Ramblas abajo


La sentó el camarero enfrente de mí­, tras pedir permiso con un gesto, me dijo que aproveche sin mirarme y se puso a mirar el menú al tiempo que escribí­a un mensaje en el móvil. Es lo que tiene comer en un restaurante de baratillo en las Ramblas, de esos donde los clientes se dividen en habituales de toda la vida, que entran saludando a las camareras por su nombre, y los turistas que no volverán nunca por allí­. El menú, conste, tení­a poco que mirar, era una cuartilla fotocopiada con los tres primeros, tres segundos y el flan, helado o pieza de fruta de postre. Ella tampoco tení­a mucho que mirar: alta alta, delgada, gafas de intelectual pija, faldita con volantes y una cosa floreada sin mangas y un poco jipi. Llevaba el dicho telefonillo y una cartera con un ordenador de esos que caben en una mano y se usan tocando con un lápiz de plástico en la propia pantalla. Parecí­a muy ejecutiva, muy agresiva y muy profesional. Y muy catalana.

-Jordi, es que me tienes que ayudar, es que no sé qué regalarle a la Marian … pero somos tannn diferentes ella y yo, seguro que cualquier cosa que le compre va a pensar que lo he hecho para fastidiarla … porque el regalo se lo hacemos los dos ¿por qué he de comprarlo yo? ¡este año te encargas tú, mira! … Pues no, no, comprar regalos no es tarea de la mujer, además, yo no soy «la» mujer ¿sabes, cariño? … calla … calla … no me digas esas cosas … no, comiendo en el Alexa … que no puedo … no, no puedo … ¡Mira, me estás tomando el pelo, hala, ya no quiero hablar contigo, mira, te cuelgo, mira, piensa algo tú! … No, en eso no pienses, siempre piensas en eso, esta vez piensa en el regalo de la Marian.

Colgó, me miró de refilón, yo impasible atacando la ensalada, escupiendo huesos de oliva negra con la mayor pulcritud posible y tratando de que no me sobresaliera el forraje durante la masticación, que uno tiene urbanidad. Pidió unos puerros con una salsilla espesa y bacalao con tomate, y vino de la casa y volvió a la carga con el móvil.

-Nuria, nena, que no voy a poder llegar, que acabo de llegar a comer y me he tenido que meter en – se me quedó mirando como sopesando la categorí­a del local a través de la de mi persona haciendo equilibrios con la punta de un espárrago – en cualquier sitio, no sé, uno cutre, voy a comer bacalao con tomate, fí­jate. – es difí­cil quedar como una persona decente comiéndose una punta de espárrago, lo sé, pero hice lo que pude – Tengo ya los informes hechos y necesito que me los firme tu boss, en cuanto llegue a la oficina te los paso por mail, pero no sé lo que voy a tardar, además, la tarada está sacándose el carné de conducir y le he tenido que dar la tarde libre … sí­, hija sí­, habrá que ponerse otro parachoques … ¿Lo de Robert? No sé qué quieres decir con lo de Robert, si no hay nada con Robert … que no, que no seas ploma, que no hay nada … no pasó nada … que no, que no pasó nada … bueno, pues estuvo a punto, pero no pasó, que no es lo mismo que si hubiera pasado ¿o no? … ¡Ay, mira, oye, pues no pasó nada! ¿Es que a ti te habrí­a gustado que hubiera pasado algo? … ¿Con Marité? ¿Pero Marité, Marité? ¡No fotis! … pero me lo dices en serio … mira, a mí­ me va a dar algo, ya te contaré … No, que ya te contaré … no, que ahora no puedo, va que ya tengo aquí­ la comida … Que sí­, que ya te lo diré, au.

Yo, lo juro, procuraba no mirarla ni oí­rla, aunque lo segundo era inevitable, pero al menos me aprendí­ de memoria el menú de tapas que tení­an colgado en la pared, escrito en una pizarra grande, con letras blancas y floreadas, muy femeninas. Aun así­ sentí­ que me clavaba una mirada asesina que me trepanó el parietal derecho (yo miraba de lado), habí­a acabado con la ensalada y mojé una miga de pan para llevarme los restos del escabeche y una pizca de tomate. Ella empezó a comerse los puerros a dos carrillos, mojando pan igualmente, devorando deprisa, se atizó media copa de vino de un trago y amagó un eructo tapándose la boca con la servilleta de papel. Para que te jodas con las finolis. Dejó otro cacho de pan mojándose en la salsa y volvió al teléfono.

