mejores cosas que se pueden hacer con ella (al menos mejor que lo que hacen algunos que aburren a las ovejas a ripios). El humor, esa cosa tan seria, se hace dúctil y maleable, como el oro así contado con la técnica esa de cortar las lineas en cachos y que todos los renglones acaben en palabras que suenan parejo, que es cosa que causa grande admiración. ¡Y el tiempo que se pasarán así estas gentes buscando en el diccionario las palabras por el revés!
Os invito a escuchar esta web, que es graciosa, y eso ya es mucho en los tiempos que corren (que se las pelan): Poesía Festiva
Los Rodeos
Treinta años se cumplen hoy, igual no recuerdo los detalles pero sí tengo una impresión general de la que no me olvidaré con facilidad.
No recuerdo la hora, pero sí que estaba yo en mi oficina en la Compañía del Cuartel General de la Jefatura de Tropas de Tenerife, a la sazón dentro del Cuartel de Ingenieros de La Cuesta, en la isla, y enfrente de la compañía de Sanidad. Empezaron a correr rumores de que había habido un accidente aéreo grave, poco tiempo después tocaban generala, nos reunían y pedían voluntarios para dar sangre, sobre todo de algunos tipos. Un oficial sanitario vino a mi compañía y me ordenó que cogiera una de nuestras camionetas, la cargara de camillas que tenían ellos y la llevara al aeropuerto. Quizá fuera domingo y no había allí nadie, por eso echaron mano de nosotros, y de mí. Fuimos los primeros en llegar con camillas. El humo se veía y se olía a kilómetros, y una vez allí el olor era insoportable. Descargamos las camillas por allí como pudimos (vaya paliza nos dimos entre meterlas y sacarlas) y nos ordenaron marcharnos de inmediato para no estorbar el paso. Pese a que nos ofrecimos voluntarios para lo que fuera nos dijeron que no, gracias. Nos marchamos los tres que íbamos en la camioneta con la impresión de haber visto «algo muy gordo», aunque apenas se podía ver más que algunos montones de hierros retorcidos y humo. Nos llevamos un susto mayúsculo con un ruido tremendo que oímos: se había roto la sirga de una grúa que intentaba retirar algo. Luego vi dónde estaba el avión, a qué distancia, y cómo pedazos de metal que pesarían toneladas estaban a pocos pasos de la entrada del aeropuerto, donde descargamos nosotros. Al día siguiente me enseñó alguien que había estado allí recogiendo restos las fotos que había hecho, espeluznantes, sobre todo de cadáveres, dijo que las iba a vender a Interviú o alguna revista así; menos mal que no las vi publicadas, había que tener mucho estómago para haberlas hecho.
Poco tiempo después, a unos cuantos nos dieron una citación en el orden del día y quince días de permiso extra para licenciarnos antes.
Con todo, lo que se me quedó fijado en la memoria fue la imagen del piloto, o un miembro de la tripulación que se salvó, lo llevaban sostenido entre tres personas, con el uniforme maltrecho, con los ojos idos y nunca había visto ni espero ver a nadie con la cara tan blanca, tan sin sangre.
Mínima mujer
Tú, mínima mujer, por la rendija
asomas el hocico de raposa
al más mínimo olor de cualquier cosa
que aproveche tu afán de sabandija.
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Si se pierde un billete… ya has barrido.
Si sucede un milagro… ¡fue tu rezo!
Si el guiso sabe bien… ¡por tu aderezo!
Mas si algo se estropea… tú no has sido.
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Cronista pertinaz del vecindario,
de la cola del pan gacetillera,
y siempre casualmente la primera
en identificar al perdulario.
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Eres la que reparte credenciales,
la que separa el trigo de la paja,
la que corta a medida la mortaja
y la que siembra los berenjenales.
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Si la costurerita da un mal paso
tú eres la que le echó la zancadilla.
La que me atizará en la otra mejilla,
a poco que le haga cualquier caso.
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Brillante cual estrellas diamantinas,
punto central de cuantos te rodean,
y te adoran y te vitorean,
eres más popular que las gallinas.
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Eres tan importante que ni un perro
se pondría a ladrar sin tu permiso.
Eres tan importante que el occiso
iría a saludarte en el entierro.
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¡Cuán se te añoraría en cualquier parte!
¡Qué serían sin ti las sociedades!
¡Y qué harían sin ti tus amistades!
…pues darse media vuelta
y olvidarte.
TG ©
San padre
La paternidad es un ejercicio kamikaze.
Un viaje en autobús
El 15 hace el trayecto desde Palma, la catedral, hasta L’Arenal, o zona alemana por antonomasia, donde está el hotel en que me hospedo. Es largo, de esos autobuses con un fuelle en su mitad, y hace un sinnúmero de paradas. La primera impresión que uno se lleva al subir es mala. Pero en cambio, conforme pasa el tiempo, se va volviendo peor.
Lo primero que descubres es que no tiene aire acondicionado. Salvo que se estime que el aire acondicionado es… a condición de que abras las ventanas. Y lo segundo, que la señora mayor con canasto que tienes al lado, aquella semana ha olvidado lavarse.
El vehículo, buena muestra de lo variado de la fauna local, va poblado por la más heterogénea masa humana que se pueda reunir en tan mínimo volumen. Aquí se juntan marujas anforiformes de cantarín acento mallorquín; alemanes de bajo poder adquisitivo; una familia calé, madre, dos primas, la hija mayor y tres churumbeles rubitos (vaya por dios); una chica francesa que lleva a un tonto de la mano (Marithé, Marithé, j’envie de bouffer) muy mona ella y con cara de resignación; una pareja hindú (¿o es indú? ¿y por qué con hache?); un drogata sudoroso; y varios negros de distinto tono. A mi derecha, una alemana de proporciones cercanas a las de un armario ropero, sienta sobre sus rodillas a una compatriota menuda y de aspecto angelical. Ambas rubias, casi platino, ojos azules, labios claros, piel colorada de quien ha estado tomando un sol desacostumbrado. Tendrán dieciséis o diecisiete añitos y carita de susto.
El espacio se llena de ecos de conversaciones, de chirridos de frenos, de petardeo de automóviles y motos, de risas de los negros del rincón trasero, que enseñan unos dientes blancos y grandes, vagamente equinos. El conductor maneja el autobús como un nuevo Ben-Hur, sacudiendo al pasaje con grandes acelerones, para que se agrupen al fondo y dejen subir a los que esperan en cada parada. Continuar leyendo «Un viaje en autobús»