Tres poemas clásicos (III)

https://youtu.be/8_hU71hZb5s

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
estaba la plancha.
¡Cuántas camisas que da pena verlas,
y los pantalones que no tienen raya!
¡Cúantas sábanas hechas un gurruño
habrás vuelto a poner en la cama!
¡Ay! Pensé, cuántas veces la arruga
me has dicho que es bella. Me engañas.
Cualquier dí­a te pego un berrido
y un ¡Coño, levántate y plancha!
Tomás Galindo ©

Niña, haz esto y lo otro…


no aprendas a vivir
vive cada dí­a sin borradores
rí­e cuando estés triste
llora cuando te alegres
cuando rabies no te muerdas con saña
cuando saltes de alegrí­a no te des contra el techo
no desprecies nada
come poco
trabaja mucho
ama todo
no te conformes
no te ates pero cumple
haz lo que debas pero luego no te quejes
no te lamentes arregla
no mandes
no esperes otra cosa que tu í­ntima satisfacción
apresúrate con calma
no te duermas corriendo
desoye los consejos
y elabora tu propia prudencia
sé discreta
perdona que te quieran
esfuérzate en pensar
lee
no te acostumbres a nada
no te castigues por culpas ajenas
no pierdas la oportunidad
no pierdas la cabeza
no pierdas el tren
si pierdes la oportunidad la cabeza o el tren
no pierdas además el tiempo
si tienes que pararte elegir entre la libertad y el amor
es que estás construyendo una pared torcida
considera qué se te caerá encima
no olvides el paraguas
ni los buenos modales
no creas lo que dice la gente
ni en lo que parezca la gente
ni en lo que te prometa la gente
pero cree en la gente
camina silbando bajo la lluvia
ten piedad contigo
sé tolerante
y un poco loca
y sorpréndete todos los dí­as de tu vida
Tomás Galindo ®

Tuareg

«Dos mujeres y un hijo
y cuarenta camellos»
El que así­ me lo dijo,
era un tuareg de aquellos.
Los que viajan felices
con la estrella a su lado
desprecian los matices
de lo civilizado.
í‰l ya tení­a todo
lo que necesitaba.
Yo admiraba su modo
de ser feliz sin nada.
Yo tengo mi dinero,
mi casa, mi seguro,
como soy europeo
no le temo al futuro.
Trabajo mucho, es cierto,
no tengo tiempo apenas,
pero sí­ me divierto.
Hay muchas cosas buenas
en mi vida: mi esposa,
mi perro, mi jardí­n,
un buen libro, esas cosas…
los amigos… en fin…
Tengo los ingredientes
de la felicidad
si no hay inconvenientes
llegaré a gran edad,
llegaré a ochenta y pico,
y no estaré tan mal.
Moriré siendo rico
¿Se puede pedir más?
El tuareg no entendí­a
de qué le estaba hablando:
«Estoy bien si de dí­a
no va el viento soplando,
y la noche la paso
mirando las estrellas
mientras me bebo un vaso
de leche de camella».
Tomás Galindo ®

invernal

los vientos son un cuchillo
que se afila en las montañas
el mundo se ha vuelto blanco
enero está de colada
blanco blanco y sólo blanco
está la tierra bordada
en un pañuelo de lino
blanco de estrellas cuajadasIbón del balneario
y se visten marineros
el traje blanco de gala
abetos indiferentes
al peso de la nevada
campanitas de cristal
las agujas escarchadas
cantan su canción de lunaLa garganta del Diablo, yendo a Oza
a todo lo que descansa
perseguida por el zorro
como una bala de nata
cruza la perdiz nival
despavorida la estancia
no oirás sino el silencio
cayéndote sobre el almaEmbalse de Lanuza helado
inundándote de acero
sepultando tu mirada
escucha los abedules
reventándose las ramas
que en disparos de fusil
pavorosamente chascan
escucha con atención
escucha que no oyes nadaCascada de Sabiñánigo
ni el resuello del que acosa
ni el frenesí­ del que escapa
ni la lechuza que muda
aprendió a batir sus alas
en este silencio claro
portento que nada iguala
se celebran esponsales
entre la vida y la calmaMi calle
llevan sus trajes de novia
las peñas más escarpadas
sosteniéndoles las colas
está la fronda encantada
y las águilas las damas
siente la mano del frí­o
que salvaje te apuñala
siente cómo te penetra
poniéndote en la garganta

Mastí­n en Panticosaparedes frí­as de mármol
frentes muertas y enterradas
cadavéricas mejillas
rí­gidos dedos que bajan
sorprendiéndote la nuca
erizándote la espalda
siente cómo tu presencia
ni rompe la paz ni empaña
estas colinas de azúcar
entretejidas de hayas
estas crestas de infinita
espuma cristalizada
que provoca a tus sentidos
a percibir todo o nada
y asómbrate de la cierva
que desnuda está en su danza
permanentemente inquieta
eternamente asustada
haciendo locas piruetas
en su escena solitaria
mira que se mira el corzo
en el espejo de plata
que ha clavado en el arroyo
la diamantina cascada
torrente que se detuvo
para vestirse de nácar
el rí­o se ha vuelto senda
por la que suben y bajan
marcando su culebreo
el pespunte de sus patas
y mí­rale descender
de entre las cumbres más altas
en un pasmoso ejercicio
de cómo volar sin alas
yo también querrí­a ver
resucitar la alborada
oí­r a la primavera
con su levántate y anda
y quedarme a contemplar
a la floresta que aguarda
a que el milagroso abril
con una acuarela mansa
le pinte un millón de verdes
como un millón de esperanzas

T. Galindo ©

un rastro de humo

un rastro de humo una huella en el viento
un sonido en la cal de las paredes
un color que no es de cielo ni de tierra
unas hojas sin viento que se agitan
un mal presagio
rezos y murmuraciones
son ví­speras de ví­speras son ojos cerrados
son timbales de sangre que retumba
sorda interior tensa la piel
una onda que transmite su hormigueo
de la yema de un dedo a la yema de un dedo
y las sienes tiemblan y los ojos laten
los ojos cerrados y febriles
los ojos ardientes poblados de visiones
son ví­speras de ví­speras ya se siente
el sabor del metal en la lengua
ya lo auspicia el vuelo de los pájaros perdidos
los corderos que balan sin cesar los corderos
que nunca van a ningún sitio si no es a morir
que nunca caminan sino hacia su muerte
un rastro de humo como un borrón perenne
que cambia y que gira que crece y que crece
un sonido a rajado y violento de pardas paredes
con grietas que dibujan continentes
continentes desconchados que caen al polvo
un color que no es de cielo ni de tierra
en el cielo y en la tierra único y monótono
que enceniza las frentes
ya se fragua el desierto cristalino en espejo de sal
tiene más témpanos el alma que el océano
un mal presagio
son ví­speras de ví­speras
los delfines preguntan por ti
¿qué vas a hacer?
Tomás Galindo©