-Oye, me tienes que decir dónde nos va a llevar la Marian a comer este finde … pero si es un sitio bien o de los que le gustan a ella … jijiji … sí­, sí­, ya me entiendes … no, pero le he dicho al Jordi que piense él, yo no pienso matarme, eh, este año que se las apañe, yo me voy a hacer la tonta … Mariló, oye, que yo te llamaba por otra cosa … ¿Tú sabes si la Marité está con el Robert? … ay, hija, pues estar, estar, yo qué sé … pues cualquier manera de estar … ¿pero en serio? … no fotis … si es que es una… en fin, una … no, a mí­ qué me va a interesar, no ¿por qué dices eso? … no, pero no era interés, era curiosidad … y el otro dí­a me tiraba los tejos a mí­, claro que ya ves el caso que le hice … no: cu.rio.si.dad … pues mira a ver si te enteras, pero no lo vayas pregonando, eh, y me lo cuentas … y mira a ver si se te ocurre algo para comprarle a la Marian y se lo dices al Jordi como si fuera una idea tuya, que yo no quiero saber nada, que se mueva él … harta me tiene … venga.

Acabó con los puerros y su salsa a base de mojar pan, pero poniendo cara de asco y como de hay que ver qué bajo he caí­do que tengo que comer aquí­ con los obreros, y en ese momento sonó su móvil.<br /> -…No, no, yo tengo hasta tarde, eh, no sé cuándo llegaré si llego, mira, y si no llego me quedaré en casa de Mariló porque ya sabes que mañana he de estar a primera hora en el Prat a recoger a los madrileños … pues si voy a casa imposible, no llego … que no, que no sé si podré, no he dicho que no, sino que no sé ¿ya has pensado qué regalarle? … pues ponte a pensar en eso y no hagas tantas cábalas, ya te dije que esta semana es de locura para mí­ … no, no, fí­jate, si estoy comiendo en las ramblas, abajo … no sé … no sé … no, no sé, no me hagas tantas preguntas, que no sé … el regalo de la Marian, en eso tienes que pensar, anda … ay, hijo, nen, venga, que tengo que acabar para irme, va.

Colgaba cuando acudí­a el camarero con dos grandes trozos de bacalao en un plato anegado de salsa de tomate espesa y humeante. Le quitó cuidadosamente la piel y la apartó a un lado, pinchó un trocito de bacalao, lo untó y se lo llevó a la boca. Estaba ardiendo. Lo regurgitó en su mano y lo volvió a poner en el plato hasta ver si se templaba. Volvió a darle trabajo al teléfono.

-¿Tú sabí­as que el Robert se habí­a ido con la Marité cuando estuvimos en Calella? … pues porque me extrañaba que se hubiera ido con una chica que tiene la fama que tiene … pues mala … pero tú lo sabí­as ¿o no? … ¿en casa de los padres de ella? ¿y cómo es que te lo contó, yo creí­ que no erais tan amigos? … aaah, ¿y el Lluis te dijo que habí­an pasado la noche juntos pues? … claro, porque el Lluis de siempre ha ido detrás de la Marité … pues una guarra, será el único que no se la ha tirado, acabará casándose con ella, ya verás … oye, que te dejo, que estoy comiendo.

Volvió a llamar.

-¿Robert? … sí­iii, hola, sí­, soy la Montse … ¿de veras? … ay, pues nunca me lo habí­an dicho … ¿bonita? … ja ja ja, no tengo la voz bonita, bobo, ja ja ja … No, pero yo te llamaba para pedir tu opinión porque tengo que hacer un regalo muy especial y no sé, y necesito ayuda, y como tú… pero claro, sí­ me fí­o de tu gusto … habí­a pensado en un detallito, una figura, un plato, no sé, algo … sí­, pues ayúdame … yo me dejo … sí­, me pongo en tus manos, jaja … a las seis y media bien, muy bien … sí­, ya sé dónde, nos vemos allí­ a las seis y media … sí­ … jajaja … no seas malo … jajaja … hasta luego, chao.

Volvió a pinchar el trozo de bacalao de antes, se lo volvió a llevar a la boca, esta vez ya pudo con su temperatura, y comió de muy buena gana el resto del plato, con abundante pan y otra copa de vino. Luego dudó entre un flan o un yogur, al fin pudo la sensatez y se comió el yogur, y un café solo, con dos sobres de azúcar. Se fue, dijo que aproveche, y me miró como si fuera una mierda.

No me toques el adeene.


