un rastro de humo una huella en el viento
un sonido en la cal de las paredes
un color que no es de cielo ni de tierra
unas hojas sin viento que se agitan
un mal presagio
rezos y murmuraciones
son vísperas de vísperas son ojos cerrados
son timbales de sangre que retumba
sorda interior tensa la piel
una onda que transmite su hormigueo
de la yema de un dedo a la yema de un dedo
y las sienes tiemblan y los ojos laten
los ojos cerrados y febriles
los ojos ardientes poblados de visiones
son vísperas de vísperas ya se siente
el sabor del metal en la lengua
ya lo auspicia el vuelo de los pájaros perdidos
los corderos que balan sin cesar los corderos
que nunca van a ningún sitio si no es a morir
que nunca caminan sino hacia su muerte
un rastro de humo como un borrón perenne
que cambia y que gira que crece y que crece
un sonido a rajado y violento de pardas paredes
con grietas que dibujan continentes
continentes desconchados que caen al polvo
un color que no es de cielo ni de tierra
en el cielo y en la tierra único y monótono
que enceniza las frentes
ya se fragua el desierto cristalino en espejo de sal
tiene más témpanos el alma que el océano
un mal presagio
son vísperas de vísperas
los delfines preguntan por ti
¿qué vas a hacer?
Tomás Galindo©
La batalla de los ciegos
Esta verídica y tremebunda historia, muestra de nuestras más ancestrales costumbres cazurras y espanto de afiliados a la ONCE, me la contó don Manuel Serrano García, a la sazón suegro mío, guardia municipal de la I.C. de Zaragoza con grado de cabo y persona versadísima en la crónica local, en el anecdotario de la baturrada y el despatarre vernáculo.
Me refirió que, en indeterminados y oscuros tiempos de antes de la guerra, los ciegos no vendían el cupón aún, y se ganaban la vida como buena o malamente podían, los más tocándo músicas y pregonando romances por las esquinas, y dependiendo de la voluntad de las buenas gentes; y otros, caídos en mejor familia, con trabajos asequibles a su tara, como el trenzado de canastos, el deshuese de olivas y otros que requiriesen santa paciencia. Contome que por las esquinas de Zaragoza se juntaba a veces un cuarteto de estos ciegos, un matrimonio viejo y otros dos hombres más, que eran versados y hábiles en tañer y soplar varios instrumentos, a saber: un violín, un laúd, un cordión y un chiflo acompañado de su chicotén. Estos cuatro ciegos, a veces se juntaban para ir a tocar a meriendas y celebraciones, formando una orquestina, tocando ora juntos lo que se sabían todos, ora por separado y dando descanso uno o dos a los otros. Cómo conseguían que tan variopintos instrumentos sonaran parejos y acompasados es misterio que no hemos logrado desentrañar (supuesto caso que atinaran), pero seguramente los oyentes tampoco pretendían sino pegar cuatro agarrones a alguna moza entre los, más o menos, ruidos de polkas, valses y pasacalles.
Estos ciegos hacían pórticos y fachadas de iglesias, como la de Santa Engracia o la de San Miguel o San Felipe y San Juan de los Panetes, y también se lucían por lugares como el mercado central, la Lonja o la plaza de toros. Así vivían y se recogían en la ciudad casi todo el año, pero en verano salían de bolos. Sí señor, sí, como lo oyen, hacían galas como la Piquer. Y es que en verano se echaban a la carretera y solían aprovechar el buen tiempo para ir a los pueblos de la ribera del Jalón y a las Cinco Villas, donde estaban mirando crecer los trigos y las uvas, hasta que era época de la recogida, que remataban la faena, y volvían a casa con los ahorros para mejor pasar los fríos del invierno.
