Amor posible (sí­, posible, no lo otro)


Él era un poeta
existencialista
que escribí­a ripios
en una revista.
Ella era una estatua
obra de Llimona,
que en medio del parque
quedaba tan mona.
Y cómo sufre el pobrecito
que tiene roto el corazón,
porque una amante de granito
es una gran complicación.
í‰l vuelve al parque por la noche
con gran sigilo y precaución,
y de una bolsa de aluminio
saca un jugoso chuletón.
Pone el bistec en tales partes
que no me atrevo a mencionar,
y se refrota con tal arte
que pasa lo que ha de pasar.
Allí­ le encontraron
en un mes de enero,
una mañanita
tirado en el suelo.
A su bienamada
estaba abrazado,
igual de desnudo
y petrificado.
Ya eran dos estatuas
y las dos yacentes,
en una postura
más bien indecente.
Nadie entendió de aquel poeta
que la quisiera de verdad.
Sólo que estaba majareta
y que era una barbaridad.
Qué sabrán amores
lo que es malo o bueno,
¡y no habrá mujeres
que merezcan menos…!
Y a quienes de esto
se escandalizaban
les diré que, encima,
a ella le gustaba.

Tomás Galindo ®

Palabras

nosotros somos de voz y de palabra
tanto como de sangre carne y hueso
somos de ví­scera y epí­teto
y de tendones y de pronombres
esos golpes de voz tan milagrosos
que llevan las ideas a otro lado
a otro que está a otro lado
sí­labas sí­labas que estallan entre los ojos
morfemas palatales y labiales
esdrújulas que asoman en la esquina
verbos que se estiran y se encogen hasta encajar en pensamientos
crecemos con el verbo crecer
y nuestros actos son verbo sobre verbo
hablamos y vivimos juntamente
viendo oyendo aprendiendo
sintiendo yendo viniendo
devorando soñando olvidando
y vemos pasar los adverbios
rápidamente subrepticiamente
inadvertidamente constantemente
hasta que un dí­a sustantivo
nos moriremos llenos de palabras
yéndonos despacio con vocablos
al alba nube acantilado cosmos
pincel cintura nacimiento vino
fantasí­a sudor fin hipocampo
albaricoque margarita sueño
cosas que no existirí­an si no tuvieran nombre
conceptos que se crean de la nada en su bautismo
chispazos de sonido y de grafí­a
que se materializan en paredes
en árboles en muslos en ventisca
y yo digo tu nombre y apareces
con un chasquido de dedos invisible
pasas de lo incorpóreo a lo sólido
se funde tu volumen en los conceptos
hermosa grácil cantarina
firme traviesa enamorada
tenaz abierta inteligente
femenina consecuente dulce
y son y somos palabras
como el mar es mar o tal vez mares
así­ me acabaré
en un adiós sin brisa
en pasados de papel y tinta
y lo que soy y fui serán palabras
en ellas viviré mientras que vivan
para aquellos que pronuncien mi nombre
y diciendo de mí­ que fui sereno
callado simple huraño
irónico mordaz y tolerante
un poco loco un poco niño algo poeta
que quise mucho y mucho fui querido
se irán fundiendo los ecos en los ecos
hasta quedar silentes
y haber sido
Tomás Galindo ®

La señorita de los caramelos


La maestrita es hermosa,
pizpireta, de ojos bellos,
y tiene varias docenas
de enamorados risueños
que le estiran de la falda
y se le cuelgan al cuello,
-¡Señorita!- la requieren,
¡Señorita!- van diciendo,
yendo su vivaz mirada
de verde relampagueo
alumbrando toda el aula
de esclarecidos destellos.
Un ángel con guardapolvo
que ha bajado de los cielos,
va repartiendo a los niños
de un cajón que está repleto
de dulces y golosinas,
peladillas y consejos,
regalices y lecciones
mezclando cuentas y cuentos.
Qué bullicio son sus clases,
cuánto estudiantillo inquieto
ha aprendido las verdades
de la ciencia con sus juegos
y, al corro, sin darse cuenta,
la vida en su fundamento.
Cuántos se han inoculado
raciocinio sin saberlo.
Y con un beso en la frente
y un revolverles el pelo,
les da enseñanza y cariño
todo con el mismo gesto.
Pero suena la campana,
porque siempre queda un pero,
y estalla en mitad del aula
como un silencioso trueno,
llevándose los muchachos
consigo un revoloteo
de libros y de carteras,
de risas y lapiceros.
Cuando la clase se acaba
se le cae el mundo al suelo.
Cuando la clase se acaba
es como aquellos muñecos
de resorte que se quedan
sin cuerda, en medio
de un redoble de tambor.
¡Si suspendida en el tiempo
pudiera quedarse el alma
hasta oí­r sonar riendo
la campanita que llama
a los niños al colegio!
Cuál será su desventura,
qué doloroso secreto,
el agüita de qué fuente
se le escapó entre los dedos,
el tiempo de qué reloj
hace tictac en su seno.
Si pudiera no volver
a su casa, a ser de nuevo
el fantasma de sí­ misma,
el encadenado espectro,
el rosal cuyas raí­ces
pugnan por romper el tiesto.
Si pudiera enajenarse
el espí­ritu del cuerpo.
Cuando la clase se acaba
y el aula queda en silencio,
perdiéndose en los pasillos
tantos bulliciosos ecos,
ella borra la pizarra
y recoge los cuadernos.
El sol que se va descubre
en sus dorados cabellos
finas hebras de metal
que son un chisporroteo.
Y cuando nadie la ve
y está el pasillo desierto,
en la mitad de la frente
rompen de pronto sus sueños,
inundando sus mejillas
unos lagrimones tiernos.
La maestrita es que tiene
una colmena en el pecho
que le bulle y que le zumba
y no la deja en sosiego,
pero convierte en azúcar
sus amargos sentimientos.
Le vuelve el dolor en miel,
en canela los recuerdos,
en aromas de limón
y menta los pensamientos.
Y cuando nadie la ve,
tan dulce es su sufrimiento
que va metiendo al cajón,
para sus niños pequeños,
sus lagrimitas envueltas
en papel de caramelo.
* * * T. Galindo®

in illo tempore


in illo tempore
hallábase jesús rodeado de sus discí­pulos
cuando se le acercó un centurión
y arrodillándose
imploró por la vida de su criado que le era muy amado
y jesús obró el milagro

  • a pesar
  • a causa
  • indiferentemente
  • de la relación que les uniera

    (táchese lo que no proceda)

    Para Swan