Rocco Varela


Tonseñor Rocco Varela
predica como no hay dos:
Dale a dios lo que es de dios,
y lo del césar… si cuela
Que no hace falta votar,
que el mejor gobierno, opina,
es la inspiración divina
y en vez de votar… ¡rezar!
Que la democracia acabe,
que es el pastor el que sabe
qué es bueno para la res
digo… para el feligrés.
Y que vuelva la peseta
que el euro me está liando,
y que se acabe con ETA
a fuerza de metralleta
¡nada de dialogando!
Que vuelva al aula el rosario
y religión en lecciones;
bolleras y maricones
que regresen al armario.
Ni vasco ni mallorquí­n,
catalán ni castellano,
como enseña el Vaticano
¡hablemos todos latí­n!
Como cura me compete
al parroquiano hacer ver
que España no puede ser
grande, libre y diecisiete.

Hace del gobierno el blanco
y en sus iras no desmaya.
Como mi memoria falla…
¿Ya estaba así­ contra Franco?
Es por esto que rechazo
que nos venga predicando
aquello de «a dios rogando…»
basado en el derechazo.
Oz. ©

ver también Blázquez.

El indio Buen Amigo, guí­a y bilbaino.

Cómo el indiecito Buen Amigo Machimbarrena Marquina resultó ser español y con domicilio en Bilbao es una historia, y cómo estaba llorando en un banco de la plaza Moyúa, otra; pero como el indiecito Buen Amigo sólo tiene dieciséis o diecisiete años y hasta llegar a Bilbao fue toda su corta vida guí­a en las selvas amazónicas, tampoco hay mucho que contar, vamos, que se cuenta en dos patadas.
El indiecito Buen Amigo en realidad no supo nunca qué nacionalidad tení­a, porque aunque en los mapas se ven claramente unas lí­neas muy definidas, allá donde el rí­o Güepí­ desemboca en el Putumayo no hay lí­neas ni Cristo que lo fundó. Es un decir, Cristo que lo fundó sí­ que hay, uno muy feo tallado en madera de lupuna al modo indio, con un narigón tremendo y los brazos cortitos cortitos. El Cristo que lo fundó es el único ornamento de la capilla del difunto padre Iñaki Machimbarrena Marqueta, padre del indio Buen Amigo, y no piensen ustedes mal, que el padre Iñaki siempre fue un santo varón. Decí­a que el indiecito Buen Amigo nació en algún lugar indeterminado en el cruce de fronteras entre Perú, Colombia y Ecuador, aunque la capilla del padre Iñaki estaba en la reserva güepí­ en territorio peruano, él bien podí­a ser un secoya o un siona, incluso un cofán, su madre antes de morir no pudo pronunciar más de dos palabras, y estas fueron Buen Amigo. Se las decí­a al santo padre Iñaki, que la cuidó hasta que falleció, de una simple apendicitis, con el indiecito a su lado, entonces de cuatro o cinco años, y el padre Iñaki la bautizó in extremis y todo seguido le dio la extremaunción, y ya de paso bautizó también a Buen Amigo. El padre Iñaki hací­a pocos meses que habí­a llegado a una playita en el rí­o Güepí­ donde habí­a abierto la capilla, un dispensario con diversas vacunas, y buenas intenciones. Lo único que le sobraba eran buenas intenciones. Allí­ fueron acudiendo algunos de los esquivos indí­genas locales para realizar intercambios con los comerciantes que se desplazaban desde Tarapoa, y hasta de Nueva Loja, porque bajo el amparo del padre Iñaki obtení­an mejores precios en sus intercambios. Al padre Iñaki siempre le quedaba algún pedazo de pecarí­ o de tortuga, incluso de venado, con los que subsistí­a y socorrí­a a quienes acudí­an a él en petición de ayuda, normalmente niños abandonados. El indiecito Buen Amigo tení­a un instinto especial para orientarse, incluso allí­ donde no hubiera estado nunca, sabí­a dónde se encontraba, y hacia dónde caminar, conocí­a hasta los vados en rí­os por donde nunca habí­a pasado ¡serí­a cosa del instinto racial! El padre Iñaki, que siempre tení­a que ir a cagar al mismo sitio, porque si iba a otro ya no sabí­a volver; dependí­a enteramente de Buen Amigo para ir a cualquier lado, y el indiecito reí­a, le cogí­a de la manita y le sacaba del laberinto selvático, por donde andaba como Pedro por su casa. El padre Iñaki, guiado por el indiecito Buen Amigo, que instintivamente conocí­a todas las trochas y senderos, visitaba los emplazmientos indí­genas a lo largo del Güepí­ y el Putumayo, sin saber si estaba en Perú, en Colombia o en Ecuador, y llevaba a sus huerfanitos con familias que les pudieran, y quisieran, atender. Amén de ponerles vacunas para todo, por si acaso. El padre Iñaki no tení­a conocimientos médicos, aunque se empollaba tremendos libros de medicina que nunca le sirvieron para nada, pero tení­a vacunas a porrillo, en realidad era lo único que recibí­a de fuera, del arzobispado y las oenegés: vacunas y remedios contra el dengue y la malaria. Y es que al padre Iñaki se lo habí­an quitado de encima desde la diócesis de Loreto, por revoltoso, y antes de la de Iquitos, y antes de la de Manaus, ya en Brasil, diciéndole que allí­ ya podí­a revolver todo lo que quisiera.
El padre Iñaki descubrió su auténtica vocación en la soledad poblada de secoyas y sionas que no tení­an ni idea de si eran peruanos, colombianos o qué, y, mira tú por dónde, fue feliz los últimos años de su vida en aquella playita del rí­o Güepí­ y con el indiecito Buen Amigo llevándole (al principio de la manita) por las desdibujadas sendas amazónicas.
El padre Iñaki, viendo en sí­ los signos de la cercana muerte, agarró la canoa y al Indiecito Buen amigo y bajó con él a Loreto, donde aún le quedaban dos o tres amigos, fue a un notario, y lo adoptó, pasándose por el forro de los cojones todas las reglas de su orden. Luego se murió, pero no sin antes poner en la mano de Buen Amigo un pasaporte español, un billete para Barajas, y la recomendación de que fuera a parar a casa de su hermano Koldo, que regentaba un batzoki en Indautxu. Esto hizo que muriera entre estruendosas carcajadas.