En una de estas deambulaciones acabaron yendo a parar a no sé qué pueblo donde fueron bien recibidos por la soltería, que instó a las fuerzas vivas del lugar a contratarlos para hacer baile en la plaza al atardecer. Ajustaron pues con el alcalde que cobrarían por aquella tarde y la mañana siguiente, que era domingo, después de misa, la cantidad de nueve pesetas cantantes y sonantes (luego se verá si cantaban y sonaban), a razón de dos por barba más una porque sí. Tañeron y soplaron los ciegos todo su repertorio y lo que les iban tarareando y fueron muy del agrado de la concurrencia, que los celebró a modo, regalándolos con vino abundante y llenándoles la andorga, y unos y otros se dieron por muy satisfechos del trato y el servicio cuando fue la hora de pasar factura y coger la carretera. Quedaron los ciegos en una esquina de la plaza esperando a recibir la paga, mientras escampaba la gente, e iba el alcalde a la casa consistorial a por las nueve pesetas. Y en esta tesitura estaban cuando, uno de los mozos, vigilado de lejos por otros de su peña que miraban desde la barrera sin perder ripio, se les acercó y les dijo que les iba a pagar.
-A ver, quién cobra -dijo.
Y mientras los ciegos se miraban (es un decir) y antes de que uno alargara la mano, el mismo mozo siguió hablando como si ya le hubieran contestado.
-Muy bien, usté mismo, pues vaya recibiendo y contando.
Y mientras hacía como que le pagaba a uno de los ciegos, iba entrechocando dos pesetonas que llevaba una con otra de mano a mano como si estuviera depositando las monedas en mano de ellos.
-… ocho, nueve, y diez, hale, que nos han tenido muy contentos, que lo disfruten y otro año, ya saben, vuelvan por aquí que serán bien recibidos.
Dieron los ciegos las gracias y echaron a andar por el camino, seguidos de lejos y de puntillas por los mozos, que querían ver en qué paraba el asunto. Al poco y aún sin salir del pueblo, dijo uno de ellos que a ver quién había cobrado, que a repartir. Y todos comenzaron a decir «Ah, pues yo no he sido», y a subir el tono de voz, y a decir que «Ya empezamos…», y que «Ya sabía yo que alguno tenía que dar la nota», y que «Eso no lo dirás por mí». Y subieron las voces, y subieron los bastones de los que se ayudaban para andar y zis, zas, empezaron a darse de palos y puñadas, y era de ver el buen tino que tenían en alcanzarse en las narices y en cascarse los instrumentos a garrotazo limpio. Y en estas estuvieron buen rato para agravio de sus huesos y regocijo ajeno, hasta que sintieron las risas de los mozos que no pudieron contenerse más y explotaron en carcajadas.
Menos mal que llegó el alcalde a tiempo de evitar males mayores, y restañaron sus heridas y pagaron a los ciegos lo que era debido y los instrumentos echados a perder. Alguno de los mozos se vio en el calabozo ese día y los siguientes y tocó multa a escote. Pero como decía Gila… «Anda, que lo que nos hemos reído…»
convidado a las sobras
Precisamente
Tango
Versión argentina de Gorrión de Buenos Aires
El tango es voz que amuebla las deshabitaciones del alma.
El tango no se baila, se pasea.
El tango no se canta, se explica.
El tango no se escucha, te embebe.
El tango es tango aunque sea otra cosa, pericón, milonga, vals, es tango cualquier canción que tenga cara de tango,
carácter de tango.
El tango es el último refugio de la poesía,
es el cobijo musical del poeta.
El tango está mal visto en sociedad
es son barriobajero, nacido en el burdel y abandonado,
huérfano y sin cristianar, mestizo, inmigrante, miserable.
El tango era pecado hasta hace cuatro días
niña, no bailes tango ni te toques.
El primer instrumento del tango fue la sirena
que sonaba lejana y en la bruma
con chapoteo de lanchas y arrastre de baúles,
con pies cansados y guitarras con no todas las cuerdas
y gargantas con no toda la voz.
Los cobardes temen al tango
porque les quita lo poco que tienen.
El tango es para los valientes
que prefieren el dolor al vacío y el recuerdo triste al olvido misericordioso.
El tango es lucidez desde la curda,
es la verdad del borracho,
la sinceridad que siempre tuvo tan mal acogida.
