Corre una frase por ahí
que es una gilipollez,
una mierda, un desacierto;
y yo me digo, caray,
hay que decir de una vez:
¡mejor sencillo que muerto!
Tomás Galindo ®
Corre una frase por ahí
que es una gilipollez,
una mierda, un desacierto;
y yo me digo, caray,
hay que decir de una vez:
¡mejor sencillo que muerto!
Tomás Galindo ®
¿El punto G? ¡Je! ¡Me río yo del punto G! Para darle gustito a la costilla (nunca mejor dicho lo de «costilla») lo importante es tener localizado el punto R. Vaya que sí, ese sí es un punto importante y que da placer sin cuento. Y del de empezar y no saber acabar, que tiene su mérito. El punto G es, como mucho, para según qué momentos, pero ah… el punto R… ese es accesible y disfrutable a cualquier hora y de casi cualquier forma y en casi cualquier lugar. Sí, el punto R, ese olvidado punto R, ha de ser reivindicado en su justa medida por las personas que gustan de no ponerse trabas ni cortapisas a los placeres corpóreos (o somáticos, que dirían los modernos) y alzarlo a lo más alto del pódium de los misterios gozosos. Qué agradecido es, qué sencillo, plácido y a la vez gustoso. Si el punto G es al goce venéreo lo que angulas y caviar al paladar, el punto R es como el exquisito y cotidiano huevo frito. Porque una cosa es lo cotidiano y otra lo rutinario, loemos al punto R de nuestros más íntimos, sanos, y agradables intercambios de placer en pareja.
Mi pccito ha cascado el pobre. Eran muchos años ya de estar enchufado y su tierno corazoncito de bytes y ventiladores no ha podido con el trasiego internáutico. Espero poder reengancharme en breve, unos días, con un nuevo y flamante ordenador de última generación (¿cuántos llevo ya? ni me acuerdo). Creo que con el que me están montando, según me dicen, voy a poder estar en misa y repicando ¡jesús, qué adelanto esto de la informática!
El indio guajiro Alejo Meza y yo somos capaces de discutir por cualquier chorrada, el caso es llevarnos la contraria ¿no os habéis fijado en que hay amistades de perro y gato fundadas en la riña cotidiana? El indio guajiro Alejo Meza es colombiano, hosco, salvo con sus íntimos, serio hasta la antipatía, y muy formal y trabajador. Así en una primera impresión no cae bien, luego conforme lo vas tratando seguro que le vas cobrando aprecio, tiene buen corazón. No es inmigrante, no señor, tiene muy claro que no hay progreso fuera de la casa de uno, y está convencido de que lo que tiene que hacer es trabajar, y trabajar bien en su Fonseca natal, allá en la Guajira, y no lo que hacen tantos de emigrar y hurtar al país de su aportación. Y si está aquí es porque le han mandado a hacer un curso de capacitación agropecuaria, y cuando lo acabe se volverá a poner en práctica todo lo aprendido, y a enseñar a otros.
-¿Lo comprendió usted?
-Sí, desde luego, lo ha dejado muy claro y muy encomiable.
-Qué vaina es esa, déjese de lisonjas y apúrese con el escritico que si habla usted pajas no acabaremos nunca.
El tal Alejo Meza, indio militante de lo que sean militantes los guajiros, aparte del vallenato, sólo piensa en volver pronto a su guajira y dejar este país lleno de españoles gordotes y estirados que lo miran a uno de arriba abajo. El caso es que a mí su postura con respecto a lo de levantar el país desde dentro me parece buena, pero ¿por qué nos tiene esa manía?
-Pues sí, don Os, porque fueron sus antepasados los que llevaron la violensia a mi tierra, y dende entonses no tuvimos tranquilidad más ya.
-¿Mis antepasados?
-Sí, don, sus antepasados.
-No, perdona, Alejo, estás confundido.
-Ah, que chévere, no fueron sus antepasados pues los que chingaron al indio a sangre y fuego.
-Pues no, son los tuyos los que fueron a América y se cruzaron con los otros tuyos que ya estaban allí. Mis antepasados estaban aquí tan ricamente cultivando sus lechugas y llevando a pastar sus cabras, y hasta hoy.
-…
-Que eso fueron tus antepasados, Alejo, no los míos, o yo sería americano. ¡A mí no me eches la culpa de lo que llevas en tu sangre! Aquí somos gente pacífica y no andamos a pistoletazos como allá ¿no ves?
-…Pendejo.
-Cabeza buque.
-Qué sonso, no sabe ni faltar…
A veces discuto (poco porque no merece la pena) con aficionados a la poesía que defienden el verso blanco, y además dicen que la poesía con rimas, ritmos y reglas es algo encorsetado, antinatural y feo. A mí me da igual la poesía con o sin rima. Punto. Pero me es más fácil escribirla rimada, curiosamente. El caso es que siempre que discuto de esto con alguien me acuerdo de lo que le pasó a Leonardo cuando fue a pintar la última cena. Tenía que pintarla deprisita, que es un fresco, y no sabía cómo hacerlo. Primero pensó en ponerse en el sitio de Jesús, y entonces se puso a mirar desde su sitio, el centro de la mesa, y pintó la mitad en una pared y la otra mitad en la de enfrente, tal como veía la mesa el que presidía. Pero los curas le dijeron que no, que eso eran dos cuadros, y que ellos sólo pagaban uno. Entonces se puso en un lado de la mesa, con la gente alrededor de la misma, claro, haciendo una perspectiva. Pero se dio cuenta de que los dos apóstoles de delante no le dejaban ver más que la nariz de los siguientes (y eso porque eran judíos ¡jaaaaaaaaa… qué gracioso estoy hoy!); y además el apóstol del otro lado de la mesa se veía chiquito chiquito, vamos, que casi era una postalita de apostol y no un retrato. ¡No podía ser! Si la gente estaba alrededor de la mesa no había manera de retratarlos, unos serían grandes, otros chicos, y a alguno sólo se le vería el cogote. Así que pasó de la lógica y de lo natural, y se sacó ese cuadro de la manga, algo totalmente desquiciado. Todos los comensales del mismo lado, la mesa puesta de través en una habitación larga, y con las ventanas a la espalda. Vamos, que están puestos de una manera imposible. Pero… pero… esta es la íšltima Cena que ha quedado para la historia, donde se ven todos los personajes bien vistos, donde cada uno tiene un papel, un gesto, algo que decir, y donde el que mira el cuadro lo entiende y no repara en que es una distribución imposible, al revés, le parece armoniosa, llama la atención, invita a ser presenciada y a fijarse en los detalles.
Con la poesía formal pasa eso mismo. Claro que no es así como hablamos, pero es así como lo decimos mejor dicho y más fácil de entender. Primero, al que la está escribiendo le hace pensar; buscando el ritmo y la rima encuentras palabras que enriquecen el pensamiento, giros insospechados y descubres ideas detrás de las ideas. Y como la poesía es el camino a la emoción que siente el poeta, y que debe recorrer el lector para sentir esa misma emoción, este camino ha de ser llano, suave, fácil, y la poesía formal lo embellece y le pone árboles umbríos a los lados y pajaritos que te animen a andarlo. Una poesía mal expresada sería un camino lleno de charcos y obstáculos, nadie va a alcanzar el objetivo emotivo de fondo si no puede transitar las palabras que la componen.