Él era un poeta
existencialista
que escribía ripios
en una revista.
Ella era una estatua
obra de Llimona,
que en medio del parque
quedaba tan mona.
Y cómo sufre el pobrecito
que tiene roto el corazón,
porque una amante de granito
es una gran complicación.
í‰l vuelve al parque por la noche
con gran sigilo y precaución,
y de una bolsa de aluminio
saca un jugoso chuletón.
Pone el bistec en tales partes
que no me atrevo a mencionar,
y se refrota con tal arte
que pasa lo que ha de pasar.
Allí le encontraron
en un mes de enero,
una mañanita
tirado en el suelo.
A su bienamada
estaba abrazado,
igual de desnudo
y petrificado.
Ya eran dos estatuas
y las dos yacentes,
en una postura
más bien indecente.
Nadie entendió de aquel poeta
que la quisiera de verdad.
Sólo que estaba majareta
y que era una barbaridad.
Qué sabrán amores
lo que es malo o bueno,
¡y no habrá mujeres
que merezcan menos…!
Y a quienes de esto
se escandalizaban
les diré que, encima,
a ella le gustaba.
Tomás Galindo ®
40 de mayo
Qué bien, qué bien, por fin nos podemos quitar el sayo. Por fin pasó el día dichoso en que hasta las viejas admiten que han llegado los calores, y es hora de desprenderse de chales, rebecas, calcetines y mostrar las chichas lo más posible para notar el fresquito, y de paso que nos dé un poco el sol, que hay que ver lo blancuzcos que estamos. Una piel morenita siempre ha sido paradigma de salud y vitalidad. Ya se están examinando los chicos, ya van a comenzar de un momento a otro las vacaciones de verano, ya florecen por doquier los puestos de venta de helados, los escaparates se llenan de maniquíes en biquinis coloridos y varoniles bermudas floreadas. La gente enseña los deditos de los pies. Oh, qué lindos. Los dedos de los pies tienen algo de infantil y de inocente. Hay escotitos y escotones, hay bíceps, hay torsos peludos, hay bronce, mucho bronce, los cuerpos echan humo tendidos al sol, el inclemente sol, ese traidor que te quema siempre, porque siempre te descuidas de él.
Y los pantalones cortos, ah los pantalones cortos. De repente volvemos todos a la infancia y vestimos de corto. Esto es lo mejor del cuarenta de mayo, que con la relajación en la forma de vestir, por fuerza ha de venir la relajación en las actitudes sociales, austeras y frías de las temporadas invernales. Cuánto daño nos hace el ir vestidos; porque la vestimenta no sólo nos da calor y protección, no, también nos otorga estatus, grado, representatividad. Uno, cuando se viste, se inviste, y de Juan o Pedro o María o Pepa, pasa a ser el ejecutivo agresivo, el señor trajeado, la dama elegante, el médico, el bombero, o el chica de servir. Si uno va desnudo es, a priori, igual que cualquier otro; si uno va vestido ya es más o es menos. En verano todo es más suave, más gracioso, más leve y pasajero. ¡Cómo pueden reñir agriamente dos señores en bermudas, sombrerito de paja y ridícula camisa floreada!
Oh, cuarenta de mayo, día de cambiar la ropa del armario, sacando las camisetas con propaganda del bar de la esquina, del taller del cuñado, de la carrera pedestre, sacando las sandalias, las bambas, las gorras de visera, los zapatos con rejilla, y escondiendo las bufandas, los jerseis, la trenca. ¿Por qué no celebramos el cuarenta de mayo en vez de la navidad, esa sosa festividad que siempre cae en tan mala fecha, con tanto frío que no se puede festejar nada?
Bienvenido seas, cuarenta de mayo, y ojalá te llevaras los sayos para siempre jamás..
Las temidas preguntas de los niños
Ayer le di una lección a mi hija, no todos los padres podrían decir lo mismo. Tiene diez años y un millón de preguntas capaces de atropellarme. Los años y las preguntas. Se las contesto con más voluntad que pericia, cuando las sé, o intuyo, o por lo menos le doy mi versión y siento muchísima vergüenza cuando no, porque, aunque me mire como diciendo “pobre papá qué esfuerzos haceâ€, a mí me parece haber perdido capa y espada y yo mismo haber caído del brioso corcel. Pero ayer me hizo una que me dejó más perplejo aún:
-¿Y por qué tú no me haces preguntas a mí? -dijo desde sus diez años sabios.
Es evidente que no hay razón alguna, por qué no hacerles preguntas a los niños. Es estupendo, y le hice la primera:
-¿Y tú qué crees que hace falta en este mundo?
Sopló, y fue contundente:
-Hace falta cariño alegría trabajo libertad y sobre todo amor.
-Te dejas lo principal -niña- ajá, te atrapé.
-¿Ah sí, y qué es?
-Lo que más falta hace en el mundo son niños que hagan muchísimas preguntas.
Me dio un beso en el brazo y dijo:
-Qué papá tan bueno.
Y con estas y otras disquisiciones filosóficas se me acabó haciendo mayor.
Espejo espejito
Nuevamente a vueltas con mi espejo. No sé qué me pasa, que últimamente me miro mucho al espejo. Andaba esta mañana mirándome, mientras me afeitaba, y pensaba, para mí mismo: qué bueno que estoy, que dicen Los Mojinos, chico, cada día me veo más interesante. Hay vinos que se avinagran con el tiempo, y otros ganan en aroma y solera. Pero yo estoy muy bien, eh, pero que muy bien.
