Pacita



-Pacita, hija, tráeme el chal
Y allá que iba Mari Paz, china chana china chana, arrastrando las pantuflas con forma de perrito lanudo, con dos bayetas debajo para no manchar el piso recién encerado, a ponerle el chal a mamá.
-Sí­, échamelo por los hombros.
-¿Te pongo un cojí­n, mamá?
-Ay, hija, Pacita, qué serí­a de mí­ sin ti. Cuando me vaya te vas a quedar muy ancha, hija, pero muy ancha, mira que te doy quehacer.
-Mamá, no digas tontadas, anda ¿te pongo ya la tele?
Y yo qué haré… y yo qué haré, pues yo qué sé, me compraré un perro, o me haré de una oenegé, o me echaré al chat, que dicen que es muy pecaminoso… Novio me tení­a que echar, caray, un novio es lo que me hace falta. Al menos en parte. Jaaaaaa, en esa parte. Ay madre, que mal voy yo de la cuestión sexual, joder. Un perrito. Pero luego qué hago yo cuando vaya a trabajar, y con la de horas que hago algunos dí­as… mejor un gatito, los gatos se apañan muy bien en la casa. Ya dicen que los perros son del amo y los gatos de la casa. Pues un gato. Así­ cambio mi habitación por la de mamá y le puedo poner un sitio para él en la de los trastos, sacando mi cama. Pero hay que ver… si mamá no se ha muerto, y yo qué haré el dí­a que se muera mamá… pues seguir, y hacer de mi capa una minifalda, caramba, que se me va a pasar el arroz aquí­ cuidando a mamá. Cuarenta. Se dice pronto, pero cuarenta. Y aquí­ con mamá y con O.T. Vamos que si se me ha pasado…
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Ha ardido un poeta


ha ardido un poeta
venimos de enterrarlo
le hemos echado flores y estilográficas
aún no sé cómo fue le dio ese pronto
estaba arrebatado de nostalgias
y haciendo filigranas con el verbo
malabarismos con el concepto de no ser
y se encendió
como una cerilla con ruido de rascada
olor a azufre
tan serio
cogimos sus cenizas con cariño y las guardamos en una lata de leche condensada
y le hemos enterrado donde a él le gustarí­a
al pie del semáforo del cruce de Bellavista
allí­ estábamos rezando y contando chistes
qué lindo verlo encenderse y consumirse hecho fósforo
ya no mueren poetas así­ de puro gozo estético
yo me voy al figón con los amigos
a lavarme las manos con manteca y vino
a ver si se me quita esta impresión
de que hoy
huele a prisma
Tomás Galindo ®

Oficios de hoy

Tras disertar sobre aquellos oficios, la mayorí­a hoy desaparecidos, veo que le han cedido el turno a otros de nuevo cuño, pero quizá quienes se dediquen a estos o aquellos sean la misma especie de gentes. Pero investigar, o aun pensar en eso, serí­a meterme en profundidades que me niego a sondear.

El butanero
El más antiguo y quizá el más esforzado de todos. El butanero es un mozo fornido, acostumbrado a manejar las bombonas con suficiencia y desparpajo. El butanero es un ser mí­tico que va de puerta en puerta satisfaciendo la lujuria de las amas de casa y, encima, se lleva una propina. Además deja el camión mal aparcado y parece que los guardias le den bula, porque piensan que tiene disculpa con ese quehacer suyo.

El patatero
Es el camionetero por excelencia, con su camioneta llena de sacos de patatas y su altavoz, va pregonando a tanto la bolsa y a tanto el saco de patatas por los barrios populares de las grandes ciudades. Es adalid de la venta sin intermediarios, aunque tiene el inconveniente de que allí­ deja a la señá Marí­a con un saco patatas de treinta kilos, en una esquina, que baratí­simo, oiga, pero a ver cómo lo mueve.

El motorrepartidor
Trabaja por cuenta ajena transportando las comandas de los niños de familia pija, los solteros cerriles y las parejas que vuelven a casa y se dan cuenta de que no tienen cena. Coinciden en llegar siempre mucho más tarde de lo que avisaron y con la comida frí­a y la bebida caliente, llaman a la puerta de al lado despertando al vecino guardiacivil y a su criaturita de cuatro meses, se les ha mojado la caja de cartón aunque no llueva, y cuando vas a abrir la cocacola, salta manchándote las paredes como si hubieras metido la lata en la lavadora. Exige propina, sabe dios por qué… Continuar leyendo «Oficios de hoy»

Monarquí­a, venga monarquí­a.


