Cómo un loro poco listo arma la de dios es cristo (romance de tuerto)

Se ha dicho el loro Facundo
que quiere conocer mundo.
Cree que será más sabio
dando vueltas por el barrio.

Y como no tiene mapa
en cualquier lugar atraca.
-«Aquí­ huele bien»- se ha dicho,
y adentro se mete el bicho.

«¡Una fruterí­a, al fin
aquí­ me daré un festí­n!
Va como los aviones
de la uva a los melones.

«¡Al ladrón, al criminal!»
le gritan al animal.
La frutera es una tipa
que no le da ni una pipa.

Corre, vuela, sube y baja…
si le enseñan la navaja
al loro le da lo mismo:
«He venido a hacer turismo»

«Este acaba en la cazuela
como me llamo Manuela»
Como lo pillen al vuelo
estas le darán p’al pelo.

Dice la jefa a la tropa
que hay que quitarse la ropa.
Con la bata como red
le dan contra la pared.

Pero el loro, que algo intuye
les madruga y se escabulle.
Y quedan las infelices
con dos palmos de narices.

Se buscaron un experto
y le cargaron el muerto.
Al fin el veterinario
caza al loro estrafalario.

Aquí­ se acaba la historia
del loro que buscó gloria
Pero su ciego apetito
le hizo cometer delito.

El siglo de las luces


-¿Realmente pasará a la historia con ese nombre? Es el que le pusieron a principios de siglo, acordaos, cuando las ciudades empezaron a tener iluminación nocturna, gas, bombillas, el inicio de la industrialización que empezó a asomar en el XIX. Pero han pasado tantas cosas en ese siglo que lo de las luces quedará en lo anecdótico y no en lo histórico.
-Seguramente, yo más bien me inclino a pensar que el siglo XX será conocido en la posterioridad como el siglo de la inteligencia artificial. La invención del ordenador, ese es realmente el gran hito de la humanidad -A mi amigo Pepe le gusta usar de palabras grandilocuentes, como hito o humanidad- Ha sido el impulsor de todo lo demás, el byte, el procesador. Ese ha sido el gran cambio del siglo.
-Pues fí­jate que yo no creo que fueran tan descaminados con lo de las luces -Y a Marcelo lo que le gusta es llevar la contraria- Al fin y al cabo el procesador nada de nada si no se hubiera extendido el uso de la electricidad. Antes de la gran red de ordenadores fue la gran red de enchufes.
-Eso, eso, la red -terció Amadeo, que era el cuarto en la partida- dejaos de bytes y procesadores, eso sólo son herramientas, lo realmente importante del siglo ha sido el establecimiento de la red mundial, de internet, del concepto de aldea global. Eso era algo impensable, estar en contacto en el momento con cualquier parte del mundo, saber ahora mismo lo que pasa en Nueva Zelanda. Fijaos que las influencias más grandes en las idas y venidas de los pueblos vienen de su propia historia, a uno antes le influí­a su abuelo; ahora no, ahora nos influye más lo que viene del Japón que lo que viene de lo que hicieron nuestros mayores. Antes no se tení­a conocimiento de lo que pasaba en otros pueblos, ahora sí­. La globalización es lo que marca definitivamente el siglo XX.
-¿Me vais a dejar hablar? -dije ya en tono definitorio- Yo pienso que tenéis y no tenéis razón, todo eso que decí­s es importante, pero pienso que el descubrimiento del siglo no es el ordenador, ni el acercamiento entre los pueblos, ni la luz, no. El descubrimiento del siglo XX es la mujer. Hasta ese siglo la mujer apenas era un comparsa en los devenires del mundo, era la esposa, la madre, el ama de casa, poco más. En este siglo ha adquirido personalidad propia, se ha escindido, o empezado a hacerlo, del hombre. La humanidad ha empezado a recuperar en el siglo XX a la mitad de sí­ misma. Es en este siglo cuando la mujer ha dejado de ser la paridora de hijos, la compañera del hombre, el cero a la izquierda, para tener entidad propia, voto, decisión, peso en la sociedad y la historia. El siglo XX es, definitivamente, el siglo de la mujer.!
-¡Mirá, dejí te de fregar con que si las minas hemos conseguido esto y lo otro! Qué panda de pelotudos, si eso fuera verdad yo estarí­a jugando con vosotros y vos andarí­as en la cocina. ¿Te venés conmigo, eh? Manga de boludos. Dejí te de milongas, el siglo XX ha sido un cam-ba-la-che, que ya lo dice el tango. Y no pensés, que si pensás luego te da jaqueca y le echás la culpa a que has tomado mucho, y es de pensar. Vos poné la mesa, vos Pepe, cortá pan, y vosotros dos vení­s conmigo a sacar el asado. ¡El siglo de la mina… lo que tiene una que oí­r

¿Y tú, qué piensas?

