La sociedad ludópata

Se nos retrata a los ludópatas como marujas que tienen que hacer la calle porque se gastan el sueldo del marido en el bingo, o como hombrecillos sin hacienda que se dejan el sobre en las tragaperras.  Todos los hemos visto (bueno, lo de las marujas me lo han contado, que uno es muy decente), enganchados a la máquina del bar con el bolsillo ora lleno, ora vací­o, de monedas.  Siempre los he mirado entre asombrado porque le encuentren algún gusto a cosa tan tonta, y apenado por verles arrojar a la ranura sin fondo su hacienda, y su felicidad.  Es preocupante, pero es una parte pequeña, un tanto por ciento escaso de ciudadanos con ese problema, algo con una solución más de tipo terapeutico que social seguramente.  Me preocupa, pero relativamente, por cuanto es algo que está diagnosticado y a lo que se encuentran paliativos.  Pero lo que sí­ me preocupa es que el paí­s, todo el mundo aquí­, juegue a la loterí­a en navidad como costumbre social arraigada, y al resto de las loterí­as, primitivas, cupones y quinielas… porque es la única manera de salir de pobre, o al menos de salir del pozo de las hipotecas, los hijos, las trampas…  Cambiar de vida no es cuestión de decisiones trascendentes, no, sino de atinar con el número que sume quince o que acabe en siete
Que uno juegue… está mal, pero que la sociedad entera no tenga otra esperanza que el bombo, no pueda ver una luz al final del túnel si no es porque  a uno le toque la loterí­a, eso sí­ es preocupante.  Siempre andan preguntando los de CSIC qué es lo que más nos preocupa, el paro, el terrorismo, la droga… a mí­ me preocupa la desilusión en que vivimos.

Cuarto de estar

Yo antes tení­a cuarto de estar, ahora tengo pecera, o sea: habitación de los pecés.  Las personas bienhablantes le llamaban sala, salita, o salón, depende, pero el común de las gentes, eso: cuarto de estar.  En un principio, cuenta la historia, fue la hoguera, y la gente se reuní­a a su alrededor.  A aquello se le llamó hogar, el lar de los latinos, el llar, la chimenea. La cocina era el punto de reunión de la familia, se ve que lo que uní­a a todos era llenar la andorga, y de paso charlaban sentaditos tras pasar un dí­a de esfuerzo mayormente fí­sico.  A mayor civilización, menor preocupación por los asuntos estomacales, ya se diferenció el lugar donde se guisaba del sitio donde se comí­a el guiso y también donde se reuní­a la gente, primero a charlar, luego a que le dieran a uno la charla hecha, antes por la radio, y luego por la televisión.  La tele pasó a ser la hoguera primigenia.  Pero ahora el cuarto donde estoy ya no es el de comer o el de ver la tele, sino el del ordenador.  No veo la hora de poder ponerme un mantelito delante del monitor con mi pizza y mi Coca-Cola.

Antes muerta que sencilla

Corre una frase por ahí­

que es una gilipollez,

una mierda, un desacierto;

y yo me digo, caray,

hay que decir de una vez:

¡mejor sencillo que muerto!

Tomás Galindo ®

El punto R

¿El punto G? ¡Je! ¡Me rí­o yo del punto G! Para darle gustito a la costilla (nunca mejor dicho lo de «costilla») lo importante es tener localizado el punto R. Vaya que sí­, ese sí­ es un punto importante y que da placer sin cuento. Y del de empezar y no saber acabar, que tiene su mérito. El punto G es, como mucho, para según qué momentos, pero ah… el punto R… ese es accesible y disfrutable a cualquier hora y de casi cualquier forma y en casi cualquier lugar. Sí­, el punto R, ese olvidado punto R, ha de ser reivindicado en su justa medida por las personas que gustan de no ponerse trabas ni cortapisas a los placeres corpóreos (o somáticos, que dirí­an los modernos) y alzarlo a lo más alto del pódium de los misterios gozosos. Qué agradecido es, qué sencillo, plácido y a la vez gustoso. Si el punto G es al goce venéreo lo que angulas y caviar al paladar, el punto R es como el exquisito y cotidiano huevo frito. Porque una cosa es lo cotidiano y otra lo rutinario, loemos al punto R de nuestros más í­ntimos, sanos, y agradables intercambios de placer en pareja.

Cerrado por reformas

Mi pccito ha cascado el pobre. Eran muchos años ya de estar enchufado y su tierno corazoncito de bytes y ventiladores no ha podido con el trasiego internáutico. Espero poder reengancharme en breve, unos dí­as, con un nuevo y flamante ordenador de última generación (¿cuántos llevo ya? ni me acuerdo). Creo que con el que me están montando, según me dicen, voy a poder estar en misa y repicando ¡jesús, qué adelanto esto de la informática!