Heavy Metal

porque no todos los amores se pueden plasmar en una balada romántica
porque no a todas las mujeres se las conquista cantándoles bajo el balcón
porque no todas las desgracias se pueden escribir con buena letra
ni se puede recurrir al minué cuando el cuerpo te pide agitación
por eso dios inventó el jevi metal
dios y black sabbat
dios y jimi hendrix
dios y judas priest

hay un mundo de buenas palabras y de malas obras
donde el metal es escudo y es espada
refugio en la adversidad, venda en el dolor y puño en el rostro del perjuro
hay un mundo de tibios y de grises y de sombras fantasmales
de nieblas y opacidad, de silencios y dedos en los labios
un mundo desdibujado
pero el metalero es, ya lo creo que es, es firme y verdadero
de carne y hueso, de cuero y chapa,
y su silueta negra se recorta en el horizonte como el lobo aúlla a la luna
por eso dios creó el jevi metal
dios y sepultura
dios y led zeppelin
dios y pantera

y mientras unos enmudecen, mientras los tres monos,
el que no ve, el que no oye, el que no habla
se enseñorean del mundo
rugen las guitarras, truenan las baterías, hablan las gargantas
y la vieja bandera pirata ondea en nuestros pechos
contra el silencio cobarde, contra la ley del poderoso, contra la resignación
por eso dios creó el jevi metal
dios y manowar
dios y alice cooper
dios y megadeth

unos miran cómo crece la hierba bajo sus pies y otros pisan con sus duras botas
adelante en el camino, cansados, doloridos, sonrientes
con la alegría del que cumple y el surco en la frente de lo que cuesta
viviendo al día, únicos, mezclados, distintos, unidos por una música
que haga cantar los corazones y suene como el trueno en la tormenta
rompedor, reluciente, como el trueno potente y viva
que sacuda las iglesias de la falsedad y los palacios de los impostores
por eso y para que fuéramos jóvenes hasta el fin de nuestros días
dios creó el jevi metal
dios y maiden
dios y metallica
dios y ac/dc

huele a gasolina y a goma quemada mientras avanzamos
Tomás Galindo ©

La vida alrededor

La vida alrededor, los árboles, las nubes,
los huéspedes inquietos del agua y de la flor,
la vida derramada en noches somnolientas
en luces de neón.
El agua de la acequia le canta su canción
a la tarde que plácida se apaga en un rincón
de mi memoria. Dulce insomnio el que lleno
de juncos y licor.
Alrededor el verde contaba hasta un millón,
un verde de persianas embebidas de sol,
el verde de las parras, las voladizas hadas
del diente de león,
de unos ojos mirando en una deflagración
de aceite, en la pronunciación
del verde en las llanuras, y en las arquitecturas
del mínimo piñón.
Y la vida amasaba la noche y el farol,
la niña con la comba, la vieja en el balcón,
el asiento a la fresca, los hombres que enhebraban
el hilo del porrón.
Y una callada noche desconocida hoy
de buhos y polillas y del grillo cantor
enmarcando el silencio o subrayándolo
para oírlo mejor.
Son hojas de un cuaderno y de un sauce llorón,
bajo el que una muchacha lee versos de amor.
Atardece. Está todo tan limpio.
En el aire un olor
a jardines de otoño, para siempre quedó
mudo en aquella estampa. Recuerdo que llovió
y la hierba cortada, y los pasos que dimos
presurosos los dos.
Era todo tan nuevo, bordado con primor
dibujaba el paisaje en trazo seductor,
niñas enamoradas de blusas empapadas
y un halo de rubor.
Los zapatos, camisa, chaqueta y el reloj,
las abejas, el trigo, el vuelo del gorrión,
un zumbido de abejas. Lo que se enmudeció
reverbera en los sueños, prístino consuelo
de otro tiempo y despierta, en la calle desierta,
el ruido de un motor.
La vida es el cadáver del niño que te mira
al fondo de un cajón, en una desvahída
foto de escolares al sol.
La vida es esa cosa alrededor que intentas
agarrar y es sombra, aire, dolor.
La vida es ese sueño que te dice que no.
Una niña a lo lejos diciendo adiós, adiós.
Tomás Galindo ©