Historias tontas VII – Por los pelos


En la panda, por aquello de que se llamaban igual, a Ángel Marí­a y Marí­a Ángel siempre los acababan poniendo juntos. Ellos dos no tení­an mucho contacto, se conocí­an a través de amigos comunes, pero tení­an otra cosa en común, además de algunos amigos y el nombre: los dos eran introvertidos y andaban siempre un poco cada uno por su lado, vamos, a su bola que se dice.
Una noche que fueron a un cine de verano también acabaron sentándose juntos, al final de la fila, y mientras se sentaba la gente, abrí­an los paquetes de palomitas y pateaban algunos aquello de «que empiece ya que el público se va», él se quedó mirando detenidamente la larga y oscura melena de ella, una melena que le llegaba hasta más abajo de la cintura.
-¿Qué me miras, chico?
-Tu melena, qué larga es. Tienes un pelo muy bonito.
Bajó un poco la mirada y se decidió a confesarle un secreto.
-Es que de niña una vez tuve piojos y mis padres se asustaron, me cortaron el pelo y me hicieron llevarlo siempre corto por si acaso me volví­a a pasar. Y como iba a un colegio de niñas siempre me tocaba hacer de San José. Me daba mucha rabia, y encima despertaba envidias porque a otras les tocaba hacer de pastorcillas y el mí­o era un papel más importante. Me poní­an una barbita… ufs, no quiero ni acordarme. Así­ que en cuanto pude me dejé crecer el pelo.
-¿En serio? – dijo él abriendo unos ojos como platos – Hostia, a mí­ me pasaba al revés. Como era un niño rubito, a mi madre no se le ocurrió mejor idea que llevarme siempre con melenita ¡y siempre me tocaba hacer de paje!, siempre iba por ahí­ con los reyes magos llevando medias y trajecitos ridí­culos. No veas cómo se metí­an todos conmigo, me llamaban la sota y angelito y, vamos… por eso ahora llevo el pelo tan corto.
Se apagaron las luces, empezó la pelí­cula, y en la oscuridad de aquel cine de verano se dieron, por primera vez, la mano.

A Marigé

Historias tontas VI – Nunca hace buen tiempo para el campo.

En memoria de Manuel Serrano Garcí­a, guardia urbano, que lo contaba mejor y con menos palabras.

El duro sol se estrella sobre las boinas de dos viejos sentados a la puerta del casino del pueblo. Boinas caladas hasta los ojos, chaquetas de pana, camisas blancas abotonadas en el cuello, alpargatas de cáñamo, teces curtidas y renegridas, barbas mal afeitadas, manos huesudas sosteniéndose en sendas gayatas de boj. Uno saca el Celtas, otro el yesquero de mecha y fuman con la mirada negra y acerada perdida en un horizonte salpicado de carrascas y parches de trigo. Zumba un tábano. Cruza la calle una mujer con un cántaro en la cadera. Pasa un rato. Y un perro.
Uno de los dos levanta apenas la vista y mira al cielo:
-Pues mañana pue ser que llueva… y pue ser que no llueva.
-¡No quia Dios!

Tango

Versión argentina de Gorrión de Buenos Aires

El tango es voz que amuebla las deshabitaciones del alma.
El tango no se baila, se pasea.
El tango no se canta, se explica.
El tango no se escucha, te embebe.
El tango es tango aunque sea otra cosa, pericón, milonga, vals, es tango cualquier canción que tenga cara de tango,
carácter de tango.
El tango es el último refugio de la poesí­a,
es el cobijo musical del poeta.
El tango está mal visto en sociedad
es son barriobajero, nacido en el burdel y abandonado,
huérfano y sin cristianar, mestizo, inmigrante, miserable.
El tango era pecado hasta hace cuatro dí­as
niña, no bailes tango ni te toques.
El primer instrumento del tango fue la sirena
que sonaba lejana y en la bruma
con chapoteo de lanchas y arrastre de baúles,
con pies cansados y guitarras con no todas las cuerdas
y gargantas con no toda la voz.
Los cobardes temen al tango
porque les quita lo poco que tienen.
El tango es para los valientes
que prefieren el dolor al vací­o y el recuerdo triste al olvido misericordioso.
El tango es lucidez desde la curda,
es la verdad del borracho,
la sinceridad que siempre tuvo tan mal acogida.
El tango son ventanas con mujeres mirando afuera.
El tango son puertas con hombres que no se atreven a llamar.
El tango llega hasta el gotán
y allí­ se hace más tango,
con su propio idioma,
con su propia gente
con su público fumando y sorbiendo mate
con sus otarios derrochando champán
y sus minas reidoras exhibiéndose voraces,
con sus cafiches contando pesos en la trastienda,
con sus guapos apostados en las esquinas rosadas,
con sus garúas agrisando el paisaje
y poniendo humedad en los ojos.
El tango es un barrio de la música donde se emborrachan los poetas,
donde van los músicos de putas
y se juegan al naipe la vida los cantores.
Uno es bailarí­n, una es bailarina de tango y no tiene remedio,
cuando a uno se le cruzan los cables hay psiquiatras, amigos, confesores
pero cuando se le cruzan los pies
sólo tango,
sólo alguien a quien agarrarse para seguir el camino del tango en salones atestados
en salitas a media luz los dos
en placitas y conventillos
en patios a la luz de la luna
y empedrados a la luz de un farolito,
ese camino del tango que nunca va a ninguna parte
sino que vuelve de todas.
Los bailarines de tango dan mucha pena
están tan solos…
se les ve pasear la mirada vací­a más allá de sillas y rincones
en otra dimensión del tiempo
porque el tango
ah, el tango,
nunca se escucha por primera vez
siempre lo habí­as oí­do antes, en un tiempo mejor
en un mundo mejor
con alguien mejor,
porque el tango te trae los buenos momentos como si los estuvieras viviendo
y los malos como si aún se te estuvieran clavando.
Porque en el tango
cualquier tiempo pasado fue otra cosa.
El tango es argentino y uruguayo
y criollo y tano y gallego y francés
pero sobre todo
el tango es argentino,
y esa serí­a buena definición
si supiéramos qué es ser argentino.
El tango lo canta un tipo ronco,
lo baila una coja,
lo toca toca un manco
y lo piensa un loco.
El tango no es bonito sino emocionante.
El tango es alcohol en las heridas, te duele y te mejora.
En realidad
el tango sólo tiene un mérito:
que sirve.

