El infartito (Historias Tontas IX)


(puedes escucharlo aquí­)

…pues que estaba yo de guardia y que nos llama mi tí­a Micaela, que al tí­o le dolí­a mucho la mano, y la muñeca, y que, claro, que estaban muy preocupados, porque como ya le han dado dos infartos, pues eso. Así­ que se lo digo a la médica, lo de mi tí­o, que habí­a llamado, y cogemos la uvimóvil y salimos para allí­, claro, deprisa, con la sirena a to meter subiendo al pueblo, porque decí­a la médica que con esos antecedentes, deprisica, que los infartos si avisan hay que aprovecharlo, que la mayorí­a la gente se te va por cinco minutos que tardan en llamarte. Así­ que venga, además yo conduciendo, claro, hola, que conociendo a mi tí­o que no es de los que se quejan, pues preocupao, claro. Así­ que llegamos a la casa y allí­ estaban los dos, el tí­o con la mano en la mesa camilla,
-Que mire, que me duele aquí­ lo que es la mano y la muñeca, señorita.
Y la otra que se lo queda mirando, hay que joerse, y le dice.
-Pero esa es la mano derecha ¿no es la izquierda la que le duele?
-No señorita, esta, esta – decí­a el tí­o – to esto de aquí­ de la mano y la muñeca ¿ve? y como ya me han dau dos infartos…
-Mire, Dimas ¿se llama Dimas, verdad?
-Sí­ señorita.
-Tiene usted los ojos rojos… ¿qué ha estado haciendo esta tarde?
-Hola pues… na, en el casino, que son fiestas y habí­a torneo de guiñote, que hemos quedau terceros yo y el hermano de esta.
-En el casino, eh… bien…¿Y qué ha tomado?
-Na, señorita, que yo ni fumo ni bebo, sólo un descafeinau y luego jugando «sol y sol» na más.
-¿Sol y sol?
-Sí­, en lugar de sol y sombra – le suelta el tí­o – Que como no me dejan beber me pido un vaso grande de agua con yelos y unas rodajas de limón, y le echan una gotica, pero sólo una gotica, eh, de aní­s, pa que no empache. Pero no bebo, eh, qu’es una gotica -gotica, pa que sepa el agua.
-A ver, que nos entendamos, Dimas… ¿así­ que ha pasado usted la tarde en el casino jugando un torneo de guiñote?
-Sí­ señorita, pero na más eh.
-Ya… y lleva los ojos rojos, porque estaba todo aquel ambiente lleno de humo.
-Ah, eso será pues.
-Y se ha pegado la tarde jugando al guiñote.
-Con el hermano de esta, mi cuñao, que hemos llegau a las finales, pero nos han ganau Matarratas y el Andresico el primo d’este pardal, que güen pardal s’ha echau usté de chófer.
-Damián…
-Dí­game, señorita.
-Damián, que la mano que tiene que doler cuando te da un infarto es la izquierda, no la derecha. A que usted es de los que cogen la carta cuando arrastran o cuando van a cantar y le casca un sopapo contra la mesa…
-Hola, a veces…
-Damián, que se ha hecho usted un esguince de muñeca arreándole barajazos al tapete.
Se queda el tí­o todo serio…
-Qué bruto soy, señorita…
-Ande, traiga la muñeca, que le voy a poner un vendaje compresivo, y mañana vaya al ambulatorio que se lo miren.
-Ay qué vergüenza, señorita…
Yo me escojonaba, chico, anda que vaya infarto de habas ¿se habrá visto tí­o más bestia? La tí­a Micaela el sofocón que se dio, luego lo cogió por banda y le dijo de todo mientras lo vendaba, que si eres un esbolutrau y un pezolaga, que el sí­ncope se lo iba a llevar ella de lo esmanotau y esbocarrau que es… En fin.
-Que menos mal.
-Que menos mal, sí­.

A las chicas de la Cruz Roja
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Fina anécdota de la vieja y la sandí­a.

https://youtu.be/uv5PGTALWH0

La sandí­a es un manjar
de utilidad singular,
tres cosas buenas depara
así­ que comerla debes,
porque se come, se bebe,
y hasta te lava la cara.

