Historias tontas XII – Depilación

Yo no sé por qué las mujeres tienen tanta afición a las puñeteras bolas de algodón. ¡Qué maní­a con las bolitas de algodón! La mí­a tiene una especie de copón de cristal en el baño lleno de bolas de esas, pero como una pecera de grande, eh. Las usa para todo. Se supone que son para quitarse las cremas de la cara ¿no?

– Desmaquillantes.

Desmaquillantes, eso, pero no, esta mí­a las usa para todo menos para limpiarse los dientes.

– La mí­a se las pone entre los dedos de los pies, y luego se los pinta.

¡La mí­a también! ¿Y no se puede pintar las uñas sin eso en medio? ¿Es que se le va a pegar un dedo con otro? Y luego las tira. ¡Aún si las usara, pero no, muchas las tira sin usar! Yo creo que las saca de la copa, las mira y ya está usadas, las tira.

– Oye, y a qué viene esto de las bolitas de algodón de tu mujer.

A que pasan cosas.

– ¿Cosas?

Cosas, pasan cosas. Mira, yo las odio. Odio esas bolitas. Antes eran blancas, ahora son de colorines. Un horror ver la copa esa llena de algodones. Siempre encuentras una bola de esas en el lavabo o en un estante o en cualquier sitio. El otro dí­a cogí­ una sin usar, estaba nuevita, eh, nuevita, y la fui a meter en la copa. Me dije: esta mujer saca la bolita y luego se la deja sin usar. ¡Ella que me vio! ¡Que cómo metí­a una bola sucia con las demás limpias! Y ahí­ se lió a sacar bolitas de la copa y a tirarlas. Yo le decí­a, que es la de color rosa, que ya la has sacado, que es esta. Y ella, nada, que no, que era blanca, que no sé cuál es. Total que tiró veinte por no saber cuál era la sucia. La sucia según ella, porque estaba limpia, sin usar, eh, sin usar.

– ¿Sabes que ya empiezas a cansarme con la martingala esta de las bolas?

Calla, calla, que pasan cosas, es que pasan cosas…

– A ver si pasan pronto…

El caso es que la culpa de todo la tienen las bolitas estas. Porque mi mujer es muy suya para la casa, una de esas obsesas con la limpieza, ya sabes, tú has estado. Es de las que entras y te pone el paño bajo las patas porque ha encerado…

– La mí­a periódicos.

Eso, periódicos también, y tienes que andar a saltitos hasta la alfombra del comedor, y en calcetines. Mi mujer es de las que levanta sillas y mesas para limpiar las patas, o sea, lo que toca el suelo, porque dice que tiene polvo.

– La mí­a también aspira las cortinas, que yo le digo ¡pero cómo van a coger polvo las cortinas si están de arriba abajo, no horizontales, se caerí­a el polvo!
En fin, son así­, son así­. Pero a lo que iba es a que, con todo lo cuidadosa que es ella con todo, luego el baño, sus estanterí­as, sus potingues, sus mejunjes y cremas, eso es un desastre, un desorden, todo manga por hombro. ¿Y sabes qué hace con las bolitas de algodón? ¡Las tira al váter! Pero cómo al váter, le digo yo, cómo al váter. Que un dí­a lo vas a atascar y vamos a salir en barca aquí­ flotando en… en… en fin… mujeres, qué se puede esperar.

– ¿Y lo atascó?

Peor, peor, deja, que ya te cuento. El caso es que salí­amos al cine, esto hará como un mes, fí­jate que no salimos nunca, pues salí­amos al cine, yo querí­a ir al váter y darme una duchita luego, yo me visto en cinco minutos, pero ella no, ella necesita una hora sólo para mirar el armario y decir que no tiene nada que ponerse…

– Podí­a hacer un cambio de armarios con la mí­a, así­ tendrí­an algo nuevo que ponerse unas cuantas veces.

Mira, no es mala idea, me la apunto. Pues digo que allá estaba ella quitándose el esmalte de las uñas ¿cómo? con las bolitas, claro, venga a untar bolitas con acetona o algo así­ que olí­a fatal y quejándose de que no tení­a tiempo para nada. Y yo esperando a que acabase, con el periódico en la mano, ya sabes…

– Ya sé, ya…

Al fina se va del baño, me siento, abro el periódico, tiro al váter el cigarrito que me estaba fumando y oigo ¡fffffsssss! ¡blafffppp! Pero un fffsss y un blup como de avión dándose la castaña al aterrizar, y noto un fuego que me sube por entre las piernas hasta el ombligo… ¡pero fuego, entiendes, fuego auténtico! ¡Una bola de fuego que explotó en el váter y subió hasta dejar un manchurrón de hollí­n en el techo, y de paso se me llevó los pelos de los cojones y a poco los cojones mismos!