Contra las bragas de tirilla.

De cuantos inventos discurre Satanás para incomodarnos la existencia no hay uno que dé mayor repelús que el de las bragas de tirilla, también llamadas «tanga». Además de lo que debe de incomodar a quien lo porta tener metida por la hendidura nalgar la tira de tela, y ese escaso triángulo que apenas tapa la otra hendidura, cuando no se menea y se va para un lado hecho un gurruño; ese impúdico ropaje, esa prenda que es la menor cantidad de ropa que merezca tal nombre, está causando irreparables daños en la libido masculina. Este pueblo de culibajas y anforiformes, de panderos que son solaz de albañiles y comentario de junta de vecinos; este hembraje de posaderas magní­ficas, necesita de una brida que guí­e tan mórbidas carnes, de una cincha que ciña panderos tan explosivos.
Defiendo, pues, el uso de aquellas bragas antepasadas, blancas de muchacha inocente, negras de señora apetecible, de cariñoso y tierno algodón, de raso prometedor; aquellas bragas hasta el ombligo por las que metí­as la mano y cabí­a entera; con sus puntillicas coquetas, que si era la de puntillicas ya sabí­as tú que te habí­an puesto el semáforo verde; aquellas bragas Princesa con su evidente costura y su refuerzo conejil; aquellas bragas tersas, prietas, duras, impellizcables, bragas para culos importantes. Ay, aquellas bragas que eran como bolsillo para mano de novio, acogedoras y cálidas ¡mucho mejor que un cucurucho de castañas asadas, dónde va a parar!. Con aquellas bragas una mujer podí­a ir vestida por casa, y a la vez fresca y veraniega, con sólo su vestidito floreado o su bata. Con aquellas bragas podí­a una mujer visitar a su médico sin desdoro para el honor, y coquetear con sus pretendientes sin cargo de conciencia, porque con aquellas bragas una se sentí­a protegida de sus ataques rijosos; aquellas bragas, bien usadas, eran una barrera impenetrable contra las maniobras y pretensiones masculinas más tozudas. Con aquellas bragas y una jaqueca, una mujer se convertí­a en bastión de sí­ misma.
¿Qué puede quitarse una cuando sólo lleva una braga de tirilla? ¿Qué se puede dar cuando no se tiene? ¿Qué se puede mostrar cuando la ropa más que velar enmarca? Las bragas de tirilla no son sino una minucia, para culitos modernos de niña pija; culitos que no son de buen asiento, sino para apoyarse en taburetes de pub, en motos y en bordillos de acera. Las bragas de tirilla son para bailar a saltitos y para mear en callejones traseros. Las bragas de tirilla son para echar polvos sin prolegómenos, polvos deportivos, polvos con condones de colorines, polvos mascando chiclé; qué lejanos de aquellos otros con cama de hierro y sábanas de hilo bordado, aquellos polvos que empiezan poniendo del revés al Sagrado Corazón de Jesús para que no nos mire inquisitivo, y que acaban haciendo anillos con el Ducados, la almohada doblada en la espalda, los dedos entrelazados y las bragas colgadas de los barrotes del cabecero.
Un buen culo macizo multiplica su valor cuando está a duras penas contenido por unas bragas tensas como piel de tambor, entonces suenan las palmadas dadas en él mejor que la filarmónica, añadiendo al regalo del ojo y el tacto ese otro del oí­do, tan ameno y de tanto entretenimiento. Las bragas de toda la vida son un producto lúdico legado de nuestros mayores, que ejercí­an lamineros los placeres venéreos, sin prisas, saboreando los procedimientos y deteniéndose morosos en cada esquina del cuerpo femenino, deleitándose en cada lunar y palpando y sopesando cada mollita apetitosa.
Volved, mujeres, volved al uso de este producto patrio imperecedero, muestra y ejemplo de pubis familiar y de culo como de andar por casa, vuestros chichis y vuestros hombres os lo agradecerán.
(A Su, por la inspiración)