50


Hoy vamos a hablar del 50. El 50 es un número muy bonito. Se escribe 50 pero se dice cincuenta. Tiene un cinco ¡como los dedos de la manita! y un cero que es como un sol o como un dónut: cinco (5) cero (0). Si tumbas el 5 hacia la izquierda parece una Vespa, en cambio si tumbas el cero ¡no pasa nada!. El 50 es un número muy conveniente, porque si no existiera, para decir 50 tendrí­as que escribir 11111111111111111111111111111111111111111111111111 ¡vaya latazo! El 50 es un número muy bonito, eso ya lo he dicho antes, ¡pero es que a mí­ me gusta tanto mi 50! ¡Viva el número 50! ¡Cincuenta, cincuenta, cincuentaaaaaa!

¡Fotosó fotosó!


El fotosó no sólo abre un mundo de humor y de ironí­a, de burla propia y diversión, también te hace a veces ponerte serio y especular. ¿Cómo serí­as si no fueras como eres? ¿Cómo te gustarí­a ser? Curiosamente, cuando sugiero a mis ví­ctimas que elijan el tipo de montaje que quieren, suelo decirles: gracioso, infantil, sexi, descarado… Siempre eligen algo muy descarado. Aunque luego no se atreven a exhibirse así­. Estos son algunos montajes de los más decentitos.
Avatares

40 de mayo


Qué bien, qué bien, por fin nos podemos quitar el sayo. Por fin pasó el dí­a dichoso en que hasta las viejas admiten que han llegado los calores, y es hora de desprenderse de chales, rebecas, calcetines y mostrar las chichas lo más posible para notar el fresquito, y de paso que nos dé un poco el sol, que hay que ver lo blancuzcos que estamos. Una piel morenita siempre ha sido paradigma de salud y vitalidad. Ya se están examinando los chicos, ya van a comenzar de un momento a otro las vacaciones de verano, ya florecen por doquier los puestos de venta de helados, los escaparates se llenan de maniquí­es en biquinis coloridos y varoniles bermudas floreadas. La gente enseña los deditos de los pies. Oh, qué lindos. Los dedos de los pies tienen algo de infantil y de inocente. Hay escotitos y escotones, hay bí­ceps, hay torsos peludos, hay bronce, mucho bronce, los cuerpos echan humo tendidos al sol, el inclemente sol, ese traidor que te quema siempre, porque siempre te descuidas de él.
Y los pantalones cortos, ah los pantalones cortos. De repente volvemos todos a la infancia y vestimos de corto. Esto es lo mejor del cuarenta de mayo, que con la relajación en la forma de vestir, por fuerza ha de venir la relajación en las actitudes sociales, austeras y frí­as de las temporadas invernales. Cuánto daño nos hace el ir vestidos; porque la vestimenta no sólo nos da calor y protección, no, también nos otorga estatus, grado, representatividad. Uno, cuando se viste, se inviste, y de Juan o Pedro o Marí­a o Pepa, pasa a ser el ejecutivo agresivo, el señor trajeado, la dama elegante, el médico, el bombero, o el chica de servir. Si uno va desnudo es, a priori, igual que cualquier otro; si uno va vestido ya es más o es menos. En verano todo es más suave, más gracioso, más leve y pasajero. ¡Cómo pueden reñir agriamente dos señores en bermudas, sombrerito de paja y ridí­cula camisa floreada!
Oh, cuarenta de mayo, dí­a de cambiar la ropa del armario, sacando las camisetas con propaganda del bar de la esquina, del taller del cuñado, de la carrera pedestre, sacando las sandalias, las bambas, las gorras de visera, los zapatos con rejilla, y escondiendo las bufandas, los jerseis, la trenca. ¿Por qué no celebramos el cuarenta de mayo en vez de la navidad, esa sosa festividad que siempre cae en tan mala fecha, con tanto frí­o que no se puede festejar nada?
Bienvenido seas, cuarenta de mayo, y ojalá te llevaras los sayos para siempre jamás..

Las temidas preguntas de los niños

Así­ pintaba, así­, así­
Ayer le di una lección a mi hija, no todos los padres podrí­an decir lo mismo. Tiene diez años y un millón de preguntas capaces de atropellarme. Los años y las preguntas. Se las contesto con más voluntad que pericia, cuando las sé, o intuyo, o por lo menos le doy mi versión y siento muchí­sima vergüenza cuando no, porque, aunque me mire como diciendo “pobre papá qué esfuerzos hace”, a mí­ me parece haber perdido capa y espada y yo mismo haber caí­do del brioso corcel. Pero ayer me hizo una que me dejó más perplejo aún:
-¿Y por qué tú no me haces preguntas a mí­? -dijo desde sus diez años sabios.
Es evidente que no hay razón alguna, por qué no hacerles preguntas a los niños. Es estupendo, y le hice la primera:
-¿Y tú qué crees que hace falta en este mundo?
Sopló, y fue contundente:
-Hace falta cariño alegrí­a trabajo libertad y sobre todo amor.
-Te dejas lo principal -niña- ajá, te atrapé.
-¿Ah sí­, y qué es?
-Lo que más falta hace en el mundo son niños que hagan muchí­simas preguntas.
Me dio un beso en el brazo y dijo:
-Qué papá tan bueno.
Y con estas y otras disquisiciones filosóficas se me acabó haciendo mayor.