– ¡Jaaaa… las bolitas con acetona!

¡Napalm, tí­o, aquello era napalm! Fue echar la colilla al váter y explotar y subir una bola de fuego como el hongo ese de la bomba atómica y yo medio rasurado en seco y medio ardiéndome las pelotas, que tuve que coger una toalla, mojarla y empezar a empaparme con ella mis partes. Imagina, yo pegando botes, con aquel humo, los huevos ardiendo…

– ¡Imagino, imagino!

Imagina pero sin cachondearte de mí­, ojo.

– ¡Si es imposible!

Bueno, pero sin pasarte, eh, sin pasarte. Y pegando berridos, bueno, y el ruido, que eso hizo ruido y todo, y tiré varios frascos al suelo, la colonia y el jabón… En fin, mi mujer asustada que entra y me ve medio en el suelo frotándome las partes con una toalla, el humo, el olor… Se descompuso, claro, se echó a llorar, que si es por mi culpa, que si cómo ha podido pasar, que si ven a ver si te has hecho algo. Total que me tengo que tumbar en la cama, como los nenes, con el culito al aire, y ella dándome una crema hidratante. Bueno, Bálsamo Bebé, que precisamente yo tení­a, yo, fí­jate, dos cremas que tengo y una es Bálsamo Bebé…

– ¿Y la otra?

Una para… bueno, ya te cuento otro dí­a. Total que estaba yo allí­ depilado, pero es que depiladito del todo que me he quedado, en serio, y ella poniéndome el bálsamo con cuidadito… en realidad no me hice nada, todo se quedó en el susto y la depilación, pero mucho susto, los dos, eh, mucho. Y me estaba dando la cremita despacito despacito y mientras me poní­a… me poní­a… ¿entiendes?

– Te poní­a.

Me iba poniendo, sí­. Y fí­jate, ella que me vio tan sin pelitos, y así­ con la situación, las emociones, no sé… algo. Que acabamos retozando como hací­a tiempo, eh, como hací­a tiempo. Qué cosas. Se ve que la pongo depilado. Ay que ver.

– Las mujeres son un enigma, un arcano.

Raras, lo que son es raras. Y ahora, ahí­ me tienes, haciéndome la cera todas las semanas, pero agradecido, y mi mujer, mira, como loca, chico, como cuando éramos novios, como de recién casados, la locura. Hasta ropita sexi se ha comprado… ¡ya casi ni vemos la tele!

– Y no te pillarás nada con la cremallera.

Y cómodo, es cómodo y fresquito. Yo te lo recomiendo. No sólo por los efectos colaterales.

– Estoy por probar…

8 respuestas a «Historias tontas XII – Depilación»

  1. Ay que explosión de risa que me provocó!! NO hay derecho, que está la nena dormida al lado y no puedo reirme fuerte, juajuajuajuaj

  2. qué bruto!!!jajajaja…
    yo sigo prefiriendo la depilación normalita…porque seguro que debe de arder, arde…ANTES DURANTE Y DESPUES..eso seguro.
    De cualquier manera, ya voy por la tercera sesión de depilación láser y no sabes lo bueno que es eso.

  3. JUAJAJAJAAAAAAAAAAAAA jauajajajajaaaaa ay! que no pueeedooo…!!!

    ps:
    esto te pasóoooooo, no lo niegues que te pasó!!!!!

    juajajajajaaaaaaa

    ps: qué guarros! una tirando las bolitas y el otro el cigarro: guarrrooooos

  4. Graciosí­simo !!! no puedo más de la risa porque mientras contabas yo me imaginaba todo como si fuera una pelí­cula…jajaja…

  5. Joder, qué carcajadas, y yo escondida en la oficina de la tienda, pero no puedo parar de reir, a ver cómo salgo yo ahora y se lo explico a las clientas.

  6. A qué risa Oz, mira qué forma de conocerte, ehe? … depiladito y cómo!

    Mi hombre decidió depilarse la espalda hacen cinco dí­as, no sé a qué santo, luego se pasó tres rascándose como un condenado porque le picaba todo, y a mi me pinchaba todo también con la dichosa espalda y los pelitos creciendo.

    Ay, hombres quién los entiende!

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