Hacemos un salto de miles de kilómetros y nos encontramos al indiecito Buen Amigo llorando, embutido en un chubasquero, con chirucas, sentado en un banco de la Plaza Moyúa, en pleno centro neurálgico de Bilbao. El indiecito Lagunon Matximbarrena Markina (ahora euskaldunizado) se encontró con que era vasco y bilbaino ¡ahí­ es nada!. Y lloraba desconsolado en un banco de la plaza Moyúa de Bilbao.
-¿Y tú por qué lloras?
-Es que me pierdo, no sé orientarme. Todas las calles me parecen iguales, en la selva sabí­a siempre dónde estaba, cada trocha, cada rí­o, cada piedra, me desí­an dónde estaba, siempre sabí­a por dónde andar; aquí­ todo son esquinas, muchas letras, y miro a la gente, no puedo dejar de mirar, hay tanta… y me desubico. Resién salgo de casa ya no sé dónde estoy…
Tomás Galindo ®

Desconocidos amigos.

Andaba yo echando un vistazo, como todos o casi todos los dí­as, por los enlaces esos que tengo puestos a la derecha, los blogs que suelo visitar, ydejando aparte a mi Manuela, que está atinadamente resucitando su blog, y que la tengo aquí­ al lado mientras escribo estas lí­neas, me doy cuenta de que, aunque no los conozco («las», que son todo mujeres), mantengo con ellas un ví­nculo que, si no encaja en la definición que hace el diccionario de la amistad, es porque habrí­a redefinirla. Me gusta mucho ir cada dí­a a leerlas, me alegra, me entristece a veces, y me afecta siempre de un modo un otro.

Está Suigéneris, la encantadora Sui, que anda de mudanza. De mudanza de casa, ojo, y se la echa de menos. Sui tiene una bonita voz y canta y es alegre y se preocupa por personas en quienes otros apenas reparamos, pero ella las tiene siempre bien presentes. Gusta de poner en su blog las noticias más sorprendentes y de vincularlas a lo cotidiano. Si uno fuera extraterrestre, verde y con antenas, harí­a muy bien en dirigirse a Sui al llegar a este mundo, para hacerse una idea de la realidad, y que no lo trataran como a un bicho raro.

Tt, ah… Tt… (con quien tengo una deuda de honor) es una mujer admirable. Una de esas personas que hacen que el mundo siga funcionando. Detrás de sus manos de madre tiene unas de artista, de poeta, de escritora. Es una mujer con muchas manos, las necesita todas y más para solucionar su dí­a a dí­a, y para sacar ese minuto que le permita soñar y vivir. Y enseñar. Enseñará bien, que es mucho decir en alguien. (Además está buena ¡tení­a que decirlo!)

