En to’l morro

Pues mañana nos vamos a Zaragoza a ver a la familia y de sano esparcimiento, aprovechando que aún son las fiestas del Pilar ¿Estará por ahí­ mi dulce hijita de mis entretelas? Así­ podremos ir todos juntitos a cenar y a departir.
Le mandaré un esemeese mmm…
«Mañana zaragoceamos»
Respuesta, dos minutos más tarde:
«Mañana Pariseamos»
¡Grrrr….! No hay color…

Pero yo me pregunto otra cosa…

Ya no se trata de si Obama merece el premio Nobel, sino de si la paz se merece el premio Nobel. Ya no es el premio Nobel de la Paz, sino de la polí­tica. Son cosas distintas. Me temo.

Inventando palabras


A veces el diccionario se nos queda corto, y eso es cuando se inventa algo a lo que hay que poner nombre. En realidad no es así­, pero es casi así­. Y es que desde que en España se pueden casar hombre con hombre y mujer con mujer se me plantea una cuestión, veamos:
nuera
(Del lat. nurus, con cruce de suegra en las vocales).
1. f. Respecto de una persona, mujer de su hijo.

yerno
(Del lat. gener, genĕri).
1. m. Respecto de una persona, marido de su hija.

¿Cómo se llamarán el marido del hijo y la mujer de la hija? ¡El diccionario no está preparado para los tiempos modernos, siempre va a remolque? ¿Tendremos yernas y nueros, o llamaremos yerno también al marido del hijo y nuera a la mujer de la hija? Ya no sé si nos falta una palabra, o si nos sobra. ¿No hay cuñados y cuñadas, primos y primas, hermanos y hermanas, por qué yernos y nueras? Qué ganas de liarlo. Que baje un académico y me lo explique.

La luna, mi padre y el devenir de lo importante

– Levanta, levanta, que ya van a llegar.
Me incorporé frotándome los ojos y aparté la sábana decidido para levantarme, por una vez sin remolonear.
– ¿Pero aún no han llegado, verdad?
-No, venga, venga.
La casa estaba oscura y sólo se veí­a el resplandor a lo lejos del televisor encendido. Mi padre se sentó en su sillón de orejas, muy parecido al que tengo yo ahora, y yo en mi silla. En el televisor, un Vanguard que costó una pequeña fortuna, se veí­an fotos en blanco y negro (¡claro!) y se oí­a, muy bajito para no despertar a nadie, la voz del locutor español, y otra apenas audible en inglés. Ya sabí­amos que apenas se iba a poder ver nada, aquello no era una peli del Capitán Marte y el XL5 con sus naves espaciales de cartón piedra, sino de verdad, pero habí­a que verlo, habí­a que estar allí­ presenciándolo, participando, para poder decir y decirse uno mismo que habí­a asistido a uno de los sucesos más importantes de la historia.
Eso era importante.
Han pasado cuarenta años. Lo cierto es que no recuerdo nada de la transmisión de televisión, pero nada. La llegada a la luna tampoco parece que fuera el hito que todos pensábamos, que iba a marcar un antes y un después en los avances cientí­ficos, que luego fueron por otro lado. Hoy no tengo muy claro si fue más importante llegar a la luna o que se inventara el velcro y es que la perspectiva te hace ver las cosas de otra manera.
Lo realmente importante hoy para mí­, lo que sí­ recuerdo, es a mi padre levantándome de madrugada, ilusionado más por ver la ilusión que me hací­a a mí­ ver aquello que por propia curiosidad. La misma cara de ilusión con que me traí­a mis tebeos favoritos. Mi padre, en penumbra diciéndome «Mira, mira ya están, ya», y luego desde la puerta de mi habitación «Sssht, a dormir, va».
Eso es lo importante.

Addenda: Habí­a por ahí­ también un hermanico pequeño de sueño intermitente que al grito de «Yo también, yo también» se unió a la vela. Los hermanos pequeños, ya se sabe… ¡tendré que regalarle un blog sólo para lo que yo olvido!