El indio guajiro Alejo Meza y yo somos capaces de discutir por cualquier chorrada, el caso es llevarnos la contraria ¿no os habéis fijado en que hay amistades de perro y gato fundadas en la riña cotidiana? El indio guajiro Alejo Meza es colombiano, hosco, salvo con sus í­ntimos, serio hasta la antipatí­a, y muy formal y trabajador. Así­ en una primera impresión no cae bien, luego conforme lo vas tratando seguro que le vas cobrando aprecio, tiene buen corazón. No es inmigrante, no señor, tiene muy claro que no hay progreso fuera de la casa de uno, y está convencido de que lo que tiene que hacer es trabajar, y trabajar bien en su Fonseca natal, allá en la Guajira, y no lo que hacen tantos de emigrar y hurtar al paí­s de su aportación. Y si está aquí­ es porque le han mandado a hacer un curso de capacitación agropecuaria, y cuando lo acabe se volverá a poner en práctica todo lo aprendido, y a enseñar a otros.
-¿Lo comprendió usted?
-Sí­, desde luego, lo ha dejado muy claro y muy encomiable.
-Qué vaina es esa, déjese de lisonjas y apúrese con el escritico que si habla usted pajas no acabaremos nunca.
El tal Alejo Meza, indio militante de lo que sean militantes los guajiros, aparte del vallenato, sólo piensa en volver pronto a su guajira y dejar este paí­s lleno de españoles gordotes y estirados que lo miran a uno de arriba abajo. El caso es que a mí­ su postura con respecto a lo de levantar el paí­s desde dentro me parece buena, pero ¿por qué nos tiene esa maní­a?
-Pues sí­, don Os, porque fueron sus antepasados los que llevaron la violensia a mi tierra, y dende entonses no tuvimos tranquilidad más ya.
-¿Mis antepasados?
-Sí­, don, sus antepasados.
-No, perdona, Alejo, estás confundido.
-Ah, que chévere, no fueron sus antepasados pues los que chingaron al indio a sangre y fuego.
-Pues no, son los tuyos los que fueron a América y se cruzaron con los otros tuyos que ya estaban allí­. Mis antepasados estaban aquí­ tan ricamente cultivando sus lechugas y llevando a pastar sus cabras, y hasta hoy.
-…
-Que eso fueron tus antepasados, Alejo, no los mí­os, o yo serí­a americano. ¡A mí­ no me eches la culpa de lo que llevas en tu sangre! Aquí­ somos gente pací­fica y no andamos a pistoletazos como allá ¿no ves?
-…Pendejo.
-Cabeza buque.
-Qué sonso, no sabe ni faltar…

Historias tontas VI – Nunca hace buen tiempo para el campo.

En memoria de Manuel Serrano Garcí­a, guardia urbano, que lo contaba mejor y con menos palabras.

El duro sol se estrella sobre las boinas de dos viejos sentados a la puerta del casino del pueblo. Boinas caladas hasta los ojos, chaquetas de pana, camisas blancas abotonadas en el cuello, alpargatas de cáñamo, teces curtidas y renegridas, barbas mal afeitadas, manos huesudas sosteniéndose en sendas gayatas de boj. Uno saca el Celtas, otro el yesquero de mecha y fuman con la mirada negra y acerada perdida en un horizonte salpicado de carrascas y parches de trigo. Zumba un tábano. Cruza la calle una mujer con un cántaro en la cadera. Pasa un rato. Y un perro.
Uno de los dos levanta apenas la vista y mira al cielo:
-Pues mañana pue ser que llueva… y pue ser que no llueva.
-¡No quia Dios!

Gila

Yo conocí­ a Gila, pero el no me conoció a mí­. Hostia, claro.
Estábamos en huelga y me tocó no dejarle entrar por la puerta ¡maldita sea mi estampa! Don Miguel, le dije, que es que estamos aquí­ los parias de la tierra levantándonos, y él, viendo el bocata salchichón que exhibí­a yo, me dijo que ya volverí­a otro dí­a y que así­ se combatí­a lo de la famélica legión.
Hoy se cumplen cinco años que cascó, y que nosotros lo tengamos mucho en la memoria porque nos hizo reí­r y pensar, que tiene enjundia la cosa. Lo de que te hagan reí­r se soluciona a base de hacerle zancadillas a las viejas o explotarle una tarta en los morros a un concejal, pero lo de que te hagan pensar, eso ya suele estar más crudo, y cuando alguien te hace pensar, lo normal es que te dejen cabizbundo y meditabajo y hecho polvo con la capa de ozono, con la globalización (como aquí­ la viuda de abajo) y miserias semejantes. Y la vida que llevó el hombre, para qué contar, si resulta que era verdad que cuando la guerra lo fusilaron mal, en serio.
í‰l te hací­a pensar y te escojonabas.
La gente como Gila se puede contar con los dedos de una oreja.
Hay que echarle de menos.