Domador


He de contar a todos, porque ya me pesa en el ánimo y de he sacármelo de dentro, que en realidad soy un fracasado, ya que la ilusión de mi vida era ser domador de fieras. Porque yo fui domador de fieras y lo tuve que dejar, y desde entonces llevo esa espina clavada en el corazón. Ser domador de fieras no es tarea sencilla, y yo era un buen domador, tení­a un dominio natural sobre mis animales, mis seis leones y tres tigres de bengala. Yo era un domador valeroso, un mago del látigo, un artista del valor. Pero, ay… en el mundo de la doma de fieras no todo son oros y lentejuelas, no todo son leones rampantes y restallidos de la fusta, no. Yo tuve que dejar el circo, no por miedo, no porque hubiera sufrido el ataque de los felinos, no. Yo tuve que dejar la vocación de mi vida por el polvo. ¡Y es que yo soy alérgico al polvo! Y claro, si os fijáis bien, seis leones y tres tigres, no dejan de ser, amén de unas fieras emblemáticas y hermosí­simas, nueve alfombras con una capacidad tremenda de captación de polvo, y más en el ámbito circense, donde todo es tierra, arenilla… polvo en fin.
Casi todo el dí­a tení­a que pasarlo, no enseñando a mis animales nuevos trucos, sino pasándoles la aspiradora pacientemente, pero a lo que habí­a aspirado la piel del último, ya estaba el primero que soltaba una nube de polvo si le daba una palmadita amistosa. Y encima leones… con esas melenas… eso eran horas y horas de lavarles el pelo a diario, y con champú y acondicionador, claro, para poder desenredar esas greñas. Con los leones usaba Aloe Vera, que es muy natural, pero con los tigres no, a ellos tení­a que lavarlos con champú Raí­ces y Puntas porque tienen el pelo más áspero, pero también más largo y tupido, por aquello de que su hábitat natural es en la jungla húmeda. Y una vez a la semana les tení­a que poner a todos una mascarilla de huevo, que además me costaba un dineral tanto huevo, y tenerlos quietecitos que no se movieran y se les fuera… uh… ¿Y el dentí­frico? Porque cuando una persona sensible a la higiene como yo ha de introducir su cabeza en las fauces de uno de estos felinos, número cumbre de mi espectáculo, no puede retirarla de pronto porque le ofenda el hedor, no. Todos los dí­as tení­a que gastar un tubo de Colgate con los animales, para limpiar sus grandes dentaduras. Con todos menos con uno que no le gustaba el Colgate y lo tení­a que limpiar con Licor del Polo sabor fresa (un tigre muy delicado). Así­ que mi señora y yo pasábamos el dí­a entretenidos en la limpieza de los animales, y cuando llegaba la hora de la actuación estaba hecho polvo ya y apenas podí­a levantar la silla para defenderme de las garras de Shere Khan, mi tigre estrella. Esta es la espinita que herí­a mi corazón. Lo llevo muy mal. Incluso peor que lo del funambulismo. Porque yo es que soy un equilibrista sobre la cuerda floja muy muy bueno. Soy capaz de dar saltos mortales sobre la maroma, de correr de un cabo a otro, de andar en bici sin manos sobre una cuerda haciendo malabares a un tiempo… Estas habilidades podrí­an haberme dado merecida fama y buen dinero en un circo gran categorí­a. La pena es que sufro de vértigo, y todo el número tení­a que hacerlo a dos palmos del suelo, y esto parece que le quite mérito, cuando no es así­, ni mucho menos. ¡Qué injusta es a veces la vida! En fin, gracias por dejarme explayar de esta manera. Me siento más aliviado.

3 respuestas a «Domador»

  1. Esa imaginación, como se nos dispara… Así­ que domador ¿Eh? Y alérgico al polvo, y con vértigo, anda que vaya cromo.

  2. Y yo seré la cumbre de la ingenuidad pero lo he creí­do. Y a lo mejor no te ha pasado, no sé, pero me resulta fascinante ese mundo donde frente al público todo es brillo y alegrí­a y me gusta imaginar lo que hay detrás, lo que pasa cuando se apagan las luces, lo que sucede detrás del telón, es que echo de menos los dí­as de teatro, los de actuar y para una puesta de minutos, las larguí­simas horas de ensayos. Besos

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