Hay en el sueño la chispa de esperanza,
el olor a posible. Ese sueño candente
que traza futuros y acerca fortunas,
el que atrae deseados iconos, tótems
del imaginario colectivo a tu alcance,
metas inalcanzables alcanzadas, sobrepasadas,
sobrevoladas, dejadas allá abajo vistas
tan pequeñas desde la nube de lo onírico.
Y todo con el marchamo de la realidad, el albur.
Cierras los ojos y caminas por un mundo irreal,
solo tuyo, con esa puerta que cierras
cuando cierras los ojos y la ventana abierta
al espacio sideral de lo escogido,
fabricado por el pensamiento, lo subjetivo
hecho colores, caras, situaciones.
Es el sueño. Es la vida, la otra vida
que lleva cada cual y no conoce nadie.
El sueño es vida ¿quién dice que menor,
quién dice que los juegos infantiles,
quién que evitar la adicción a lo onírico?
Tanto ha nacido del sueño, tanta verdad,
tanta gloria. Del sueño brotaron manantiales,
del sueño llovieron maravillas, del sueño
figuras de humo se hicieron realidad
y el mundo primero se soñó redondo y era plano
y la persona se soñó cuando era cosa y pertenencia
y la cadena rota y las piedras pared
y se soñaron hechos las palabras.
Es el sueño tractor de mil vagones
de ese tren que siempre va al oeste
a descubrir las tierras y los mares
y deshacer fronteras, vallas, límites.
Es un tren de juguete para el niño
que gusta regalar a los mayores, ponerle pinos,
piedras, estaciones, un paisaje de imagen inventada.
Es el sueño del niño que se mueve
o es el sueño del niño el que lo mueve,
suéñase grande, hombre y mujer como una estatua
que miras desde abajo con asombro.
Por eso cuando llega ese momento
en que despojas al sueño de esperanza
y lo conviertes en droga aletargante
y la luz se marchita y no es posible
otra vez volar sobre las nubes y no,
no puedes volver a inventar besos,
a gozar los amores ideales, a esperar
con ninguna ilusión las explosiones,
los brincos del corazón, lo palpitante
que te cobraba vida y te la daba
en la escondida casa de lo íntimo,
cuando ese momento llega, mejor, digo,
empezar a morir mirando al cielo.
T. Galindo ®