jardí­n de otoño

la vida nunca acaba de vivirse
y la muerte nos sorprenderá lo mismo
en el jardí­n
en ese jardí­n de la hojarasca ruidosa
y la maleza
recogí­as prí­mulas para tu primera novia
tení­a trenzas
una falda que volaba muy alto
y más pecas de las que le cabí­an en la cara
el mes de junio sí­ que es un invento
dejabas los cuadernos sin hojas
y el estanque lleno de barcos de papel
luego habí­a la merienda con tus primas
y a la noche ibas a sorprender a las luciérnagas
y a recibir los besos sorprendentes de las niñas
que luego se pusieron carmí­n
y se hicieron mayores que tú
hay que ver lo hermoso que se ha puesto el ní­spero desde que nadie lo cuida
mira
aún está el banco
antes era de color blanco
sólo le queda una de las rositas de hierro
que tu tí­a pintaba todos los años de azul
porque en los jardines siempre falta algo de azul
cuando volviste ya no llevaba trenzas
sino el pelo muy corto
tení­a dos o tres pecas de menos
y dos o tres amantes de más
sabí­a hacer que tuvieras que mirar hacia otro lado
precisamente fue en este banco
donde no te atreviste a decirle nada
y donde ella golpeó el cigarrillo contra el reloj
te miró largamente y se fue
pero la vida está llena de contradicciones
te dolerí­as más tarde
y por aquí­ deberí­a estar la fuente
quizá sea aquel montón de cascotes
se murió el abuelo y se murió la palmerita
fí­jate
creo que de un mal viento
fue por aquel año cuando te metiste a revolucionario
y a la cama de carmencita
lo disimulabas muy mal
te poní­as siempre muy lejos de ella
y procurabas no hablarle
como si lo de carmencita a esas alturas aún le fuera a importar a alguien
pero tuviste que dejar la revolución
porque las barbas te producí­an prurito
y a carmencita por lo mismo
tú nunca la perdonaste
en cambio ella siempre te apreció
el jardí­n era entonces más grande
o es que conforme pasa el tiempo
todo se vuelve más pequeño
hasta uno mismo
pero no hay que ponerse triste
porque hemos llegado al columpio
está el roble y está el columpio recuerdas
aquí­ fue donde ana te dio semejante golpe
póbrecita qué susto se llevó
le manchaste la blusa de sangre tratando de consolarla
tu herida abierta y su llanto
qué escena
la repetirí­ais hasta la saciedad en vuestro matrimonio
en realidad cómo te fue con ella
fue violento
eso fue me parece
y ya ves
uno no siente la violencia hasta que ve su cara
reflejada en las aguas verdes del estanque
o descubres que el corazón que grabaste en el pino
queda hoy muy por encima de ti
paseas por el jardí­n de otoño
para hacer crujir la hojarasca
allí­ donde el césped mullí­a tus pies descalzos
y quieres sentir los besos de las niñas
en las telarañas que rompes con el rostro
siéntate en el tronco cubierto de yedra
y traza en el polvo con un palo
aquellos dibujos que tanto te gustaba hacer
un barco un sol una margarita
a lino le encantaba borrarlos con la cola
ya no te acordabas de lino
pero claro
a veces uno se olvida de las personas
pero no de su perro
a eso has vuelto al jardí­n
a ver si te encuentras escondido tras los setos
bajándole las bragas a alguna de tus primas
aguantando la respiración
qué bellas en sus pubis blancos
en sus muslos delicados
en sus pechitos menudos
en realidad no has querido a nadie así­
con aquel santo temor
y aquel gozo instantáneo y liviano
que tanto las admiraba y divertí­a
has venido a poner una cara a tus sombras
una risa cierta a tus ecos
a abrir la caja de los tesoros
que estará enterrada en las raí­ces de algún árbol
y que contiene las canicas y el yesquero
varias llaves sin puerta y una bala de verdad
y seguramente encontrarás que el jardí­n
el jardí­n alegre y colorido
que poblaron risas y muchachos
ha cambiado belleza por sosiego
y un cierto desaliño que sienta bien a algunos jardines
y a algunas personas
que conocieron el amor
y conservan
como un aire
Tomás Galindo ®