Su es una filósofa de hipermercado (que son las fetén), ex-reponedora, parada expectante, escritora algo más que vocacional, y va por la vida como un corcho en una catarata. El dí­a que esta chica se fije una meta material habrá un terremoto en Asturias que se joderá la escala Richter. Mientras tanto nos deja escritos tremendos y acojonantes impropios de una criaja, espesos, hondos, crudos, sinceros. Tiene un mérito poco agradecido: el de saber hacer pensar.

Que el mundo fue y será una porquerí­a ya lo sé, pero gracias a Chirusa se va aliviando. Es lo que tiene la buena gente, que alivia mucho. Chirusa es una mujer marcada: madre, profesional y argentina ¡Hostia! Eso tiene que dar mucho de sí­ cuando además se saben decir las cosas clarito clarito y con elegancia. Me gusta esta mujer con quien comparto, además, un desusado gusto musical y un cierto amor por el exabrupto bien colocado.

Pero si por alguien siento un cariño especial es por la niña Candy, que es un sol de mujer y de persona. Entrar en su blog es entrar en una casa de alegrí­a. Todos esos colorines los tiene en su personalidad y los transmite. Aunque no seas mexicano si lees a Candy enseguida sabras qué es «buena onda». Candy es buena, y eso para mí­ sigue siendo lo más importante en alguien. Ella además lo sabe transmitir con simpatí­a y generosidad. Queremos contratarla para que venga a nuestra boda a cantarse el repertorio de Estela Raval con los Cinco Latinos.

La guarderí­a de Silvia.


Ella era la Silvia la del tontico, luego el hijo, el tontico, era eso: el tontico; y el marido, y padre de inocente era el Juanito el de la Silvia. Se ve que el que menos pintaba en la familia era el varón. La Silvia la del tontico, que todo el mundo la llamaba así­ menos a la cara, claro, era una mujer de esas que salen movidas en las fotos, ya se lo decí­a su abnegada madre cuando aún era una crí­a.
-Ay, esta crí­a no para quieta un momento, parece que tenga azogue.
Ahora no se le llama azogue, ni baile de san Vito, no, ahora serí­a una niña hiperactiva y la llevarí­an al psicólogo. Antes con una torta de vez en cuando se suplí­a perfectamente. Silvia es grande y tirando a gorda, aunque, no hace tanto, era lo que se llama una jamona, una real hembra, una mujer de buen ver, hermosota, rubicunda, coloradota, de no haber tenido esa cara de pan habrí­a sido musa del gremio de la construcción en el barrio. El Juanito en cambio era bien poca cosa, de carnes escurridas, le llegaba a ella a la nariz y pesaba un par de arrobas menos. Seguramente lo del niño serí­a culpa de su fí­sico enfermizo y escuálido, y no de ella, una mujer tan sanota. La Silvia y el Juanito se pegaron la mar de años queriendo tener un hijo y sin conseguirlo. Qué tristes estaban. Los dos, eh, eso que quede claro, estaban tristes los dos, porque en eso, y en todo lo demás, eran un matrimonio muy unido. Ella mandaba y él decí­a amén, que también tiene su mérito. Fueron a médicos, que no les vieron nada de particular, hicieron novenas y rogativas, vigilaron la temperatura basal… (-¿Cuálo? -¡A ver si estaba caliente ella para preñarse, coño! -Ah, bueno, así­ sí­ se entiende.) Y cuando estaban pensando en ir a una piedra muy famosa que hay en Galicia, que dicen que si se tumba en ella la mujer, se queda, zas, que la rana dijo que sí­. Después de tantos años, qué contento en esa casa. Luego salió el niño tonto, vaya por dios, qué pena, pero ya ven, ellos lo llevan tan ricamente, no se puede decir que tuvieran un momento de tristeza o de arrepentimiento. Continuar leyendo «La guarderí­a de Silvia.»

Blázquez

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El ser un pastor de Cristo
Pese a ocasionar mil penas
también tiene cosas buenas…
¿y el glamour con que me visto?
Dónde se ha visto más charme,
que el púrpura cardenal…
y el anillo… no está mal.
No, yo no puedo quejarme.
Qué figura tan devota,
yo acabaré en camarlengo
con esta estampa que tengo
puesto así­ como la sota.
El hecho de ser curita
no entraña beligerancia
con finura y elegancia
al revés, la facilita.
Siempre fui el niño bonito
de la curia episcopal
dicen, y no dicen mal
que soy de un tacto exquisito.
Al servicio del Señor
no promoveré un infierno
a los miembros del gobierno
como el otro Monseñor,
con acosos y castigos,
pues yo soy de otro talante,
y de ahora en adelante…
Monse para los amigos.

Tomás Galindo ®