tu cuerpo

tu cuerpo es un lugar lleno de bienes
olores familiares medias luces y medias sombras
oprimiendo con el dedo aquí­ y allá
fabrico sonrisas en tu piel porque tu cuerpo
es amable conmigo
tu cuerpo tiene calor de alcoba de playa calma
de paseo en junio de niño en el regazo
y más y más calor que todos los infiernos
y más y más calor que todos los volcanes
tu cuerpo hace
lo que hace tu cuerpo
meterse la tormenta en un bolsillo misterioso
amasar y estirar los dolores hasta que parecen sonrisas
tu cuerpo es un buen puerto
donde atracar de madrugada
tu cuerpo sabe a qué
a salado sin ser mar y a frambuesa
a cereza a melocotón a moreno
a algo más a lo que sólo saben tu cuerpo
y el aire de algunos bosques húmedos en otoño
tu cuerpo es buen consuelo
tu cuerpo es lago que guarda la luna
doblemente luna de la noche y de tus ojos
serena de tu frente blanda de tus labios
tu vientre es lago manso que respira en olas lentas
lago que se contiene en suaves olas
y lago que se desborda agitado convulso irrefrenable
y además quién lo querrí­a frenar
porque tu cuerpo
tu cuerpo es vida y es la vida y es mi vida
porque tu cuerpo tiene
ventanas a los cuatro puntos cardinales
porque tu cuerpo guarda mis secretos
y aguarda mi presencia que yo sé
porque sé
que me huele y me presiente
y cuando llegas a oí­r mis pasos
antes ya se te habí­a erizado el pelo y estremecido la nuca
porque tu cuerpo me responde y me sabe y me busca
porque tu cuerpo a veces
a veces es un animal sin dueño que no obedece
pero reconoce
tu cuerpo es una selva húmeda y umbrí­a
tu cuerpo es un monte de pastos suaves
tu cuerpo es una mariposa por la mañana
una cierva a la tarde
y a la noche una paloma acurrucada
tu cuerpo es sauce y es palmera
tu cuerpo es vereda que va con el arroyo
tu cuerpo tu cuerpo tu cuerpo
me apresa y me libera
me tiene y me retiene
me ata y me desata
me hace y me deshace
tu cuerpo me mata y yo me dejo
ir poco a poco asesinando
dulcemente envenenando
y yo me dejo ir lentamente entre sus horas feroces
que me roen el seso y los sentidos
en tu pecho estupefacto
entre tus muslos ido
en tu seno olvidado
porque tu cuerpo es una cueva acogedora
donde descubrí­ el fuego
donde me inicié en el mundo
donde conocí­ la única palabra que ha inventado el hombre
todas las demás nombran cosas y casos
y sólo amor es inconcreto indesdifrable y nuestro
tu cuerpo es infinito
infinito y pequeño
me cabe todo tu cuerpo entre los dientes
en una mano en un ojo abierto en un minuto
y en cambio no lo abarco
con todo el pensamiento
me cabe en un abrazo
me rebosa en un beso
tu cuerpo amanece cada dí­a más dulce
cada mañana más hermoso
tu cuerpo juega a algo nuevo cada dí­a
como los niños chicos
va a brincos por mi corazón
me hace manotear y alegre
descubrirlo en su escondite
y es el mismo sorprendentemente
tu cuerpo suena a brisa cuando pasas
tu cuerpo es una risa al oí­do
un dedo en los labios que dice espera
una mano en mi mano que viene conmigo
un pezón carmí­n
dedos en mi pelo
un olor a nardo
tu cuerpo

Tomás Galindo®

una mujer, varias mujeres


mujer con prisa
mujer rubia con lazo negro en el pelo
mujer de luto
mujer pintándose los labios con un espejito de bolsillo
mujer hablando al oí­do de otra mujer
grupo de mujeres cenando en una trattorí­a
mujer vieja pintarrajeada
mujer desnudándose
mujer desnudándose lentamente
mujer insomne oyendo llorar al hijo de alguna vecina
mujer conduciendo un auto
mujer del brazo de un soldado
él es su hijo
mujer con alfileres en la boca
mujer probando un guiso
mujer cansada
mujer palpándose un pecho
mujer tendiendo ropa de hombre
canta por lo bajo una canción que no acierto a distinguir
mujer con collar de perlas
algunas mujeres en la antesala de un médico que evitan mirarse
mujer que vuelve a casa despintada y rota
mujer que se sabe observada arreglándose el pelo
mujer con pañuelo en la cabeza
varias mujeres que van a misa
mujer con gabardina en la cola del autobús
es muy temprano y hace demasiado frí­o para ir con esos zapatos
mujer con una caja de bombones
mujer amamantando
mujer con gafas
mujer mirando el escaparate de una floristerí­a
mucho rato
mujer junto al teléfono esperando una llamada el dí­a de su cumpleaños
mujer junto al teléfono simplemente
mujer entrevista fugazmente cerrando una puerta
mujer mirándose al espejo y preguntándose si gustará
mujer escribiendo una carta
mujer
mujer mirando el reloj
Tomás Galindo ®

