Veinte minutos con Mario.

…y cuando me di cuenta, pues ya se habí­a ido ¿tú te das cuenta? ¿Mario? Huy, tú qué te vas a dar cuenta, si ya te has dormido. Hijo, no sé qué facilidad tienes para dormirte, pero es que lo podí­amos embotellar y vender en las farmacias. Es la leche, que siempre te me quedas sopa cuando te estoy hablando. Nada. Una aquí­ hablando sola, como siempre. Si es que hasta cuando estás despierto hablo sola, qué más me da. Hay que joderse, qué carita de angelito se te pone, hijo, mí­ralo. Y lo bien que duermes, es que da gusto, es que no te despierta un tren que pasase. Será que tienes la conciencia tranquila. O que piensas poco. Las dos cosas, porque mira que piensas poco, Mario, que piensas menos que un capazo perros, que decí­a mi abuelo: «Este marido tuyo piensa menos que un capazo perros, hijica». Eso me decí­a, y qué razón tení­a. Si pensaras más otro gallo nos habrí­a cantado. Aunque con esa pachorra tuya que tienes, mejor que no, quita, quita, mejor así­ que así­ ya pienso yo por los dos. Aunque para lo que me cunde… porque es que todo me lo tienes que chafar, mira que basta que yo planee una cosas, pues tú, zas, aún no te has dado cuenta, ya me has chafado el plan que sea. Qué habilidad tienes hijo. Para eso sí­ que eres hábil, para chafarme los planes, qué torpe, pero qué torpe eres. Sigue. Sigue durmiendo, tú no te alteres, eh. Nada, nada, como si no fuera contigo. Continuar leyendo «Veinte minutos con Mario.»

poeta pequeñito poeta pequeñito

Oh, tú, cerril, chiquilicuatro
majadero, pardillo, lameculos,
pelamangos, canco, avientabulos,
comemierda, bandido de teatro,
cabrón, cretino, gil,  macaco,
Monipodio, ababol, hijodeputa
que además de serlo lo disfruta,
pazguato, mameluco, monicaco,
mamporrero, zopenco, berzotas,
tontolaba, energúmeno, mendrugo,
granuja, sinverguenza, vil, tarugo,
maricón,  mamón, tocapelotas
yo te veo hacer el oso,
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
mira que nos tienes fritos…
¡Cuán gritan esos malditos!
Sólo de verte me entran calenturas
quién eres tú que mi amistad procuras
cómo no va a estar majareta
esta España de charanga y pandereta.
de pajilleros y de malfolladas
Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
no me explico cómo anda
con diez cañones por banda
pues cantáis todos a coro
juventud, divino tesoro
y me deja más de uno
tiznado por la pena, casi bruno
No sé por qué, te tengo siempre en vilo
me lo contaron ayer las lenguas de doble filo
…como tú no tienes vida
recuerde el alma dormida
calumnias diciendo como mí­o
que yo me la llevé al rí­o.
cuando te leo destilar veneno
me desordeno, amor, me desordeno.
y aunque tu ruido me sea indiferente
me gusta cuando callas porque estás como ausente.
pero si pongo fin, te finiquito.
Hombre pequeñito, hombre pequeñito.
Tomás Galindo ®

La sociedad ludópata

Se nos retrata a los ludópatas como marujas que tienen que hacer la calle porque se gastan el sueldo del marido en el bingo, o como hombrecillos sin hacienda que se dejan el sobre en las tragaperras.  Todos los hemos visto (bueno, lo de las marujas me lo han contado, que uno es muy decente), enganchados a la máquina del bar con el bolsillo ora lleno, ora vací­o, de monedas.  Siempre los he mirado entre asombrado porque le encuentren algún gusto a cosa tan tonta, y apenado por verles arrojar a la ranura sin fondo su hacienda, y su felicidad.  Es preocupante, pero es una parte pequeña, un tanto por ciento escaso de ciudadanos con ese problema, algo con una solución más de tipo terapeutico que social seguramente.  Me preocupa, pero relativamente, por cuanto es algo que está diagnosticado y a lo que se encuentran paliativos.  Pero lo que sí­ me preocupa es que el paí­s, todo el mundo aquí­, juegue a la loterí­a en navidad como costumbre social arraigada, y al resto de las loterí­as, primitivas, cupones y quinielas… porque es la única manera de salir de pobre, o al menos de salir del pozo de las hipotecas, los hijos, las trampas…  Cambiar de vida no es cuestión de decisiones trascendentes, no, sino de atinar con el número que sume quince o que acabe en siete
Que uno juegue… está mal, pero que la sociedad entera no tenga otra esperanza que el bombo, no pueda ver una luz al final del túnel si no es porque  a uno le toque la loterí­a, eso sí­ es preocupante.  Siempre andan preguntando los de CSIC qué es lo que más nos preocupa, el paro, el terrorismo, la droga… a mí­ me preocupa la desilusión en que vivimos.