Y en estas andaba yo con la maquinilla, cuando, haciendo el chorras, voy y le digo al espejo: ¡Espejo espejito! ¿Hay alguno más hermoso que yo?
Y, toma castaña, aparece como la sombra de una cara distorsionada y fantasmal en el espejo, y dice con voz de ultratumba:
-«Antonio Banderas, Brad Pitt, Chayanne, Eduardo Noriega, George Clooney, Harrison Ford, Keanu Reeves, Matt Damon, Miguel Bosé, Pierce Brosnan, Juan Diego Botto, Carlos Moyá, Ralph Fiennes, Richard Gere, Liberto Rabal, David Beckham, Ricky Martin, Russel Crowe, Tom Cruise, Alejando Fernández, Will Smith, Brendan Fraser, Bruce Willis, Carlos Ponce, Jeremy Irons, Leonardo Di Caprio, Liam Neeson, Jesús Vázquez, Rob Lowe, Mel Gibson, Iván Helguera, Sean Connery, Javier Bardem, Eloy Azorín, Ethan Hawke, Jude Law, Rupert Everett, Aitor Ocio, Benicio del Toro, Hug Grant, Carmelo Gómez, Imanol Arias, Tristán Ulloa, Jordi Mollá, Jose Coronado…
A ver cómo le explico yo a Manuela lo del espejo que se me ha roto… Tontamente.
El zorro
Era mediodía y el sol pegaba fuerte por encima de los pinos. No debía estar caminado por el campo a esas horas y con ese calor. Me puse un pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, como un paleta en un andamio y seguí por el camino polvoriento. Zumbaban todo tipo de amenazantes insectos a mi alrededor y había en el ambiente un sonido de vida y de naturaleza, un sonido cómodo, que dejaba oír cualquier matiz, cualquier nuevo instrumento, cualquier eco.
Unos metros más adelante vi el río, desde esta orilla no podía vadearlo, debería ir más arriba o más abajo, pero la vista era bonita: el río tras unos arbustos, donde me había metido yo, con un agua verde y lenta, y al otro lado, una pequeña playa pedregosa, los altos álamos y una gentil zorrilla acercándose pizpireta al agua.
Coño… sí, es un zorro. Caray, nunca había visto un zorro así, en el campo, al natural, sin una reja delante y un cartel. Con los arbustos no me ve, ni me huele, porque el viento viene de allí. Seguramente irá a beber, con este calor… pero es raro, mira y mira y olisquea hacia los lados, se queda extrañamente quieto ¿tendrá una presa cerca? No puede ser, salvo que la presa sea un pez o una rana, está muy cerca del agua. Ahora se da la vuelta, mira en la gravilla, por entre los árboles, y coge algo del suelo con la boca… es una ramita. Qué raro, un zorro que coge una ramita del suelo con los dientes. Una ramita, como de un palmo de larga o poco más, con un par de hojitas secas en la punta ¿para qué la querrá? Decididamente esa raposa hace cosas raras. Me la quedo mirando, o me lo quedo mirando, según sea zorro o raposa, mientras sigue inspeccionando los alrededores, inquieto, desconfiado, con la rama en la boca. Se queda mirando hacia los árboles y retrocede por la playa de arenisca hasta llegar al borde del agua de espaldas, mojándose las patas traseras. ¿Algo le amenaza que le obliga a meterse en el agua de culo? ¿Y la ramita qué pinta? Es muy extraño todo esto: el zorrito va entrando poco a poco, muy lentamente en el lento fluir del río, metiendo las patas traseras y la punta del rabo. Sí, compruebo, que paso a paso y muy lentamente, se va metiendo en el agua de espaldas, sin dejar de mirar nervioso hacia los lados, y sosteniendo la ramita en la boca. Ya tiene las patas delanteras también en el agua, y las traseras casi enteramente mojadas, junto con el rabo. Si hay algo que le amenace entre los árboles, yo no lo veo, y el zorro sigue su marcha atrás, su lenta marcha atrás hacia el río, ya le llega el agua al vientre y tiene las patas enteramente dentro del agua. Se estará refrescando, digo yo. Pero si fuera eso no estaría entrando de espaldas ¿tanto miedo tiene de algún potencial enemigo que le coja desprevenido? ¿Y por qué sostiene la ramita con los dientes? A lo tonto a lo tonto, ya lleva un ratito, ya, no parece tener prisa, va poquito a poco entrando, pasito a paso, dentro del agua, ya le llega por medio cuerpo, por el cuello incluso. El agua baja mansamente y no lo arrastra, el zorro sigue moviéndose con lentitud, ya medio nadando, se nota que dobla las patas para meterse más en el agua, evitando flotar, ya sólo tiene fuera del agua el cuello y la cabeza, y aun esto lo va mentiendo poco a poco dentro del río. un minuto más tarde sólo le asoman del agua el hocico y los ojos. Y la puñetera ramica que no la suelta. Aguanta así un rato, por el movimiento que adivino, más que veo, de su cuerpo y sus patas, hace esfuerzos por mantenerse en el sitio y no nadar ni flotar, y ahora… ¡hop! ¡increible! ¡ha metido la cabeza enteramente dentro del agua ¡sólo se ve la ramita!
Y de repente, zas, sale corriendo como alma que lleva el diablo, perdiéndose entre los árboles, sin parar ni a sacudirse el pelaje, y sólo quedan de su presencia las ondas en el agua y la ramita flotando lentamente, mansamente, por el río abajo.
Me doy cuenta de que me he meado en los zapatos, con esto de no quitarle ojo al condenado animal.
Algo me dice que me voy a volver mico tratando de desentrañar el sentido de toda esta historia zorruna, si es que lo tiene.