Merovingio

los merovingios el adverbio las lentejas
de esaú la equis los pueblos más importantes
de castellón nules morella
el cura alto y huesudo de espaldas
a la pizarra negro contra negro
una calva clerical de tiza
burriana benicarló
detrás de mí­ los dos garcí­as
hablando por lo bajo de la hermana
de alguno que ya tení­a tetas
tetas sí­ señor ví­ver segorbe lucena
y de repente
un chirrido de tiza en los cogotes
erizados despertando al aula
los números gimen de saberse
malditos para las tardes de otoño
san mateo y vinaroz
y dime en qué parábola vuelan los balones
y dime en qué sueño de niñas
con nacientes tetas reside la equis
y si los merovingios no merecen ya
de una puta vez ya
ser olvidados
y dónde dime dónde recuperar
las horas de rosarios y dónde
mi cadáver muerto a los catorce
comido por el lupus lupi lupum hundido
en los afluentes del ebro por la izquierda
y dónde yazco o yago indiferente
al pecado mortal que me condena
pero no
a lucy en el cielo con diamantes
ni a marisa
que me traí­a soles verdaderos arena
helados de limón y pollo frito
y me pintaba extrañas siluetas en el margen
de la geografí­a de cuarto de edelvives
el cura alto huesudo y agorero
me decí­a que así­ como me va
así­ precisamente
…me irí­a
Tomás Galindo ©

La fantasma del cuarto de estar



Vaya susto me llevé cuando, saliendo de la pecera (el cuarto de los pecés) me encuentro una señora desconocida en el pasillo.
-Buenos dí­as.
Tras el consiguiente susto al ver que alguien se me habí­a colado de róndón en casa, y tras llevarme la mano a la pistolera y recordar, tonto de mí­, que no soy un caoboy del fargüés, agarré fuerte un bic por si tení­a que defenderme y le dije:
-¿Qué hace usted aquí­, cómo ha entrado?
-Huy, le he asustado, lo siento, lo siento mucho – o dijo auténticamente compungida – es que ya no podí­a aguantar más.
-¿Aguantar más?
-Sí­, no podí­a, es por su música.
-Pero a ver – le dije yo ya un poquito harto – dí­game de una vez quién es usted y qué hace en mi casa.
-En realidad, en nuestra casa, yo llevo más años que usted viviendo aquí­. Y después de muer… fallecer, aún más.
-¿Pero de qué me está hablando? ¿Se encuentra usted en sus cabales?
-Yo soy Rosa Satrústegui, aunque mis niños me llamaron siempre Doña Rosita. Mi hermano Leopoldo y yo tení­amos aquí­, donde ahora está este piso, un colegio para los niños pequeños del barrio. Prácticamente una guarderí­a, donde les enseñábamos a leer y a rezar el padrenuestro.
-Ah, sí­, me dijo mi mujer que aquí­ habí­a un colegio, pero creo recordar que se trataba de una academia.
-Eso fue más tarde, que pusimos academia de cultura general y cursos de alfabetización, pero por las tardes, cuando acababa el horario de los niños. Es que eran los años del crecimiento económico, los felices setenta, que tanto trabajo costaron. Los años del pluriempleo.
-Me está tomando el pelo, claro ¿con que es usted un espí­ritu?
Doña Rosita me miró con unos ojos grises tristí­simos y dulces y, sonriendo, me dijo:
-Yo no le he tomado el pelo a nadie en mi vida, mucho menos lo harí­a ahora, en el triste estado en que me encuentro. No estoy de humor.
-Usted disculpe – no pude menos que contestarle – pero convendrá conmigo en que no es plato de gusto para nadie encontrarse una fantasma en su pasillo.
-En realidad mi sitio es el cuarto de estar, que es donde tuvo lugar mi óbito, dando clase a unas chicas gallegas que trabajaban de criadas en casas del centro, para que pudieran encontrar trabajo en alguna tienda y se quitaran de servir. Se creyeron que me habí­a quedado dormida, ya ve usted.
-Pues parece un feliz tránsito ¿cómo es que se quedó aquí­ en espí­ritu en vez de irse a donde sea que va uno en esos casos?
-Por culpa de mi hermano Leopoldo, que era un descreí­do y yo me comprometí­ a guiarle cuando muriera. Estoy esperándole.
-¿No ha fallecido?
-Sí­ señor, pero se resiste a abandonar San Mamés, también donde falleció, dice que está allí­ la mar de bien y no piensa marcharse. Así­ que ya me ve, esperando a ver si derriban ese campo de fútbol y hacen uno nuevo y no le queda más remedio que venirse conmigo de una vez… allí­.
-¿Y mientras usted aquí­ en mi casa?
-Qué remedio.
-Confieso que me ha dejado usted muy intranquilo. Ahora cuando esté viendo la tele pensaré en si está a mi lado, y en si le gustará a usted el baloncesto de la NBA o los Simpson.
-A mí­ la tele ni fu ni fa, sólo me gustan los documentales de animales y plantas, eso sí­, pero como su señora sólo los pone para dormirse en la siesta, y muy bajito, pues que no me entero nunca de lo que dicen, aunque, eso sí­, son estampas muy bellas. Algo es algo. Lo que sí­ me gusta es la música que pone usted a veces, por eso me he decidido a aparecer.
-¡Al fin alguien con gusto musical selecto!
-Pone usted esos boleros tan bonitos de Machí­n, y de Jorge Sepúlveda, y tangos de Acuña, qué voces. Yo he estado viéndoles a los tres. En fiestas, en la Semana Grande, que vení­an a actuar, y a veces gastaba mis pocos ahorrillos en poder verlos. Por eso querí­a decirle a usted que si me podrí­a poner «Mirando al mar». Es que me lo cantaba un novio que tuve y que se malogró por culpa de la guerra civil.
-Sí­ señora, faltarí­a más, ahora mismo se lo pongo.
-Lleva años cantándomelo en el aniversario del dí­a en que nos conocimos, pero cada vez le oigo más y más bajito, y ya casi no me acuerdo de cómo sonaba… son tantos años sin oí­r esa canción…

