Un viejo reloj de plata

Caí­a a plomo ese sol de verano que deja las calles vací­as a la hora de la siesta; el alcalde conduciendo su todoterreno por la gravilla que rodeaba la casa, se detuvo, bajó, y cuando ya se disponí­a a abrir la puerta se quedó parado con la mano en el pomo viendo cómo llegaba tras él el coche de la Guardia Civil.
-Buenas tardes, señor alcalde -saludó el guardia Gutiérrez con un dedo en la visera- Venimos en visita oficial.
-Buenas tardes Gutierrez, qué sucede, Marta -dijo dando un beso en la mejilla a la cabo que comandaba aquella pareja de civiles- Entrad, que nos vamos a quedar aquí­ como pajaritos con este sol. Preparo un café y me contáis qué ha pasado.
-¿Recuerdas a un indigente que llevaba en el pueblo unos meses, que pedí­a en la puerta de la iglesia y que no sabí­amos nadie cómo habí­a venido a parar aquí­?
-Sí­, claro, le daban vales de comida en lo de transeuntes, que se sepa no tení­a filiación, y aunque le dijeron varias veces que se fuera a una ciudad más grande, que aquí­ no iba a poder vivir del limosneo, por aquí­ seguí­a.
-Pues se ha encontrado su cadáver en una caseta de aperos abandonada que hay donde la explotación ganadera.
-Vaya por dios ¿y qué tiene que hacer el municipio en un caso así­?
-Nada, sólo darle tierra. Dice el médico que ha muerto de muerte natural, medio de viejo medio de miseria, no es preciso hacerle autopsia ni nada.
-Bueno, daré orden a la secretaria, que se ocupe.
-Pero no es por eso por lo que hemos venido a verte -le miró fijamente la cabo, al tiempo que le tendí­a un sobre de papel de estraza en el que abultaba algo en su interior- sino por esto.
El alcalde volcó sobre su mano el contenido del sobre, que resultó ser un panzudo reloj de bolsillo, de plata vieja. Le quedaba un trozo de cadena de cuatro o cinco eslabones, también de plata, al final de los cuales habí­a un imperdible de tamaño mediano.
-Llevaba el reloj colgado de los ropajes por dentro, no tení­a otras pertenencias. Ábrelo y mira dentro.
-Lleva mi nombre.
-Y tu apellido, fí­jate bien, se ven las primeras letras, aunque el resto esté más desgastado. ¿Tú sabes algo de esto? ¿Se trata de un robo?
El alcalde sopesó el reloj, lo miró fijamente, como haciendo memoria y luego desvió la mirada a un viejo retrato del abuelo que reposaba sobre una mesita llena de pequeñas fotos con artí­sticos marcos de plata.
-No, me parece que ya sé quién es el mendigo y qué reloj es este. Luego me pasaré a ver si lo puedo identificar, aunque se trata de alguien a quien no he visto en la vida, quizá le saque un parecido familiar.
-¿El fallecido es de tu familia?
-Sí­, creo que sí­, y este reloj tiene una vieja historia que contar.
-Pues me la cuentas. Y usté, Gutiérrez, dé aviso de que estaré aquí­ y váyase a dormir la siesta y me viene a buscar a las siete, que es viernes y esta noche tendremos faena.
-A la orden mi cabo. Muy rico el café. Que ustedes lo pasen bien. Continuar leyendo «Un viejo reloj de plata»

Niña en otoño


tiene que ser en otoño
el que reposa la mirada bajo el cielo azulgrí­s
y llena de hojas secas el lecho de los amantes
cuando el alma se empapa en la llovizna
y pardea con la tarde y dice adiós
a las aves que
contrarias a nuestro sino
miramos
no pasar
ya definitivamente irse
niña hermosa mí­a de ojos diáfanos y oceánicos
yo quisiera ponerte de parte del otoño
de esta inundación de calma
de este auspicio de quietud
y quisiera entregarte el sonido de las hojas pisadas
de la lluvia lenta en la ventana
para alfombrar los inhóspitos silencios
para que sepas recordar a través de los años
la frente y la nariz en el cristal
desde el que veí­as alejarse tu niñez
otoño es una risa que por fin se hizo dulce
y aprendió a sonreir
yo quiero predisponerte a la dulzura y a la sonrisa
a este otoño a quien nadie quiere bien
a pesar de regalarnos los matices más bellos del color
y de tirar de las riendas de nuestros locos apresuramientos
cuando los afanes mundanos te agobien
deja que el otoño te reintegre al mundo
al mundo sólido de las cosas ciertas
sobrevolado por el gaseoso de las risas forzadas
y el í­ntimo hastí­o
niña mí­a de ojos inmensos
que en otoño decí­as adiós a tantos juegos
no dejes que se te apolillen las muñecas en el armario
que es absolutamente imprescindible para vivir
invitar a las muñecas a tomar el té de tarde en tarde
es en otoño
cuando guardas en tu baúl los alegres vestidos del verano
las finas telas
los vivos colores de los que cuesta desprenderse
y cierras el baúl como quien pone fronteras en un paí­s lejano
como quien quema los cuadernos de caligrafí­a
afrontando las nuevas etapas con desdeñoso olvido
pero no le des cuatro vueltas a la llave
que lo mejor del otoño es abrir baúles
mirar fotografí­as de playas y muchachos
y asaltar de noche los desvanes para bailar
con el hueco vestido de flores de la niñez
de esa
que siempre se nos queda pequeña
Tomás Galindo ®

Cómo un loro poco listo arma la de dios es cristo (romance de tuerto)

Se ha dicho el loro Facundo
que quiere conocer mundo.
Cree que será más sabio
dando vueltas por el barrio.

Y como no tiene mapa
en cualquier lugar atraca.
-«Aquí­ huele bien»- se ha dicho,
y adentro se mete el bicho.

«¡Una fruterí­a, al fin
aquí­ me daré un festí­n!
Va como los aviones
de la uva a los melones.

«¡Al ladrón, al criminal!»
le gritan al animal.
La frutera es una tipa
que no le da ni una pipa.

Corre, vuela, sube y baja…
si le enseñan la navaja
al loro le da lo mismo:
«He venido a hacer turismo»

«Este acaba en la cazuela
como me llamo Manuela»
Como lo pillen al vuelo
estas le darán p’al pelo.

Dice la jefa a la tropa
que hay que quitarse la ropa.
Con la bata como red
le dan contra la pared.

Pero el loro, que algo intuye
les madruga y se escabulle.
Y quedan las infelices
con dos palmos de narices.

Se buscaron un experto
y le cargaron el muerto.
Al fin el veterinario
caza al loro estrafalario.

Aquí­ se acaba la historia
del loro que buscó gloria
Pero su ciego apetito
le hizo cometer delito.