De la última cena, la poesí­a formal, y los caminos


A veces discuto (poco porque no merece la pena) con aficionados a la poesí­a que defienden el verso blanco, y además dicen que la poesí­a con rimas, ritmos y reglas es algo encorsetado, antinatural y feo. A mí­ me da igual la poesí­a con o sin rima. Punto. Pero me es más fácil escribirla rimada, curiosamente. El caso es que siempre que discuto de esto con alguien me acuerdo de lo que le pasó a Leonardo cuando fue a pintar la última cena. Tení­a que pintarla deprisita, que es un fresco, y no sabí­a cómo hacerlo. Primero pensó en ponerse en el sitio de Jesús, y entonces se puso a mirar desde su sitio, el centro de la mesa, y pintó la mitad en una pared y la otra mitad en la de enfrente, tal como veí­a la mesa el que presidí­a. Pero los curas le dijeron que no, que eso eran dos cuadros, y que ellos sólo pagaban uno. Entonces se puso en un lado de la mesa, con la gente alrededor de la misma, claro, haciendo una perspectiva. Pero se dio cuenta de que los dos apóstoles de delante no le dejaban ver más que la nariz de los siguientes (y eso porque eran judí­os ¡jaaaaaaaaa… qué gracioso estoy hoy!); y además el apóstol del otro lado de la mesa se veí­a chiquito chiquito, vamos, que casi era una postalita de apostol y no un retrato. ¡No podí­a ser! Si la gente estaba alrededor de la mesa no habí­a manera de retratarlos, unos serí­an grandes, otros chicos, y a alguno sólo se le verí­a el cogote. Así­ que pasó de la lógica y de lo natural, y se sacó ese cuadro de la manga, algo totalmente desquiciado. Todos los comensales del mismo lado, la mesa puesta de través en una habitación larga, y con las ventanas a la espalda. Vamos, que están puestos de una manera imposible. Pero… pero… esta es la íšltima Cena que ha quedado para la historia, donde se ven todos los personajes bien vistos, donde cada uno tiene un papel, un gesto, algo que decir, y donde el que mira el cuadro lo entiende y no repara en que es una distribución imposible, al revés, le parece armoniosa, llama la atención, invita a ser presenciada y a fijarse en los detalles.
Con la poesí­a formal pasa eso mismo. Claro que no es así­ como hablamos, pero es así­ como lo decimos mejor dicho y más fácil de entender. Primero, al que la está escribiendo le hace pensar; buscando el ritmo y la rima encuentras palabras que enriquecen el pensamiento, giros insospechados y descubres ideas detrás de las ideas. Y como la poesí­a es el camino a la emoción que siente el poeta, y que debe recorrer el lector para sentir esa misma emoción, este camino ha de ser llano, suave, fácil, y la poesí­a formal lo embellece y le pone árboles umbrí­os a los lados y pajaritos que te animen a andarlo. Una poesí­a mal expresada serí­a un camino lleno de charcos y obstáculos, nadie va a alcanzar el objetivo emotivo de fondo si no puede transitar las palabras que la componen.

Descubierto un sistema para ganar siempre al ajedrez.


Al fin, el dí­a tan temido por ajedrecistas de todo el mundo ha llegado. Tras un despliegue técnico sin precedentes, la compañí­a holandesa que está en proceso de fabricar el ordenador de nueva generación «Hal 18«, bautizado como aquel mí­tico de «2001 una odisea del espacio», ha descubierto un sistema para hacer que sean siempre las fichas blancas, las que salen, quienes acaben ganando la partida. Dependiendo de la inteligencia del rival, las fichas negras, el sistema requiere para ganar indefectiblemente un mí­nimo de 214 jugadas, y no dicen el número de jugadas máximo que se necesita ya que, según los creadores de «Hal 18», nadie puede ser tan inteligente como para llegar al máximo.
Ajedrecistas del mundo entero, decepcionados al conocer la noticia, que puede convertir la supuesta batalla de inteligencias en poco más que una martingala destinada a que las blancas no se salgan de la jugada maestra que siempre gana, han comenzado a tirar la toalla, manifestando ya algunos maestros internacionales que, en lo sucesivo, piensan dedicar sus esfuerzos a juegos de auténtica estrategia, donde no pueda interferir la informática. Algunos de estos maestros están empezando a interesarse, a instancia de ajedrecistas españoles, por el castizo juego de los chinos; «Ese sí­ consiste en un enfrentamiento de astucia que no puede ser descifrado por una máquina«, dicen los partidarios de pasarse a esta actividad. La Escuela de Ajedrecistas de San Petersburgo está empezando a desplazar profesores a seminarios de estudio de los chinos a lugares dispersos de la geografí­a española, afamados por la práctica de este popular juego, como Madrid, Bilbao, y Calatayud. Sesudos catedráticos de las principales universidades estadounidenses están comenzando a animar a sus alumnos a hacer las primeras tesis y estudios sobre esta, según ellos manifestación de la astucia primigenia del homo sapiens, de la que ya hay constancia en excavaciones en Atapuerca, donde se han hallado múltiples restos fósiles de dientes trabajados, y piedrecillas ornamentales, formando trí­adas.
No obstante, desde el gobierno de Euskadi, se pretende hacer de la universidad de Deusto el foco mundial del estudio de «los chinos», ya que según manifestaciones del lehendakari Ibarretxe «Los txinos, donde uno intenta ocultar al rival lo que tiene y, al tiempo, averiguar lo que el contrario esconde, mediante un juego de argucias y engaños, sólo pudo inventarlo un vasco o vasca«. Portavoces del PSE y el PP se han mostrado de acuerdo, si bien matizando que el presupuesto deberí­a ser consensuado.

