Polí­tico

 

Polí­tico que con tu verbo nos aturdes,
prometes solución a tantas cosas
y en forma tan harto milagrosas
que te debes creer Virgen de Lourdes.
Ya teneis a la audiencia amodorrada
con tanto castigar nuestras orejas,
que oiros es oí­r rezos de viejas,
porque decir… decir, no decí­s nada.
Su sonrisa se prueba ante el espejo,
halla la que le va pintiparada,
desarruga un poco el entrecejo,
se la pega con cola en poco rato,
y cuando al cabo la tiene bien sujeta
aparece el señor con una jeta
de no haber en su vida roto un plato.
Y es que la publicidad,
esa ciencia del engaño,
consigue cualquier apaño,
dulcifica la maldad
y hace sabio al ignorante.
Así­ coloca a buen precio
desde un polí­tico necio
a cualquier desodorante.
Su imagen venden con tanta
desfachatez como tino,
y consiguen de un pollino
un polí­tico que encanta
por su grácil oratoria,
su apostura y simpatí­a,
cuando mejor estarí­a
dando vueltas a una noria.
Tanto insisten que algo queda,
que es eso lo que pretenden,
pues, al fin y al cabo, venden
monas vestidas de seda.
Cuando en la tele los ves tan arreglados,
tan pulcros, tan seriotes y tan bellos,
y que además parecen todos ellos
de esos que no se peden ni en privado,
yo pienso para mí­ todo contrito
que, o bien es verdad que son sinceros,
o que en vez de mirar un noticiero
estoy viendo el anuncio de un bonito.
Qué diarreas me dan cuando les veo
esas sonrisas hipócritas que ostentan
los que la vara del poder detentan,
que rezuman soberbia y cachondeo.
Qué espectáculo triste el de esta tierra
plagada de mendigos y parados,
de ciudades frí­as, de montes quemados,
de jóvenes viejos, de rí­os de mierda,
de pueblos sin agua, crí­os sin escuela,
cagadas de perro, pasotas, drogados,
calles sin un árbol, putas quinceañeras,
viejos sin sonrisa, barrios marginados,
niños delincuentes de mirada tierna.
Aun sabiendo lo cierto de los hechos,
siguiendo la costumbre, españolitos,
lejos de obrar os tocareis los pitos
quedando, tras cornudos, satisfechos.
Lo peor es que todo lo sabemos,
y a pesar de que no nos engañamos,
por el ojo sin niña nos pasamos
todo lo que hay que hacer, y que no hacemos
Tomás Galindo ®

Fina anécdota de la vieja y la sandí­a.

https://youtu.be/uv5PGTALWH0

La sandí­a es un manjar
de utilidad singular,
tres cosas buenas depara
así­ que comerla debes,
porque se come, se bebe,
y hasta te lava la cara.

Imagina: Andalucí­a.
Caní­cula. Mediodí­a.
Un sol que es plomo fundí­o.
Las moscas vienen y van.
Las campanas ni talán.
Los pajarillos… ni pí­o.
una vieja muy revieja,
gorda, sucia, culibaja,
se está comiendo una raja
de sandí­a,
sin menear una ceja,
sentada sobre una caja,
la tí­a.
Y sentada de tal modo
¡que está enseñándolo todo!
Se ha remangado de más
la saya hasta las rodillas
y no se advierten puntillas
encajes ni …na de na.
Que se ven ¡vaya por dios!
en vez de una raja, dos.
Y pasó el tí­o Manuel
serio y circunspecto él,
y no pudo por menos que fijarse
en lo que no llevaba,
no por caérsele la baba,
sino más bien por cosa de espantarse.
Y le gritó en medio del camino:
-¡Que te se ve er chumino!
Y le contestó la tí­a:
-Ay, Manué, que no te coscas,
que es por que, si no, las moscas
me vienen a la sandí­a.
Tomás Galindo ©.

Mínima mujer

Tú, mínima mujer, por la rendija
asomas el hocico de raposa
al más mínimo olor de cualquier cosa
que aproveche tu afán de sabandija.
.
Si se pierde un billete… ya has barrido.
Si sucede un milagro… ¡fue tu rezo!
Si el guiso sabe bien… ¡por tu aderezo!
Mas si algo se estropea… tú no has sido.
.
Cronista pertinaz del vecindario,
de la cola del pan gacetillera,
y siempre casualmente la primera
en identificar al perdulario.
.
Eres la que reparte credenciales,
la que separa el trigo de la paja,
la que corta a medida la mortaja
y la que siembra los berenjenales.
.
Si la costurerita da un mal paso
tú eres la que le echó la zancadilla.
La que me atizará en la otra mejilla,
a poco que le haga cualquier caso.
.
Brillante cual estrellas diamantinas,
punto central de cuantos te rodean,
y te adoran y te vitorean,
eres más popular que las gallinas.
.
Eres tan importante que ni un perro
se pondría a ladrar sin tu permiso.
Eres tan importante que el occiso
iría a saludarte en el entierro.
.
¡Cuán se te añoraría en cualquier parte!
¡Qué serían sin ti las sociedades!
¡Y qué harían sin ti tus amistades!
…pues darse media vuelta
y olvidarte.

TG ©

Tres poemas clásicos (I)

Me lo dijeron ayé
la lengua de doble filo
que te peí­ste hase un me
en la boda de tu primo.
Otro se habrí­a extrañao,
yo, me quedé tan tranquilo,
porque es que yo te conosco
dende que éramos shiquillo
y compartiendo pupitre
supe de tu malo hábito.
Recuerdo la ve primera,
que me cogió de improviso,
era en mitá de un dictao
y me vino un airesillo
como a col y arcantarilla,
como a muerto y a podrí­o,
como a cuadra y a corrá,
que casi pierdo er sentí­o; Continuar leyendo «Tres poemas clásicos (I)»

Tres poemas clásicos (II)

Y yo me la llevé al huerto
creyendo que era mozuela,
y resultó que tení­a
un cipote entre las piernas.
Fue un viernes de botellón
y casi por compromiso
Yo le habí­a echao el ojo
al escote y al culito
que de las mujeres es
lo primero en que me fijo,
como todos, auque luego
no lo digan, yo lo digo.
Qué guapa, qué piernas, qué
tipazo y qué palmito
qué estatura sin tacones,
qué ojazos y qué morrito.
Vamos, que me hizo tilí­n
¡Y tolón tolón me hizo! Continuar leyendo «Tres poemas clásicos (II)»