Telón

No me puedo creer que te hayas muerto,
creí que el mundo pesaría menos
con tanta vida ausente de repente,
que un estremecimiento hacia las nubes
subiría del polvo repentino,
pisada de caballo gigantesco,
arrastrando al galope la carroza
que separa los muertos de los vivos.
Creí que el mundo se desharía en llanto,
que lloverían lágrimas celestes,
que bajarían del plinto las estatuas
a plañir sus mármoles opacos.
Pero qué poco sé de los trasuntos
de la muerte y su equipaje de rabia,
la muerte que te encuentras a la vuelta
de cualquier esquina y circunstancia,
no me había fijado en que apostada
está siempre al acecho de cualquiera.
Nunca me señaló su flaco dedo,
ni fijó en mí el hueco de sus cuencas
y cuando salta como los peleles
al abrir la cajita de sorpresas
con el muelle de los esqueletos,
abro los ojos porque me doy cuenta
de que es actriz principal de esta comedia,
de que está aquí, que viene en el libreto
con su nombre: La Muerte. Con su frase
que siempre la repite con gran éxito,
que cumple su papel y con aplausos
entra y sale del drama cotidiano.
Es la actriz secundaria imprescindible
para añadir intriga al argumento.
No lo puedo creer, que te hayas ido
sin avisarme al menos por teléfono
ni devolverme el libro de Pessoa,
la muerte es descortés con los que lleva
y les hace quedar como groseros.
Teníamos pendiente un té con pastas,
las cinco en el reloj, naturalmente,
que dilatabas, astuta como siempre,
temiendo que quizá te descubriera
mis sentimientos íntimos y aquello
pudiera quebrantar nuestra armonía,
debí dejarte claro que sé bien
el suelo que pisaba yo contigo,
y quedarme al albur de tus deseos
como fondo de armario de tus ansias.
Ya ves… o ya no ves, dónde se ha ido
lo que ni fue, ni pudo ni pasara
pues todo es humo ya sin importancia,
tras tanto emborronar en las pizarras,
tras tanto calcular la suma es cero.
Pero aun así creí que no te irías
sin la traca final, sin unos fuegos
artificiales asombrando al mundo,
sin una carcajada mientras baja
el telón y tu público entregado
al fin se pone en pie para aplaudirte.
Creí, como ya dije, que habría signos,
portentos en el cielo y que la tierra
se abriría mostrando sus entrañas,
que se irían las aves en bandadas
y en las calles los transeuntes todos
comentarían atónitos tu eclipse.
Me cogió por sorpresa lo poquísimo
que aullaron los perros esta noche,
la sola invocación con que brindamos
y el cómo del incómodo silencio
se pasaba a los temas perentorios,
a un abrazo de torpe compromiso
y el mismo adiós beodo de los sábados.
Aquí no pasa nada, tú te pudres
debajo de la tierra, yo prosigo
sintiéndome quizás abochornado
por la íntima vergüenza del alivio.
Ahí está el dolor, para qué sirve.

  T.Galindo ®

no todo son preguntas

no todo son preguntas, caminando
tan solo hay un vacío sosegado,
bajo las hojas pinchudas de los pinos
se celebran las acarameladas
ceremonias silentes del olvido,
a la sombra del pino no hay preguntas
la certeza que cae por su peso
cierra los ojos y abre los sentidos,
huele, se nutre, se palpita,
caen desde los cielos torbellinos
de verdad que son gotas de lluvia
que echan a cantar por los caminos,
cojo una piña en la mano, la contemplo,
la leo como si leyera un libro,
tanto futuro tienen los piñones,
tantas posibilidades, tantos siglos
de brotes que se tornan árboles,
escrito en el piñón están los signos,
como en los libros las explicaciones,
deletrean mañana con un mínimo
caudal en espirales de cadenas
que son razón, que son hito tras hito,
en el piñón, minúsculo, rotundo,
en ese huevo de árbol infinito
está la posibilidad redonda
de transportar un bosque en el bolsillo,
por eso siembro al caminar, despacio,
semillas de avellano, roble o tilo,
ay, si pudiera también sembrar las fuentes
que fueran el origen de los ríos
qué jardín no serían los desiertos,
pero sueño, soñar es un continuo
paseo por el parque del deseo,
no todo son preguntas, averiguo
que hay verdades tan tiernas y absolutas
como poner de pie, milagro, un pino.

  T. Galindo ®

Canción de amor a un plátano de ciudad

Urbanos como yo, los plataneros,
cuyo fruto es la sombra y los gorriones,
desfilan mayestáticos, serenos,
por entre la vorágine de coches.
Parece que están presos, pero no,
sin poder escaparse de su alcorque,
esa suerte de cárcel de los árboles
que consigue convertir a nuestras calles
en antónimo triste de los bosques.
Mas no, los plataneros no están presos
que por la noche los plataneros corren,
bailan, se citan en las plazas
se dan la rama como el brazo, se oye
un aleteo apenas de murciélago
que es toque de silencio, y a ese toque
saltan y vuelan y caminan
y danzan sin parar toda la noche.
Cuando amanece, ya se van parando,
donde puede cada uno ya se duerme,
nunca nos damos cuenta que cambiaron
de un sitio a otro mágicamente,
y eso es porque no tiene nombre
cada cual, que no se esconden.
El mío sí, se llama Margarita,
puede no parecer muy pertinente
poner nombre de flor a un árbol grande,
pero le gusta, me lo dijo un día
que entró por mi balcón su rama verde
y me dejó de regalo un pica-pica
simpática bolita de juguete.
Bolas de platanero, perdigones
de jugar a vaqueros y a piratas,
inocua munición, ojalá fueran
las balas de verdad así de blandas.
Con cariño de chucho o de paloma,
amo a los plataneros locamente,
me fascina su piel impresionista
jirafa de madera que imponente
se asoma a mi ventana y me depara
cada día un cuadro diferente.
Yo sí que los distingo, el de la plaza
suele ir a beber donde la fuente,
el de la fuente, en cambio va a la iglesia,
le gusta conversar con los cipreses.
No son iguales no, fijaos bien,
los árboles urbanos se parecen
como nos parecemos las personas
pero iguales no, son diferentes,
los hay alegres con mirlos o estorninos,
los hay tristes, podados con muñones,
hasta los hay enamorados que te enseñan
un par de entrelazados corazones,
o le tapan los ojos al semáforo,
o les gusta jugar con los faroles
a hacer sombras chinescas en las tapias
y asustar a las viejas con el roce
del viento silbando entre las ramas.
Amo a los álamos, los robles y los tilos
los arces, robinias y las hayas,
pero lo mío con el plátano es tan bello
que me da por cantarle «Algo contigo».

   T. Galindo ®