Ramblas abajo


La sentó el camarero enfrente de mí­, tras pedir permiso con un gesto, me dijo que aproveche sin mirarme y se puso a mirar el menú al tiempo que escribí­a un mensaje en el móvil. Es lo que tiene comer en un restaurante de baratillo en las Ramblas, de esos donde los clientes se dividen en habituales de toda la vida, que entran saludando a las camareras por su nombre, y los turistas que no volverán nunca por allí­. El menú, conste, tení­a poco que mirar, era una cuartilla fotocopiada con los tres primeros, tres segundos y el flan, helado o pieza de fruta de postre. Ella tampoco tení­a mucho que mirar: alta alta, delgada, gafas de intelectual pija, faldita con volantes y una cosa floreada sin mangas y un poco jipi. Llevaba el dicho telefonillo y una cartera con un ordenador de esos que caben en una mano y se usan tocando con un lápiz de plástico en la propia pantalla. Parecí­a muy ejecutiva, muy agresiva y muy profesional. Y muy catalana.

-Jordi, es que me tienes que ayudar, es que no sé qué regalarle a la Marian … pero somos tannn diferentes ella y yo, seguro que cualquier cosa que le compre va a pensar que lo he hecho para fastidiarla … porque el regalo se lo hacemos los dos ¿por qué he de comprarlo yo? ¡este año te encargas tú, mira! … Pues no, no, comprar regalos no es tarea de la mujer, además, yo no soy «la» mujer ¿sabes, cariño? … calla … calla … no me digas esas cosas … no, comiendo en el Alexa … que no puedo … no, no puedo … ¡Mira, me estás tomando el pelo, hala, ya no quiero hablar contigo, mira, te cuelgo, mira, piensa algo tú! … No, en eso no pienses, siempre piensas en eso, esta vez piensa en el regalo de la Marian.

Colgó, me miró de refilón, yo impasible atacando la ensalada, escupiendo huesos de oliva negra con la mayor pulcritud posible y tratando de que no me sobresaliera el forraje durante la masticación, que uno tiene urbanidad. Pidió unos puerros con una salsilla espesa y bacalao con tomate, y vino de la casa y volvió a la carga con el móvil.

-Nuria, nena, que no voy a poder llegar, que acabo de llegar a comer y me he tenido que meter en – se me quedó mirando como sopesando la categorí­a del local a través de la de mi persona haciendo equilibrios con la punta de un espárrago – en cualquier sitio, no sé, uno cutre, voy a comer bacalao con tomate, fí­jate. – es difí­cil quedar como una persona decente comiéndose una punta de espárrago, lo sé, pero hice lo que pude – Tengo ya los informes hechos y necesito que me los firme tu boss, en cuanto llegue a la oficina te los paso por mail, pero no sé lo que voy a tardar, además, la tarada está sacándose el carné de conducir y le he tenido que dar la tarde libre … sí­, hija sí­, habrá que ponerse otro parachoques … ¿Lo de Robert? No sé qué quieres decir con lo de Robert, si no hay nada con Robert … que no, que no seas ploma, que no hay nada … no pasó nada … que no, que no pasó nada … bueno, pues estuvo a punto, pero no pasó, que no es lo mismo que si hubiera pasado ¿o no? … ¡Ay, mira, oye, pues no pasó nada! ¿Es que a ti te habrí­a gustado que hubiera pasado algo? … ¿Con Marité? ¿Pero Marité, Marité? ¡No fotis! … pero me lo dices en serio … mira, a mí­ me va a dar algo, ya te contaré … No, que ya te contaré … no, que ahora no puedo, va que ya tengo aquí­ la comida … Que sí­, que ya te lo diré, au.

Yo, lo juro, procuraba no mirarla ni oí­rla, aunque lo segundo era inevitable, pero al menos me aprendí­ de memoria el menú de tapas que tení­an colgado en la pared, escrito en una pizarra grande, con letras blancas y floreadas, muy femeninas. Aun así­ sentí­ que me clavaba una mirada asesina que me trepanó el parietal derecho (yo miraba de lado), habí­a acabado con la ensalada y mojé una miga de pan para llevarme los restos del escabeche y una pizca de tomate. Ella empezó a comerse los puerros a dos carrillos, mojando pan igualmente, devorando deprisa, se atizó media copa de vino de un trago y amagó un eructo tapándose la boca con la servilleta de papel. Para que te jodas con las finolis. Dejó otro cacho de pan mojándose en la salsa y volvió al teléfono.

-Oye, me tienes que decir dónde nos va a llevar la Marian a comer este finde … pero si es un sitio bien o de los que le gustan a ella … jijiji … sí­, sí­, ya me entiendes … no, pero le he dicho al Jordi que piense él, yo no pienso matarme, eh, este año que se las apañe, yo me voy a hacer la tonta … Mariló, oye, que yo te llamaba por otra cosa … ¿Tú sabes si la Marité está con el Robert? … ay, hija, pues estar, estar, yo qué sé … pues cualquier manera de estar … ¿pero en serio? … no fotis … si es que es una… en fin, una … no, a mí­ qué me va a interesar, no ¿por qué dices eso? … no, pero no era interés, era curiosidad … y el otro dí­a me tiraba los tejos a mí­, claro que ya ves el caso que le hice … no: cu.rio.si.dad … pues mira a ver si te enteras, pero no lo vayas pregonando, eh, y me lo cuentas … y mira a ver si se te ocurre algo para comprarle a la Marian y se lo dices al Jordi como si fuera una idea tuya, que yo no quiero saber nada, que se mueva él … harta me tiene … venga.