Pues yo estoy plenamente a favor de la monarquí­a y los monarcas. La realeza, las realezas, las majestades, altezas serení­simas, condes, duques, barones, austrias, borbones, fitzjames, albas, grimaldis y lo que me echen. Son utilí­simos. ¿Y por qué? Por su propio ejercicio de cocineros de sus habas. Si no viéramos a las mocicas esas de Mónaco hechas unas putarrancas (y el hermano perdiendo aceite) ¿qué opinarí­amos de la nobleza? Sin duda que es una institución meritoria que hemos perdido. La existencia de unos reyes es el mejor método, el único quizá, de que no haya un partido monárquico, de que no haya en el pueblo instintos o apetencias hacia lo aristocrático. Hoy vemos duques drogatas corromper menores y acabar esnifando la cal de las paredes de la cárcel, sic transit gloria mundi. Y eso es bueno. Hoy le oí­mos el gangueo al borbón y a su vástago, aunque el vástago seguro que ha ido a un logopeda. Y le hacemos chistes. Hoy todo el mundo comenta si estuvo liado con fulana o mengana y que no se habla con su señora ¡como en las mejores familias! La hija mayor se casa con uno que le da al paralí­s, lo mismito que le pasó al zapatero de mi calle. La de en medio con un chico vasco muy majo él, de buena familia y no hacen más que procrear, mira tú qué sencillitos. Y ahora el chico con la del telediario. Este no necesitará hacer escapaditas de noche con la amoto, tiene buena hembra, y además el niño ha vivido, ya es talludito, y ha triscado aquí­ y allá. Esta chica es culta, habla inglés y tiene buenas tetas, qué más puede pedir. ¿Que está delgadita? Bueno, ya dice una jota de mi pueblo: «Cuando te busques mujer / que sea limpia y delgada / que el tiempo se encargará / de volverla gorda y guarra». Cualquier dí­a le hace una tripa y se pondrá muy hermosa ella. ¿He dicho ya lo de las buenas tetas? Ah, sí­. Sigo. Cuando lo de Franco todo el mundo iba y vení­a a vueltas con el rey, el de entonces, que ni era rey ni nada, y que viví­a en Estoril. Que si iba a hacer esto o aquello, que si los monárquicos iban a conseguir tal o cual, que si las presiones de la iglesia… ahora que están en el trono todo eso se ha quedado en na, les vemos estozolarse esquiando o caerse de morros en el yate y nos damos cuenta de que son unos piltrafillas, como cada quisque. Y eso sin tener que ir a ejemplos más evidentes y penosos, como los paripés que tienen en la grande Bretaña dí­a sí­ dí­a también la reinona, el orejas, la de la cara caballo, el mayordomo maricón, los hijos drogadictos… nunca nadie ha hecho tanto contra la institución monárquica como los monarcas. Dios nos los guarde muchos años.
Qué tiempos aquellos en que uno miraba a los ojos a Abderramán III y te cagabas pata abajo. Aquello sí­ era inteligencia y nobleza. Entonces sí­ se comprendí­a la majestad. Estos son unos mandrias, y en cuanto a que si nos cuestan perras, bah… el chocolate del loro, nos cuestan más un par de aviones de esos que matan mucho, y no dan tanto juego.

Ultimatado


Me acaban de ultimatar. Estaba yo tan tranquilito ante mi pecé y resulta que a mi Manuela va y le da por despejar el sofá de todo lo que tení­a encima. Allá van los chubasqueros, la camiseta esa que tení­a desaparecida, cosas y más cosas… y de repente me veo con una torreta de libros en el regazo, y con que me suelta con su más delicada voz de cabo furriel: «Y no quiero ver un libro más en esta casa hasta que no pongas unas estanterí­as» Salieron detrás de ella como unos ángeles justicieros espada flamí­gera en mano y largas trompetas, pero no les dio tiempo a soplar, la brevedad y concisión del discurso fue como el chissss pun de un cohete. Glups. Yo de bricoler que dicen los franchutes… si tengo problemas para cambiar una bombilla, y suelo escachuflarme las yemas en cuanto agarro un martillo. ¿Y qué tiene de malo que haya un montoncito de libros aquí­ y allá? Si adornan la mar. Pero ya se me ha ocurrido una ida brillante. Sé que la mayor parte de la gente no lee. Nunca. Punto. Qué es eso de leer, amos, anda. Pero sí­ que tienen libros en sus librerí­as, de adorno, entre figuritas de Lladró y fotos de la parentela. Es más, algunos cuando compran la librerí­a ya encargan medio metro, o noventa centí­metros, o lo que sea menester, de libros bien encuadernados, que viste mucho. Pues bien, yo voy a alquilar a los vecinos estos espacios. Será el parking-biblioteca. Ellos me guardan mis libros y de paso pueden presumir ante las visitas de que son gente leí­da. Eh, qué tal. Lo he hablado con la vecina y ya me ha dicho que sí­, que faltarí­a más, y que si tengo un libro que se llama «la cama sutra» que se lo han recomendado sus amigas porque si se pone en una librerí­a va bien la vida conyugal. Que si es algo de budú, dice.