El tango son ventanas con mujeres mirando afuera.
El tango son puertas con hombres que no se atreven a llamar.
El tango llega hasta el gotán
y allí se hace más tango,
con su propio idioma,
con su propia gente
con su público fumando y sorbiendo mate
con sus otarios derrochando champán
y sus minas reidoras exhibiéndose voraces,
con sus cafiches contando pesos en la trastienda,
con sus guapos apostados en las esquinas rosadas,
con sus garúas agrisando el paisaje
y poniendo humedad en los ojos.
El tango es un barrio de la música donde se emborrachan los poetas,
donde van los músicos de putas
y se juegan al naipe la vida los cantores.
Uno es bailarín, una es bailarina de tango y no tiene remedio,
cuando a uno se le cruzan los cables hay psiquiatras, amigos, confesores
pero cuando se le cruzan los pies
sólo tango,
sólo alguien a quien agarrarse para seguir el camino del tango en salones atestados
en salitas a media luz los dos
en placitas y conventillos
en patios a la luz de la luna
y empedrados a la luz de un farolito,
ese camino del tango que nunca va a ninguna parte
sino que vuelve de todas.
Los bailarines de tango dan mucha pena
están tan solos…
se les ve pasear la mirada vacía más allá de sillas y rincones
en otra dimensión del tiempo
porque el tango
ah, el tango,
nunca se escucha por primera vez
siempre lo habías oído antes, en un tiempo mejor
en un mundo mejor
con alguien mejor,
porque el tango te trae los buenos momentos como si los estuvieras viviendo
y los malos como si aún se te estuvieran clavando.
Porque en el tango
cualquier tiempo pasado fue otra cosa.
El tango es argentino y uruguayo
y criollo y tano y gallego y francés
pero sobre todo
el tango es argentino,
y esa sería buena definición
si supiéramos qué es ser argentino.
El tango lo canta un tipo ronco,
lo baila una coja,
lo toca toca un manco
y lo piensa un loco.
El tango no es bonito sino emocionante.
El tango es alcohol en las heridas, te duele y te mejora.
En realidad
el tango sólo tiene un mérito:
que sirve.
Tomás Galindo©
A Miriam Beatriz Ferrari Stella, con el cariño de siempre.
Sonando en la versión española:
Aguafuertes porteñas – Lito Nebbia
El choclo – Tita Merello
La puñalada – Francisco Canaro
Milonga sentimental – Carlos Gardel
Esta noche me emborracho – Edmundo Rivero
Nunca tuvo novio – Beatriz Suárez Paz
Niebla del riachuelo – Miguel Montero
Cosas olvidadas – Héctor Maure
La última curda – Carlos Montero
Sexto piso – Graciela Susana
Los cosos de al lao – Adriana Varela
Lunes – Gigí de Ángelis
Así se baila el tango – Adriana Varela
Cuartito azul – Mario Ponce de León
A media luz – Willian Schemmel
Esta noche me emborracho – Carlos Gardel
Fuimos – El Polaco Goyeneche
Sur -Edmundo Rivero y Aníbal Troilo
Naranjo en flor – El Polaco Goyeneche
El Cotorra ya no juega – Manuel Picón
Sonando en la versión argentina:
Divina – Orquesta Municipal de Mar del Plata
Qué me van a hablar de amor – Julio Sosa
La pulpera de Santa Lucía – Juan Darthés, Juanjo Domínguez
Sin piel – Eladia Blázquez
El Cotorra ya no juega – Manuel Picón
Nunca tuvo novio – Beatriz Suárez Paz
Mañana zarpa un barco – Héctor Maure
Volver – Carlos Gardel
La última curda – Carlos Montero
Y somos la gente – Eladia Blázquez
Margot – Edmundo Rivero
Este cuore – Daniel Melingo
Baldosa floja – Argentino Ledesma
Remembranzas – María Graña
Si soy así – Carlos Tejeda
Con el tango en el alma – Tita Merello