Llamada telefónica 1:
– Papá, papá, que como soy tan buena, me podías regalar un coche ¡el tuyo por ejemplo! Y te compras otro.
– Glups.
– ¡Gracias papi, sabía que entenderías mis nuevas necesidades kilométricas! ¡Qué bien, qué bien, ya soy autónoma!
– Esteee…
Y allá que se fue ella con su (mi) leoncito querido, Peugeot 206, que era una maravilla y no conocía el taller. Ay, qué tiempos. Vedlo, ahí, a la derecha, todo nevadito, qué lindo.
Llamada telefónica 2:
– Hola papi.
– Hola hiji.
– Esteee… que he plegado el coche, siniestro total, acuaplaning, zas, tortazo, piedros debajo, chof dirección, chof patapún motor, catacrás chasis…
– Glups.
– ¡Pero yo estoy bien, eh, yo estoy bien! !Qué suerte! ¿A que sí?
– Puesss que no merecía la pena arreglarlo, estaba muy viejo. Linda se había comido la tapicería. Había miguitas. Y tal. Así que me he tenido que comprar otro, uno nuevo, mejor que el tuyo.
Por lo visto conduce como yo, porque se ha pegado el mismo tortazo que me pegué yo, en el mismo sitio, y también con un coche (Ford Scort) a la chatarra… ¡pero que me venga presumiendo de que tiene un coche mejor que el mío! ¡Ja! ¡Amos, anda! ¿Eso de quién lo habrá aprendido?