Maristas

La tristeza monótona vertía
la lenta cantinela de oraciones,
espaldas a rayas blanquiazules,
los ásperos cogotes despeinados
y el horizonte negro donde pastan
los rebaños de ceros su potencia.
La lenta cantinela en la ventana
de goterones gordos como moscas
y el zumbido atroz, impenitente,
de números, de nombres y de historias
que pasaron, o no, por un pasado
escrito, decidido, adjudicado
a estos santos inocentes quietos,
a rayas blanquiazules, ignorantes
de que la lluvia cala en las espaldas,
la lluvia negra de pizarra triste,
con palotes de tiza destinados
a las retinas dulces que se ofrecen.
Qué dolor de arañar en los pupitres,
qué temor en las ingles y los dientes
un chirrido de puerta que se cierra,
un sabor como de algo que se oxida,
pero dentro, una víscera metálica
que descubres tener, o que te nace.
La lenta cantinela que se instala
decolorando las mejillas tersas,
agrisando los brillos de los ojos
como lluvia de brea, como el humo,
no de las chimeneas, de pistola
de balazo en la sien, como la tinta.
Y en medio del horror y los silencios,
los chirridos de tiza y el sollozo
de no se sabe quién en una esquina,
del olor a la orina y los sudores,
y del tedio y el miedo de la mano,
en medio del asedio a las conciencias
a mano armada de autoridad y dioses,
un mirar de reojo a la ventana
y ver que, al otro lado, hay primavera.

   T. Galindo ©

Una postura

Hoy he venido aquí, serenamente,
a decir que me voy, que nunca estuve,
que habité de verdad en una nube
y miraba hacia abajo indiferente.

Que nunca me importó nada la gente,
de su bien y su mal siempre me abstuve,
desde allí arriba yo me vi querube,
inmune a sus asuntos, diferente.

Donde todos buscaban compañía
yo solo vi rebaño o vi jauría.
Nunca lloré si decretaban llanto,
nunca reí cuando la multitud reía.
Pero si nunca le encontré el encanto…
¿por qué al marcharme lo lamento tanto?

T. Galindo ©

Cosas del oficio

Voy por la calle regalando rosas.
Les canto a las ancianas dulcemente,
las beso en las mejillas y consigo
que me crean el hijo que no viene
desde hace ya tres meses de visita.
Voy por la calle pisoteando charcos,
brinco, chapoteo, salpico,
me toman por un loco, pero ríen
porque tienen ganas de lo mismo,
su oficio se lo impide, son carteros,
conductores del bus, oficinistas,
pero el mío permite los excesos.
Siempre digo a las ciegas que están guapas,
a los gordos que tienen mejor tipo,
a los viejos lo bien que los encuentro,
a las madres con niños lo bien que se les crían,
a las viudas que miren para sí, porque la vida
se vive hacia adelante.
Voy por la calle regalando frases:
Así se baja un toldo, Federico,
como si dieras cuerda a la fortuna.
Así se riega bien una maceta, doña Carmen,
de anochecida, que beban los geranios
y no haya que ducharse el transeúnte.
Así tienen que oler a limpio los zaguanes
y brillar como un oro, Catalina.
Y le rasco a Linda la peluda frente
y quito una flor mustia del arriate;
me fijo en ciertas prendas que hay tendidas
donde la solterona del tercero,
pienso que ya era hora y que me alegro.
Voy por la calle silbando, aunque bajito,
llevo mi propia música conmigo
de fondo de frenazos y bocinas
y de bullangas y de griteríos.
Voy por la calle regalando embrujos,
le echo el mal de ojo a ese que vende
lo que no hay en estancos ni farmacias;
a ese que su mujer siempre va triste
le lleno de alfileres un muñeco;
el diablo y yo tenemos la partida a medias,
un día gana él y otro yo pierdo,
pero no la esperanza y eso le irrita,
me la quiere quitar… pero resisto,
va para largo el juego.
Son cosas del oficio,
voy por la calle regalando holas,
adioses, hastaluegos, ayer te vi pasar,
qué bien te sienta el pelo recogido en coleta,
me alegro de saber que has aprobado,
he ido al hospital y ya mejora pero
va para largo el juego.
Voy por la calle regalando cosas,
pañuelos de papel a la vecina
globos para los gemelos,
uno para cada uno y no discuten;
pipas para las niñas ¡no las escupáis al suelo!
Voy por la calle regalando rosas,
me pregunto si no sería mejor ir regalando
(mejor para la humanidad, me refiero)
ir regalando balazos en la nuca,
sabiamente escogidos, me pregunto,
y luego me contesto: son cosas del oficio
este que tengo.

  T. Galindo ©

Nana para hacer cosquillas

Las niñas son de nata,
los niños de limón,
les gusta columpiarse
pero de dos en dos
y también hacer pompas
con agua y con jabón.
Los niños y las niñas
parecen una flor
que dejó la maceta
para jugar mejor
y gritan, saltan, corren
sin parar el motor
y si los tocas notas
en su pecho un tambor.
Los niños son de agua,
las niñas son de brisa,
están llenos de conchas,
encajes y de risas,
y tienen los bracitos
repletos de cosquillas.
Tienen los ojos grandes,
abiertos y redondos
de mirar que se escapan
hasta el cielo los globos.
Los niños son de fruta,
las niñas de pastel,
tienen algo en el cuello
que hace que huelan bien,
parecen de cereza
de suave que es su piel
y sus mamás les comen
a besitos los pies.

T.Galindo ©