Creo en la abeja señora de los cielos
que creó los dorados y los amarillos,
creo en la abeja que alimentó las flores,
hizo al mundo redondo y dio la vuelta,
para pintarlo de hexágonos perfectos
porque ella es una sola, un pensamiento,
una tarea de millones de alas.
Creo en la hormiga, que levantó el monte,
que convirtió los campos en esponjas,
que trasladó las tierras a otras tierras
y puso pies al árbol y la roca.
Creo en el hormiguero que no muere,
vuela si hay que volar y cruza el río.
Donde está el hormiguero hay un tesoro
de monedas que acuñan los trigales.
Creo en el jabalí que nació libre,
en su furia que todo lo renueva
con la ciega y voraz filosofía
del provecho sobre todas las cosas.
Creo en el jabalí que nos concentra,
guía y espejo del sobreviviente,
conseguidor tenaz de lo imposible
que cae con el fruto de su empuje.
Creo en los ciervos y sus majestades,
que el bosque llevan en sus altas frentes,
y abren caminos en la nieve dura;
ciervos de patas sorprendentemente
ágiles y a la misma vez tan fuertes,
siempre mirando arriba, a las alturas,
siempre saliendo por el horizonte.
Creo en nuestra santa madre águila,
nuestro padre buitre, nuestros hermanos
cuervo, lechuza, tordo y golondrina
que sostienen el aire con sus alas
y que no caiga al suelo hecho ceniza,
los que ordeñan el agua de las nubes,
traen las estaciones e inventaron
la línea recta, esa maravilla.
Creo en el lobo, el guardián supremo,
es responsable de ordenarlo todo
con la oscura herramienta de sus fauces
en la tarea ingrata de la muerte.
Creo en el lobo que me enseña tanto,
le debo la conciencia de ser breve.
Pero creo en el hombre, en quien no creo
por la sola razón de conocerme,
pero creo en el hombre, porque creo
que aún no cerró la puerta totalmente.
El lobo, las hormigas, las abejas,
el ciervo, el jabalí, todas las aves
están mirándonos y nos esperan.
Tomás Galindo ®