Koiné Peplou (tragedia griega de las que ya no se ven, oiga)

Coro: En un lejano paí­s viví­a una hermosa niña de luengos cabellos dorados.

La niña: (Lleva una gran piruleta y una muñeca) Oh, qué linda soy.

Coro: Su vida transcurrí­a dulce y placentera entre juegos inocentes.

La niña: Oh, qué hermosa es la vida. (arranca la cabeza a la muñeca con gesto dulce y bondadoso y tira cada cosa por un lado, los del coro miran mitad hacia un lado, mitad hacia el otro, luego se miran unos a otros y cabecean, como diciendo, vaya niña)

La madre: (entra, recoge los dos pedazos de la muñeca, los une, coge una silla y se sienta al lado de la niña, no perdiéndose nada de lo que dice y haciendo gestos al coro como de que no le gusta nada esa gente)

Coro: Nada interrumpí­a el amable discurrir de su existencia infantil.

Niña: Oh, qué bonito es ser niña.

Coro: Hasta que de repente, un infausto suceso trunca tan agradable existencia. ¿Qué le pasará a la princesita? ¿Tendrá angustia vital? ¿Tendrá conflictos internos? ¿Almorranas?

La niña: Oh, qué triste y desolada estoy.

Coro: Cuenta, cuenta. (ponen gesto de gran interés y se acomodan)

La niña: (a su madre)
Querida progenitora
de mis dí­as dulce autora,
Siento algo en mi interior
que me llena de pavor.
Una extraña comezón
de congoja y desazón,
un raro dolor allí­
que jamás antes sentí­.
Y lo que es más repugnante
asqueroso y aberrante:
en mi intimidad más honda
una hemorragia hedionda,
y una sensación taimada
de andar por ahí­ pringada,
acompañada a su vez
de terrible fetidez.
Y me ha dado la psicosis
de que tengo hasta alitosis.
Di, mamá ¿qué amargo trance
me ocasiona este percance?
¿Qué espantosa enfermedad
me corroe con maldad?
¿Qué virus o qué bacteria
me provoca tal histeria?
¿Qué tara tan inaudita
me hace ensuciar la braguita? Continuar leyendo «Koiné Peplou (tragedia griega de las que ya no se ven, oiga)»