Yo sé que no merezco esta vida que vivo.
Como el preso que un día sale de la cárcel
y se encuentra de nuevo en las calles abiertas,
es dueño de su paso y de su rumbo
y el viento le azota y la lluvia le llueve
y no el aire cargado, seco, de la celda,
así abro los ojos cada día, asomo a la ventana,
y me doy cuenta.
Qué fortuna vivir y ser testigo
de que el árbol mudó, de que la gente
se agolpa en multitudes en el metro,
de que unas madres llevan niños al colegio
y otras llevan un insecto en su pico.
Yo sé que no merezco el regalo del alba,
la doble arquitectura del horizonte lejos,
la voz que me susurra, la mano que te toca,
el cuerpo que me duele, el dolor que me alegra
de saberme partícipe, provisional, alerta
a la dulce nostalgia del conocimiento.
Y por este regalo diario que recibo
me río a carcajadas, respiro hondo, abro
de par en par balcones, miro lejos,
como, bebo, huelo, palpo, hago el amor,
hago el amor fijándome, moroso, atento,
cuidadoso, porque el amor se queda aquí
como las cuevas pintadas de bisontes.
Yo sé que no merezco y lo disfruto
el instante del beso, del verso, de la gota
en la frente, del vino en el vaso,
del amigo enfrente, de la amada al costado,
del hijo creciendo.
Esta es la alegría de poder darme cuenta
de que hoy es mi día, el día de mi santo,
mi coronación, mi boda, mi primer diente,
mi puesta de largo. Hoy es mi día
y viene con regalos. Y mañana, y pasado.
Cumplo con mi deber dándome cuenta,
dándome (como mis muertos)
dándome tanto a la vida, y a quienes dejaré, espero,
esta alegría, estos ojos abiertos,
esta tanta suerte que me salta las lágrimas.
Tomás Galindo ©