Sin palabras (habanera despiadada)


Juan conoció a Teresa
una tarde de abril.
Se le cayó el pañuelo
y él se lo dio gentil.
Y se quedó extrañado,
pues ella nada dijo,
pero encendió en su pecho
su sonrisa un hechizo.
Y cuando la veí­a
le saludaba,
en cambio, no sabí­a
cómo abordarla.
Mas, cuando llegó el dí­a
en que se decidió,
Ella, en lugar de hablarle,
esto escribió:
-«Yo no quisiera herirle,
por su finura,
mas quisiera advertirle,
soy sordomuda.
Si lo que usted pretende
no es burlarse de mí­,
gustosa de su brazo
me encantarí­a ir»
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Contra mí­ mismo, y los demás poetastros.


Poeta de aluvión,
atroz castigo,
haces que la emoción
importe un higo.
Azote de la voz y del idioma,
tú, que dejas las musas en porretas
con las ristras de versos que perpetras.
Que por ningún camino vas a Roma,
y expones sin pudor puzzles de letras.
Tu palabra me pica como un grano,
como un grano no… como un sarcoma.
Me da vergüenza ajena que tu mano,
que podrí­a servir para algo sano,
como sacarte mocos o rascarte,
utilice la pluma de escopeta
y ametralle la lí­rica y cometa
o lesa humanidad, o leso arte.
El tener vocación no da derecho
a poder desarrollarla. Tú imagina
que en lugar de poesí­a es medicina.
¿Te iban a dejar sajar un pecho
y llamarte aprendiz de cirujano?
Escribir es igual, sólo es distinta
la mancha, que de sangre es ahora tinta.
Poeta de aluvión,
mi igual, mi hermano.
Torero de salón,
cristo gitano.
Vas de la voz que clama en el desierto,
cuando es más cierto,
que no saldrás a hombros sino muerto.
Que juegas al billar con una idea
y queriendo ponerla en un jardí­n
la arrastras por su cieno y su purí­n,
embarrándola en todo que la afea.
Es que tienes la rara habilidad
de pisar las rosas,
enturbiar las fuentes,
guardar en un cajón las mariposas,
resaltar la fealdad
y cagarte en la puerta del ausente.
Ignaro en gramática y sintaxis,
sin zorra idea de la ortografí­a,
lector de metro y de peluquerí­a,
que confundes el culo con la praxis.
Que dices que la rima condiciona…
porque eres incapaz de un pareado.
O mutilas aquello que emociona
por encajar un ripio más rimado.
Que al buen poeta
la rima no encorseta.
Y rimar siendo poeta malo
es envolver la mierda de regalo.
Poeta de aluvión,
octava plaga,
que tienes como don
lo que empalaga.
Fregatriz que leyó un libro una vez,
que en gramática estuviste siempre pez.
Tú que haces llorar con un sainete,
tú que confundes ritmo y sonsonete.
Que dices darte un aire a lo Quevedo…
sin indicar que ese aire es de algún pedo.
A ti, que te suena a chino la armoní­a
aunque emborrones folios cada dí­a.
Que en tus escritos no hay mierda que no pises
ni tópico con que no nos martirices.
Aunque desprecias lo que no conoces
vas de sofisma en sofisma dando coces.
Vuelve a la celda acolchada, a la cocina,
al taller… vuelve a tu esquina;
hazte de una oenegé, métete a gánster,
haz punto, guisa, crí­a hamsters;
deja la poesí­a, va, que la estropeas.
¡Y aún extraña que luego no se lea!
Ojalá que te pase lo que a mí­,
que fui tan mal poeta como tú
y, tras pensarlo mucho, Belcebú
me condenó a este blog cuando morí­.
Tomás Galindo ®

Mirando la noche contigo

Está noche es que invita a ser soñada.
¿Alguna vez has visto tanta estrella?
Allí­, sobre mi dedo ¿ves aquella?
Hay algo de su brillo en tu mirada.

No pueden ser aquellos astros frí­os
que nos dicen venir desde tan lejos.
Son miradas de amantes. Un espejo
de ojos con el amor que hay en los mí­os.

Hay matiz de lucero y resplandores
de cantarina chispa en tus enojos.
Nada hay mejor que ver arder tus ojos
para entender la noche y sus fulgores.

¡Una estrella fugaz! ¿Has visto eso?
Pues como esa voluta de luz pura,
ese temblor tení­as, criatura,
en la primera vez que te di un beso.

Ese vibrátil, diamantino manto
¿tu pálpito no copia en su murmullo?
Tiene la noche, amor, algo tan tuyo…
Abrázame. Ven. Te quiero tanto…

Tomás Galindo ©

Yo he bebido por dos

Yo he bebido por dos, fumar… por cuatro
y follar… he follado por cuarenta.
Fui al infierno como otros al teatro.
Tengo acciones del parnaso en venta,
amigos en la cárcel, y una cuenta
de carajillos de aúpa en la cantina;
a quien tocar el culo en una lenta,
y alguien con quien hablar en cada esquina.
Porque hay que hacer rutina del derroche,
fichar como juerguista y calavera,
hacer el loco un martes por la noche
y que te mojen los de la regadera,
Saber la idiosincrasia del taxista,
que te conozcan los de la cruz roja,
que te seduzca alguna feminista,
que los munipas te la traigan floja.
Hay que vivir, caray, vivir de veras,
no como los yupis que parecen nuevos.
Ser cid campeador de las aceras,
hacer lo que te salga de los huevos.
Hay que dejarse caer por los barrancos
del canalillo de todas las dragcuins.
Fumar lo que no venden los estancos,
beber chupitos de hielo con orí­n.
Vivir sí­, pero sin despertadores.
A horas fijas despiertan las gallinas,
los condenados, sus ejecutores,
los pobladores de las oficinas.
El hombre grapa unido al formulario.
Mujer de beige, niño de uniforme.
Funcionario de gris, tonto estepario,
¿Pero hay cosa más gris que un funcionario?
Y tú eres especial y de otro mundo.
Tú no te vistes en el corte inglés.
Tú eres un filósofo vagabundo.
Tú miras el rebaño y no te ves.
La claridad te atiza de repente,
un crochet de verdad a los cuarenta.
Cabeza en uvecé caes en la cuenta
de que has perdido el tiempo estérilmente.
No has hecho, dicho, ni plantado nada,
Tu vida es un borrón que no recuerdas.
Y tu sospecha ha sido confirmada:
que tus amigos son todos unos mierdas.
Pasó tu gamberrez, como los granos.
Resulta que el amor se te ha olvidado.
Que tus huesos ansí­an los veranos.
Resulta que te quitan lo bailado.
Me queda una úlcera de tanto churro,
una pensión del inss para ir tirando,
una peli en el plus cuando me aburro
y este reúma que me está matando.
Tomás Galindo ©