Treinta corbatas


Treinta corbatas tengo, más alguna otra jubilada que yace en un amasijo de culebras de trapo, más cuatro soberbias, elegantes y originales pajaritas. Las he contado esta mañana, cuando me ha llamado la atención ver una de ellas, que habí­a caí­do en el montón de camisetas que son mi vestimenta habitual de diario. ¿Cuánto hace que no me pongo corbata? Antes vestí­a a menudo esta atávica prenda, y reconozco que me gusta hacerlo. Si algo me paro a mirar en un escaparate son las corbatas que, aunque tengan precios prohibitivos, siempre están al alcance de cualquier bolsillo, por algo son un accesorio modesto, pero muy decidor. Una corbata de categorí­a es algo que se nota a la legua, y que puede disimular una camisa (incluso una chaqueta, al decir de algunos) de medio pelo. Eso sí­, deberí­a estar prohibido regalar corbatas. La corbata es muy muy personal, desde luego, más personal que unos calzoncillos. Al fin y al cabo la corbata se enseña, y sirve de enseña de quien la porta. Puede parecer pijo o snob, pero la corbata y los zapatos son algo que denota enseguida su precio, como si llevasen la etiqueta colgando.
¿Es la corbata un adminí­culo que se pone la gente por estar obligada a ello en determinadas circunstancias solamente? ¿Pasará con ellas lo que pasó en su dí­a con los sombreros, que prácticamente desaparecieron? ¿Son sí­mbolo de estatus o manera de pensar de quien las lleva en vez de ser simplemente un adorno sin mayores pretensiones? ¿Están justificados los ataques desde multitud de lados a las corbatas? Yo me siento bien con corbata, natural. Cierto que no las llevarí­a de contí­nuo porque creo que no hay una corbata para cada momento, sino que hay momentos para corbata y otros que no. Pero me gustan. ¿Pasa algo o qué?

Programa contra la violencia sexista


A la vista de lo difí­cil que es educar a los maltratadores, debido sobre todo a que los mensajes de los anuncios y programas exceden su capacidad cognitiva, el Ministerio de la Mujer ha optado por volver a educarlos como a los niños, valiéndose para ello de programas formativos de Los Teleñecos, que se emiten en los descansos de los partidos de fútbol, principalmente. En estos programas se enseña a los maltratadores que «aaaaaaantes de maltratar conviene tirarse por la ventana, y despueeeeeees…» ya te lo puedes replantear. Hoy, con esta noticia, se nota que empieza a dar sus frutos.
¡Qué ganas tení­a yo de leer la noticia así­ expresada, coño! ¿Por qué siempre lo tienen que hacer al revés? ¿No te vas a pegar un tiro? Pues a ti qué más te dará pegártelo aaaaaantes y no despuééééés…?

Vacaciones 2006 (2)

Mi señora va y se atreve
a sacarme en un retrato
donde ejerzo sin recato
mi vocación de percebe.

Mientras que ella, como ves,
necesitaba de todo
para leer de este modo
remojándose los pies.

Como Linda se relaje
debajo de unos matojos
necesitarás cuatro ojos…
para ver su camuflaje.

Pero qué sitio tan guapo,
al ir a la recepción
has de prestar atención
para no pisar al sapo.

Qué cielo tan lindo, tú,
sólo le falta un querube
asomando de la nube
¡Si parece Honolulú!

En el desierto arenal
de una playita remota,
puesto así­ como la sota
pues… no quedo nada mal.

De cuanto la vista abarca
cuando sube la marea
no es posible que se vea
más que allá lejos la barca.

Tan delgados, tan morenos,
tan guapos y de buen ver
ya pensamos en volver:
¡Venga, que ya falta menos!