Imagina: Andalucí­a.
Caní­cula. Mediodí­a.
Un sol que es plomo fundí­o.
Las moscas vienen y van.
Las campanas ni talán.
Los pajarillos… ni pí­o.
una vieja muy revieja,
gorda, sucia, culibaja,
se está comiendo una raja
de sandí­a,
sin menear una ceja,
sentada sobre una caja,
la tí­a.
Y sentada de tal modo
¡que está enseñándolo todo!
Se ha remangado de más
la saya hasta las rodillas
y no se advierten puntillas
encajes ni …na de na.
Que se ven ¡vaya por dios!
en vez de una raja, dos.
Y pasó el tí­o Manuel
serio y circunspecto él,
y no pudo por menos que fijarse
en lo que no llevaba,
no por caérsele la baba,
sino más bien por cosa de espantarse.
Y le gritó en medio del camino:
-¡Que te se ve er chumino!
Y le contestó la tí­a:
-Ay, Manué, que no te coscas,
que es por que, si no, las moscas
me vienen a la sandí­a.
Tomás Galindo ©.

Tres poemas clásicos (III)

https://youtu.be/8_hU71hZb5s

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
estaba la plancha.
¡Cuántas camisas que da pena verlas,
y los pantalones que no tienen raya!
¡Cúantas sábanas hechas un gurruño
habrás vuelto a poner en la cama!
¡Ay! Pensé, cuántas veces la arruga
me has dicho que es bella. Me engañas.
Cualquier dí­a te pego un berrido
y un ¡Coño, levántate y plancha!
Tomás Galindo ©

invernal

los vientos son un cuchillo
que se afila en las montañas
el mundo se ha vuelto blanco
enero está de colada
blanco blanco y sólo blanco
está la tierra bordada
en un pañuelo de lino
blanco de estrellas cuajadasIbón del balneario
y se visten marineros
el traje blanco de gala
abetos indiferentes
al peso de la nevada
campanitas de cristal
las agujas escarchadas
cantan su canción de lunaLa garganta del Diablo, yendo a Oza
a todo lo que descansa
perseguida por el zorro
como una bala de nata
cruza la perdiz nival
despavorida la estancia
no oirás sino el silencio
cayéndote sobre el almaEmbalse de Lanuza helado
inundándote de acero
sepultando tu mirada
escucha los abedules
reventándose las ramas
que en disparos de fusil
pavorosamente chascan
escucha con atención
escucha que no oyes nadaCascada de Sabiñánigo
ni el resuello del que acosa
ni el frenesí­ del que escapa
ni la lechuza que muda
aprendió a batir sus alas
en este silencio claro
portento que nada iguala
se celebran esponsales
entre la vida y la calmaMi calle
llevan sus trajes de novia
las peñas más escarpadas
sosteniéndoles las colas
está la fronda encantada
y las águilas las damas
siente la mano del frí­o
que salvaje te apuñala
siente cómo te penetra
poniéndote en la garganta

Mastí­n en Panticosaparedes frí­as de mármol
frentes muertas y enterradas
cadavéricas mejillas
rí­gidos dedos que bajan
sorprendiéndote la nuca
erizándote la espalda
siente cómo tu presencia
ni rompe la paz ni empaña
estas colinas de azúcar
entretejidas de hayas
estas crestas de infinita
espuma cristalizada
que provoca a tus sentidos
a percibir todo o nada
y asómbrate de la cierva
que desnuda está en su danza
permanentemente inquieta
eternamente asustada
haciendo locas piruetas
en su escena solitaria
mira que se mira el corzo
en el espejo de plata
que ha clavado en el arroyo
la diamantina cascada
torrente que se detuvo
para vestirse de nácar
el rí­o se ha vuelto senda
por la que suben y bajan
marcando su culebreo
el pespunte de sus patas
y mí­rale descender
de entre las cumbres más altas
en un pasmoso ejercicio
de cómo volar sin alas
yo también querrí­a ver
resucitar la alborada
oí­r a la primavera
con su levántate y anda
y quedarme a contemplar
a la floresta que aguarda
a que el milagroso abril
con una acuarela mansa
le pinte un millón de verdes
como un millón de esperanzas

T. Galindo ©