Acabó con los puerros y su salsa a base de mojar pan, pero poniendo cara de asco y como de hay que ver qué bajo he caí­do que tengo que comer aquí­ con los obreros, y en ese momento sonó su móvil.<br /> -…No, no, yo tengo hasta tarde, eh, no sé cuándo llegaré si llego, mira, y si no llego me quedaré en casa de Mariló porque ya sabes que mañana he de estar a primera hora en el Prat a recoger a los madrileños … pues si voy a casa imposible, no llego … que no, que no sé si podré, no he dicho que no, sino que no sé ¿ya has pensado qué regalarle? … pues ponte a pensar en eso y no hagas tantas cábalas, ya te dije que esta semana es de locura para mí­ … no, no, fí­jate, si estoy comiendo en las ramblas, abajo … no sé … no sé … no, no sé, no me hagas tantas preguntas, que no sé … el regalo de la Marian, en eso tienes que pensar, anda … ay, hijo, nen, venga, que tengo que acabar para irme, va.

Colgaba cuando acudí­a el camarero con dos grandes trozos de bacalao en un plato anegado de salsa de tomate espesa y humeante. Le quitó cuidadosamente la piel y la apartó a un lado, pinchó un trocito de bacalao, lo untó y se lo llevó a la boca. Estaba ardiendo. Lo regurgitó en su mano y lo volvió a poner en el plato hasta ver si se templaba. Volvió a darle trabajo al teléfono.

-¿Tú sabí­as que el Robert se habí­a ido con la Marité cuando estuvimos en Calella? … pues porque me extrañaba que se hubiera ido con una chica que tiene la fama que tiene … pues mala … pero tú lo sabí­as ¿o no? … ¿en casa de los padres de ella? ¿y cómo es que te lo contó, yo creí­ que no erais tan amigos? … aaah, ¿y el Lluis te dijo que habí­an pasado la noche juntos pues? … claro, porque el Lluis de siempre ha ido detrás de la Marité … pues una guarra, será el único que no se la ha tirado, acabará casándose con ella, ya verás … oye, que te dejo, que estoy comiendo.

Volvió a llamar.

-¿Robert? … sí­iii, hola, sí­, soy la Montse … ¿de veras? … ay, pues nunca me lo habí­an dicho … ¿bonita? … ja ja ja, no tengo la voz bonita, bobo, ja ja ja … No, pero yo te llamaba para pedir tu opinión porque tengo que hacer un regalo muy especial y no sé, y necesito ayuda, y como tú… pero claro, sí­ me fí­o de tu gusto … habí­a pensado en un detallito, una figura, un plato, no sé, algo … sí­, pues ayúdame … yo me dejo … sí­, me pongo en tus manos, jaja … a las seis y media bien, muy bien … sí­, ya sé dónde, nos vemos allí­ a las seis y media … sí­ … jajaja … no seas malo … jajaja … hasta luego, chao.

Volvió a pinchar el trozo de bacalao de antes, se lo volvió a llevar a la boca, esta vez ya pudo con su temperatura, y comió de muy buena gana el resto del plato, con abundante pan y otra copa de vino. Luego dudó entre un flan o un yogur, al fin pudo la sensatez y se comió el yogur, y un café solo, con dos sobres de azúcar. Se fue, dijo que aproveche, y me miró como si fuera una mierda.

Cuarto de estar

Yo antes tení­a cuarto de estar, ahora tengo pecera, o sea: habitación de los pecés.  Las personas bienhablantes le llamaban sala, salita, o salón, depende, pero el común de las gentes, eso: cuarto de estar.  En un principio, cuenta la historia, fue la hoguera, y la gente se reuní­a a su alrededor.  A aquello se le llamó hogar, el lar de los latinos, el llar, la chimenea. La cocina era el punto de reunión de la familia, se ve que lo que uní­a a todos era llenar la andorga, y de paso charlaban sentaditos tras pasar un dí­a de esfuerzo mayormente fí­sico.  A mayor civilización, menor preocupación por los asuntos estomacales, ya se diferenció el lugar donde se guisaba del sitio donde se comí­a el guiso y también donde se reuní­a la gente, primero a charlar, luego a que le dieran a uno la charla hecha, antes por la radio, y luego por la televisión.  La tele pasó a ser la hoguera primigenia.  Pero ahora el cuarto donde estoy ya no es el de comer o el de ver la tele, sino el del ordenador.  No veo la hora de poder ponerme un mantelito delante del monitor con mi pizza y mi Coca-Cola.