Tomás Galindo©
A Miriam Beatriz Ferrari Stella, con el cariño de siempre.

Sonando en la versión española:
Aguafuertes porteñas – Lito Nebbia
El choclo – Tita Merello
La puñalada – Francisco Canaro
Milonga sentimental – Carlos Gardel
Esta noche me emborracho – Edmundo Rivero
Nunca tuvo novio – Beatriz Suárez Paz
Niebla del riachuelo – Miguel Montero
Cosas olvidadas – Héctor Maure
La última curda – Carlos Montero
Sexto piso – Graciela Susana
Los cosos de al lao – Adriana Varela
Lunes – Gigí­ de Ángelis
Así­ se baila el tango – Adriana Varela
Cuartito azul – Mario Ponce de León
A media luz – Willian Schemmel
Esta noche me emborracho – Carlos Gardel
Fuimos – El Polaco Goyeneche
Sur -Edmundo Rivero y Aní­bal Troilo
Naranjo en flor – El Polaco Goyeneche
El Cotorra ya no juega – Manuel Picón

Sonando en la versión argentina:
Divina – Orquesta Municipal de Mar del Plata
Qué me van a hablar de amor – Julio Sosa
La pulpera de Santa Lucí­a – Juan Darthés, Juanjo Domí­nguez
Sin piel – Eladia Blázquez
El Cotorra ya no juega – Manuel Picón
Nunca tuvo novio – Beatriz Suárez Paz
Mañana zarpa un barco – Héctor Maure
Volver – Carlos Gardel
La última curda – Carlos Montero
Y somos la gente – Eladia Blázquez
Margot – Edmundo Rivero
Este cuore – Daniel Melingo
Baldosa floja – Argentino Ledesma
Remembranzas – Marí­a Graña
Si soy así­ – Carlos Tejeda
Con el tango en el alma – Tita Merello

Historias tontas V – Azúcar


Cuando yo era muy pequeño, pero muy pequeño mi abuelo me contaba cuentos que no eran cuentos, sino historias de viejos, de un pueblo lejano donde tení­a una mula y ovejas, que a mí­ me parecí­an animales fantásticos, mucho más que el perrito de la vecina de arriba o las palomas que vení­an a comer las migas que les echábamos en el parque. El abuelo sabí­a matar al mosquito que querí­a picarme y me poní­a mercromina en las rodillas cuando me caí­a, y soplaba y no me escocí­a. Por la noche me llevaba de la mano a la cama, me daba el vaso de leche y me arropaba. Una vez me vio metiendo el dedo en el azucarero y chupándomelo y se echó a reí­r. Entonces cogió una cuchara, la llenó de azúcar y me dijo -«Verás lo que voy a hacer», y abrió la ventana y ¡zas! lanzó al aire el azúcar y me dijo: -«¡Mira, mira!» Y yo miré al cielo y allí­ estaban todos los granitos de azúcar brillando en la noche arriba arriba. Abrí­ tanto la boca que se me cayó el chupete.

Vacaciones 2006 (2)

Mi señora va y se atreve
a sacarme en un retrato
donde ejerzo sin recato
mi vocación de percebe.

Mientras que ella, como ves,
necesitaba de todo
para leer de este modo
remojándose los pies.

Como Linda se relaje
debajo de unos matojos
necesitarás cuatro ojos…
para ver su camuflaje.

Pero qué sitio tan guapo,
al ir a la recepción
has de prestar atención
para no pisar al sapo.

Qué cielo tan lindo, tú,
sólo le falta un querube
asomando de la nube
¡Si parece Honolulú!

En el desierto arenal
de una playita remota,
puesto así­ como la sota
pues… no quedo nada mal.

De cuanto la vista abarca
cuando sube la marea
no es posible que se vea
más que allá lejos la barca.

Tan delgados, tan morenos,
tan guapos y de buen ver
ya pensamos en volver:
¡Venga, que ya falta menos!